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Un ejército de sombras

Un ejército de sombras

martes 26 de febrero de 2013, 19:21h
Habría que crear un juzgado del ayer, en algún suburbio de algún lugar perdido, y amontonar allí a todos los desperdicios malolientes de estos tiempos oscuros. Además comprimir el tiempo en una lata de sombras perdidas, y enlatarlo fundiendo su hojalata hasta que el olor, amargo y malhechor, se quede preso y ya no pueda salir afuera para seguir apestándonos la vida. Porque cada día que amanece una bruma nueva de hollín se extiende por este país que ya no sabe ni en qué creer, ni en quién confiar, ni cómo sentir un poco de esperanza o de justicia.
    
Hagamos un ejército de espantapájaros malolientes. Un montón de cuerpos podridos, y mandémoslos a la isla de las sombras, un lugar inventado oscuro, espeso, amargo, en donde toda esta gentuza se roce y se amontone, al cabo se aleje ya de una vez de nuestras vidas. Ojalá pudiéramos crear una frontera con ladrillos de hierro. Un muro más grande que la muralla china, y que detrás pudiéramos  desterrarlos, aunque sea con los sueños, porque está claro que pocos serán los que conozcan las pesadillas de las cárceles cercanas.
    
Tenemos derecho a soñar. Otra transición por ejemplo. Otro tiempo nuevo en el que podamos quitarnos tanta mugre del pasado, porque si no estaremos así meses y meses y meses llenos de corruptos, rodeados por corruptos, arañados por corruptos. Hasta que un día el oxígeno ya sea irrespirable y apenas quede algo dentro para poder vomitar.
    
Pongamos una fecha, y desde ese día, iniciemos la despedida de las sombras. El alejamiento de todos estos espectros cotidianos que no dejan que los días puedan ser  luminosos. Y que los que mandan, o se oponen a los que mandan, abran de una vez las puertas y las ventanas para que entre el viento fresco de la gente joven. Que hagan lo que aún no ha comenzado. El cambio. Queremos ver en la pantalla del televisor ojos inocentes. Sentir la primavera de otros rostros, como en la transición.
    
Y que la mugre se quede en El juzgado del Ayer. En el suburbio de un vacío. Rodeados de fosos para que no puedan salir. Que los corruptos se vuelvan sombras y comiencen a desfilar hacia una oscura lejanía.
    
Ya sé que es un deseo iluso. Que estamos condenados a que tengan que mezclarse en nuestras vidas. Que tenemos que tragarlos en el desayuno, la comida, la merienda y la cena. Pero en el propio deseo de que toda esa gente se destierre, como un ejército de sombras sucias, existe el consuelo de las palabras. Algo humano, hermosamente humano.

Y lo que es más importante. El mensaje de que, de una vez por todas, necesitamos del poder y la oposición un ejercicio moral de unanimidad ante las mañanas podridas. 
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