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La altanería de un Gobierno

La altanería de un Gobierno

viernes 10 de mayo de 2013, 14:00h
            Había hasta ahora muy numerosos precedentes de la mayoría de los ministros del Gobierno sobre su arrogancia, por no decir chulería, en sus declaraciones y explicaciones respecto a la labor que vienen desarrollando en materias de su competencia. Desde luego hay excepciones, como la propia vicepresidenta, García-Margallo, Arias o Pastor, por citar a los que parecen vivir con más realismo la situación de profunda crisis económica y de confianza de la sociedad española. Pero resulta que, por si no bastaran el reiterado despotismo (no ilustrado, hay que aclarar) de Ruiz Gallardón, enfrentado a todo el mundo jurídico español, o las impertinencias y falsedades de Montoro o la autocomplacencia de Bañez que además falsea los datos sin pestañear, aparece el Presidente del Gobierno en esta ocasión sin plasma y vierte en el Congreso de los Diputados una incontenible sucesión de afirmaciones optimistas sin base fáctica alguna y  otra remesa de promesas muy difíciles de creer.

            En  una intervención bien trabada y leída sin tropiezos, Rajoy reafirmó no solo sus opiniones sino incluso sus frases para venir a decirnos que todo lo malo de la crisis ya ha pasado y que el año próximo comenzará a crecer el país y se creará empleo neto. Que hemos recuperado la confianza exterior en nuestra economía y que gracias a los recortes en las prestaciones de todo tipo y en las inversiones públicas, hemos evitado un rescate como el impuesto por Europa a otros países de nuestro entorno.

            Podría admitirse que efectivamente España no ha necesitado un rescate tipo, con una feroz intervención de sus cuentas públicas y la prescripción cualitativa y cuantitativa de los recortes de gastos a efectuar; pero tampoco se puede negar que el rescate a la banca en dificultades -uno de los principales causantes de la hondura de la crisis económica- ha sido efectivo y aplicado en gran parte al saneamiento de varias entidades en situación real de quiebra. Y que, además, tal rescate bancario no ha servido para aumentar los ratios de créditos, especialmente a las pequeñas empresas ni al consumo de los particulares: uno de los puntos más dañinos para recompone nuestra economía.

            Todo esto es bien sabido. Y por si alguien no se había enterado, el prestigioso Servicio de Estudios del BBVA ayer mismo puntualizaba y rebajaba a términos realistas el optimismo del presidente del Gobierno, aunque con un punto discutible como la propuesta de aumentar el IVA. Otros muchos análisis iban antes de la intervención presidencial en la misma dirección, y otros muchos han corroborado lo que ya es opinión generalizada: las políticas económicas y laborales del gobierno han sido un fracaso, pero aún es más preocupante la  soberbia que empapa sus actitudes. Ante el ofrecimiento de pactos, algunos incondicionados, de los grupos de la oposición, la contestación del presidente Rajoy ha sido proponer una invitación a un pacto de adhesión absoluto a su política fracasada.

            Resulta difícil entender que un gobierno que cosecha fracasos abundantes y frecuentes y que cuando pretende hacer comulgar con ruedas de molino a los ciudadanos, es desautorizado desde Bruselas o Nueva York o desde su propia casa, se muestre inaccesible al diálogo y al pacto instalado en su soberbia. Esta actitud le enajena apoyos que podrían contribuir a salir de la crisis, pero no parece interesar al partido en el poder. Antes morir que pactar.
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