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Operación Roca

Operación Roca

domingo 07 de abril de 2013, 09:36h
La paradoja adquiere fuerza cuando es Roca quien va a intentar salvar a la institución monárquica. CIU es ahora un partido rebelde que busca la destrucción del actual Estado. Siente el deseo de seguir hacia delante sin lo español. Sin embargo, uno de sus líderes históricos intentará sacar al rey de uno de los embrollos más angustiosos de su carrera. Aunque está claro que Mas y Roca son dos políticos diferentes. Uno representa una época de nuestro país feliz y productiva, y el otro es un espécimen típico del momento actual. Roca el dialogante y Mas el rompedor podríamos llamarlos.

Pero la aparición de Roca en este momento, lleno de polvorines a punto de saltar, ha significado una irrupción del pasado que puede olernos a aire fresco. También puede entenderse como el deseo del retorno de un modelo de convivencia política admirable. Roca es, como Suárez en la derecha y González en la izquierda, o Carrillo más a la izquierda, un político como la copa de un pino. Jamás pierde la compostura, es reflexivo sin soberbia, siempre tiene una mano tendida y sabe expresar de maravilla, entre las discrepancias persistentes, que existe la posibilidad de encontrar un camino en el que nadie se sienta despechado.

Recuerdo que me dolió su estrepitoso fracaso en la operación reformista. No salió ni de diputado. Le acompañó Florentino Pérez, y creo que fue un hermoso esfuerzo por romper las telarañas de la clásica derecha española. El ciudadano dio la espalda a aquella excelente idea de concordia y modernización. Eran los tiempos en los que darle caña al enemigo era el más luminiscente sentido de cualquier programa electoral.

Ahora, años después, el país está en ascuas. Las malas noticias económicas, que son las más importantes, nos rodean con angustia hasta el punto de que se celebra que no se intensifique el sufrimiento, no que comience a descender. Y la clase política anda perdida en encontrar un nuevo estatus, después de perder la confianza de la gente por el manejo que muchos han hecho de las instituciones. Parece que todo se rompe. Y no sé si nos hacemos la pregunta sobre el paisaje desolado que puede quedar después.

La democracia, que lleva 35 años con nosotros, vive quizá ahora su peor momento desde la perspectiva del valor de las instituciones y sus políticos. Pero también creo que, a través del caso Urdangarin, se satisface en parte la aspiración de los ciudadanos a que el principio de igualdad no sea una quimera. Y también se sabe que robar es más difícil cada día. En todo caso siempre nos define una paradoja. Como por ejemplo la de que Rajoy no hable, pues habíamos creído que los políticos son una enorme cascada de palabras que no se agota.
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