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Rajoy, Rubalcaba y el espíritu de Montesquieu

Rajoy, Rubalcaba y el espíritu de Montesquieu

viernes 15 de febrero de 2013, 22:11h
Piensan Rajoy y Rubalcaba que sentiremos admiración por el que menos euros ingresa o tenga un patrimonio más escueto que legar a sus descendientes. Uno es registrador de la propiedad y el otro químico, gente que fuera de la política habrían tenido una vida profesional excelente, llena de prestigio social y buenos sueldos a poco que no fueran mediocres profesionales. 

No lo son, por supuesto. Si no, no habrían llegado tan alto. Aunque viendo cómo está la política, en cuanto a abundancia de cerebros grises, hoy en día es casi una mancha poner en el curriculum cualquier cargo político. En cualquier caso, ambos han demostrado ser sagaces. Rajoy resistiendo con gallega sutileza cuantas embestidas recibió y recibe, y Rubalcaba manteniéndose como un gas incombustible, una luminaria en casi todas las tendencias que han ido naciendo y muriendo en el PSOE. Quiero decir que son dos tipos listos.

Por eso no entiendo que entren en esta absurda guerra de rentas, en estas escaramuzas con certificados y avales, cuando en realidad, cualquier actuación pícara o deshonesta merodearía por los suburbios de lo oscuro, enterrada donde nadie pueda verla. Es una guerra que tiene más de chismorreo que de ejercicio de transparencia. Porque cualquier ciudadano sensato entiende que han de tener un salario bien retribuido, mayor incluso que el que ahora muestran.

Así que no entiendo, siendo tan listos como son, por qué no perciben que la sociedad quiere que exista una transparencia real, que se aborde de una vez con seriedad este oscuro problema histórico de la corrupción. Pues la transparencia no es un ejercicio de desnudez de las rentas de los políticos, sino dar fuerza, autonomía y libertad a los órganos encargados de velar porque la moral impere, porque la ley pueda ejecutarse, porque los intereses perversos de la política no puedan envolverlo todo. No podemos llegar a la conclusión de que los políticos son capaces de controlarse o fiscalizarse.

En vez de guerrear, deberían unirse y ofrecer a la sociedad  un acuerdo serio sobre este grave problema. El Tribunal de Cuentas, o los servicios fiscalizados internos de las administraciones, los interventores, los servicios de inspección diversos, deben gozar de una autonomía absoluta, y ser ellos quienes nos digan qué políticos, instituciones, partidos, etc... están cumpliendo con la moral y la ley. O hacen eso, o jamás tendrán credibilidad.

Hay que volver a Montesquieu y creer más en la separación de poderes, pues como bien dice el filósofo francés, cuando el poder judicial no está separado del todo del legislativo y del ejecutivo, el imperio sobre la vida y la libertad de los ciudadanos termina siendo arbitrario. Y esa, la de la arbitrariedad, la sensación que ahora mismo tiene la gente.
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