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"La reina de las lavanderas", de Carmen Gallardo

La más 'progre' de las reinas españolas

La más 'progre' de las reinas españolas

domingo 17 de febrero de 2013, 09:46h
Víctima de adulterio constante, despreciada por la sociedad española, solo querida y defendida por putas, lavanderas y unos cuantos intelectuales. Pía hasta la extenuación, yonqui de la cultura. Con esta carta de presentación, nada haría pensar que hablamos de una reina de España. Y si decimos que se llama María Victoria dal Pozzo, la mayoría pensará que es un error de imprenta y que hemos mezclado en la coctelera de la memoria a María de las Mercedes con Victoria Eugenia.
Porque María Victoria dal Pozzo, esposa del rey Amadeo I de Saboya es, sin duda, la reina más desconocida de cuantas han pasado por el trono español. O lo era hasta que Carmen Gallardo se lió la lista de los reyes a la cabeza y se fue a Turín a empaparse de la ya de por sí novelesca historia de esta peculiar dama italiana, "La reina de las lavanderas" (La Esfera de los Libros).

Lo apunta Marta Sanz en el prólogo: a Carmen le ponen las reinas. Pero "la mirada de Carmen Gallardo no es una mirada Disney": donde termina el cuento de hadas y empieza la intimidad (y muchas veces la pesadilla) de la alcoba anida el verdadero papel de cada una en la historia del país. El de María Victoria dal Pozzo fue la preocupación por los más desfavorecidos de la sociedad. Por eso creó el Asilo de las lavanderas, la primera guardería de Madrid. Y por eso se ganó el respeto y el cariño eterno de las últimas de la lista en este macabro tener o no ser de la sociedad española de finales del XIX, cariño que da título al libro.

Con un admirable rigor histórico, Gallardo repasa la vida de "la rosa de Turín", una mujer digna de convertirse en símbolo del romanticismo: infancia trágica, muerte por doquier, destino en contra y fin de sus días por la enfermedad romántica por excelencia, la tuberculosis. Pero "La reina de las lavanderas" es mucho más que un relato histórico: es una novela donde cada escenario se recrea con el máximo detalle, hasta el punto de que se pueden tocar los terciopelos de los vestidos, saborear los dulces turineses, oler las maderas de los ricos muebles de la habitación de la reina y, sobre todo, sentir el desconsuelo y la tristeza de una mujer buena castigada con una mala vida de ningún modo merecida.

Junto a la figura de la reina también brilla en el relato la del general Prim, cuyos desvelos por la regeneración monárquica quedan frustrados por el catetismo y la implacable inclinación envidiosa de los sempiternos rancios del lugar. Un interesante y poco conocido episodio de la historia de España que en "La reina de las lavanderas" se narra con tanta soltura como precisión periodística.

"Señora, el ruido de las carcajadas pasa; la fuerza de los razonamientos queda", le dice Concepción Arenal a la reina en sus últimos días en Madrid. No se equivocaba: libros como este, siglo y medio después, terminan haciendo justicia.
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