Moral religiosa y moral laica
martes 19 de marzo de 2013, 08:13h
Bueno, pues
parece que es conveniente dar el segundo paso anunciado en una de mis notas
recientes: el peso que tiene la moral religiosa en la moralidad social general,
en relación con el que tiene la moral laica. No tenía la intención de meterme
tan pronto en este asunto, pero veo que algunos contertulios lo están haciendo
y, además, he leído el artículo arrasador de Martín Caparrós, titulado "El
cuento del buen papa", (El País, 18/3/13) y me parece que no hay más remedio
que meterse en este aspecto del debate.
Caparrós hace un artículo
valiente sobre el efecto populista que está teniendo en Argentina la elección
del nuevo Papa. Un tirón mediático que ni siquiera están aguantando algunos
políticos que hace muy poco hacían gala de su laicidad. En este plano, su verbo lapidario se muestra
bastante justificado. Pero más adelante hace un balance de la Iglesia que
parece genuino y riguroso, pero que creo sólo se justifica respecto de la
Iglesia Católica como organización y no tanto si abrimos la lente al conjunto
de la sociedad y al papel que ha jugado y juega la moral religiosa en la
reproducción de la moralidad social.
Veamos sus afirmaciones al respecto. Martín asegura
que la Iglesia es "una organización que se basa en un conjunto de
supersticiones perfectamente indemostrables, inverosímiles -"prendas de fe"-,
solo buenas para convencer a sus fieles de que no deben creer en lo que creen
lógico o sensato sino en lo que les cuentan: que deben resignar su
entendimiento en beneficio de su obediencia a jefes y doctrinas: lo creo porque
no lo entiendo, lo creo porque es absurdo, lo creo porque los que saben me
dicen que es así". Y agrega: "Es sorprendente: su
doctrina dice que los que no creemos lo que ellos creen nos vamos a quemar en
el infierno; su práctica siempre -que pudieron- consistió en obligar a todos a
vivir según sus convicciones". Así, su conclusión es bronca: "En síntesis: es
esta organización, con esa historia y esa identidad, la que ahora, con su
sonrisa sencilla de viejito pícaro de barrio, el señor Bergoglio quiere
recauchutar para recuperar el poder que está perdiendo. Es una trampa que
debería ser berreta; a veces son las que cazan más ratones".
Pues bien, me parece que la falta de rigor de Caparrós no reside en lo que dice
sino en lo que omite. La Iglesia Católica y el cristianismo por extensión ¿son
sólo eso? ¿Dónde queda su contribución, todo lo rudimentaria que se quiera, a
la moralidad que contienen los diez mandamientos? ¿Dónde quedan sus sectores de
veras piadosos, los que han sido capaces a través del tiempo de recoger desde
los leprosos del pasado hasta los actuales infectados de IVH? ¿Se trata
simplemente de una estrategia astuta para mantener su dominio, o el
cristianismo tiene también genuinas luces que acompañan sus evidentes sombras?
Cuando se profundiza en esta reflexión,
se acaba buscando respuestas más profundas acerca del papal de la religión en
las sociedades humanas. Al respecto importa subrayar que la religión es un
conjunto de elementos, entre los que cabe destacar tres: doctrina teológica,
moral religiosa y liturgia (es decir, capacidad práctica de comunicación con el
ser trascendente). Ahora queremos detenernos en el peso de la moral religiosa
en el mantenimiento de algún tipo de normas valóricas, sin las cuales la
sociedad sería pura anomía.
No quiero reproducir aquí el debate
sobre la matriz cristiana original de la moralidad actual de la Europa laica.
Pero me parece evidente que los valores morales tienen una construcción
histórica y no nacen por generación espontánea. De igual forma, creo innegable
que tales valores se desarrollan en el
tiempo, llegando incluso a modificar los viejos. Y me parece un hecho
constatable que, al menos desde el Renacimiento, ese desarrollo se ha hecho
desde una matriz humanista no religiosa. Una matriz que hoy predomina en los
acuerdos básicos de convivencia existentes en Europa.
La gran pregunta es si el notable
desarrollo de esos valores laicos hacen hoy mucho menos necesaria la moral
religiosa. Pareciera que el postcristianismo europeo apunta en esa dirección. Pero
no estoy seguro que esa situación sea la misma en otras regiones del mundo. Lo
explicaré con un ejemplo: cuando he tenido que tomar un taxi por necesidad, en
la noche de alguna de las ciudades latinoamericanas más violentas, me he
sentido más tranquilo cuando el conductor iba escuchando una radio religiosa;
algo que desde luego no tenía nada que
ver con lo que me pareciera el contenido de esas emisiones religiosas.
En suma, no estoy de acuerdo con la
opinión de muchos no creyentes anticlericales que sostienen que si
desapareciera la moral religiosa, lejos de suponer algún vacio para la
moralidad general, significaría sin más un beneficio para toda la humanidad.
Estoy convencido de que el asunto es mucho más complejo y que, de todas formas,
necesita de un debate profundo en el ágora pública, donde las personas
religiosas deben estar presentes con pleno derecho.