jueves 14 de marzo de 2013, 19:46h
Flaco favor
nos hizo Cela cuando dijo aquello de que en España el que resiste gana. Pues bien,
se han aprendido la lección unos y otros, y aquí el que más o el que menos
piensa que si aguanta las embestidas ganará el premio de la supervivencia. Y
que se escaqueará del castigo que, por ética, justicia o lógica, debe soportar.
Las bombas, las balas, incluso misiles Tomahawk, caen desde el cielo. Pero ellos
piensan que si aguantan dentro de la trinchera pasará la dinamita mediática, y
volverán a los bellos días del pasado en los que todo lo imposible era posible.
Entonces la austeridad era una dama pobre con andrajos que pedía limosna en las
esquinas.
El que resiste gana, ésa es la cuestión.
Por eso tantos clavan las uñas en las alfombras ministeriales, el Parlamento o las
empresas públicas, y ahí se quieren quedar petrificados. O donde sea que haya
un gramo de poder con el que endulzar la
existencia. Después vemos como en Francia o en Alemania los políticos se alejan
hacia el laberinto de la nada por cuatro minucias que aquí serían despreciadas.
Por ejemplo mentir en un currículum, no cumplir las normas de tráfico, o
engañar al electorado con promesas que a ciencia cierta jamás se cumplirán.
Por esas tonterías en esos países uno se
va a su casa. Deja hueco para que lo ocupe gente más moral, o solo más perspicaz
y sincera.
Pues aquí hasta piensan que por eso merecen un
premio. Y si cualquier articulista asoma la palabra dimisión en su columna, se
cachondean en sus barbas. Es un ingenuo que no sabe en qué país vive. Desconoce
que está en el país de las marrullerías, el trueque, los buscavidas, el engaño
persistente, la ajenidad oscura, hasta el punto de que igual ya estamos
vacunados contra el hecho de apenas exista la coherencia, y tengamos que tragar
trolas a destajo. El día en el que la coherencia asome como el sol por el
horizonte al amanecer, pensaremos que nos hemos equivocado de paisaje.
A resistir hermanos, que solo dimiten los tontos.
Los que no saben de qué va esto. Por muchas menos mentiras de las que Rajoy nos
ha dicho, en esos países europeos tan aburridos, ya se habría ido uno a su casa.
Habría llegado otro menos contaminado para realizar el sortilegio de salir del
entuerto: decir una cosa en las elecciones y hacer en el poder la contraria. Y si se dice que el
asunto estaba peor de lo pensado, pues también se van, por ineptos, ya que en
la oposición podían haberse enterado.
Y si a uno le pasa lo que tanto criticó del enemigo
pues a aplicarse la cataplasma de la coherencia. A menear la manita en un adiós
inmisericorde. Es lo que debería hacer el exministro Blanco, extraño visitante
nocturno de gasolineras, harto de pedir dimisiones al cuadrado por cosas
parecidas. Ahora para él se aplica una vara de medir invisible.
La ministra Mato haría ya meses que no andaría
pisando alfombras ministeriales. Se habría elevado al Olimpo de la nada como un
globo de humo. Y Oscar López no seguiría en ese ejercicio de resistencia inmune,
pues ante error tan grande como el de nublarse por el poder, y pactar con un
condenado por acoso, en Francia te condenan a la guillotina del anonimato, como
mínimo.
El asunto Bárcenas ya habría
generado bastantes ausencias. Habría peticiones profundas de perdón, letanías
múltiples, pero aquí parece como si no existiera, y hasta es posible emular a
los hermanos Marx en una rueda de prensa y lo único que ocurre es que la
gente aprende literatura de las vanguardias, o sea, surrealismo. Mientras tanto
en el escenario los actores de la farsa aguantan los tomates y los huevos, pero
no se van siquiera a los camerinos.
Hay que resistir, que ya pasará el ciclón. Piensan que todo es una locura del mensajero, que hay ganas
de enredar y vender noticias. En tanto ellos ponen cara de sufridores, y escondidos
en sus trincheras no perciben el daño que le están haciendo a la democracia. Solo
sienten el aire púrpura de poder que respiran y no quieren dejar de respirar.