Tomadura de pelo de Victorino y Talavante en la que iba a ser la corrida del siglo

Toros pasotas 'versus' torero pasota. Resultado petardazo de ambos: Victorino Martín, con una corrida de bicornes o lo que fuera aquello sin el mínimo trapío que exige Madrid, y más en San Isidro; Alejandro Talavante, en la gesta, el gesto, la corrida de la Feria y del  siglo, su heroica encerrona en solitario con seis ejemplares o lo que fuera aquello de esta mítica divisa. Y al final qué. Pues eso: no sólo un fracaso sin paliativos para ambos, sino, quizás lo que sea más grave: una tomadura de pelo a la sacrosanta afición madrileña en particular y al taurinismo en general. 

Y es que, los victorinos, con su clásico pelaje cárdeno y conformación típica de Albaserrada/Saltillo, además de febles, por dentro estaban tan podridos y ayunos de sangre brava como los de Juan Pedro Domecq, por poner un ejemplo extremo y también de reciente petardo -el jueves 16-. Y es que un Talavante apático, triste, sin ánimo ni agallas -las que tanto han caracterizado su carrera y algún triunfo en la Monumental- ni responsabilidad profesional, anduvo, además, no sólo vulgar, sino torpe con percal y flámula.

Con el percal no dio ni uno limpio, y lo que es peor, sólo intentó unas feas chicuelinas al cuarto y unas verónicas a la 'remanguillé' al siguiente. Y con la pañosa, qué horror, mantazo tras manrtazo por aca´y por acullá, por el izquierdo y por el derecho. Vamos, peor que El Fandi, que ya es decir, ¿no? Sólo apuntó algo parecido a la ortodoxia tárica con el cuarto, el único cuyo comportamiento se pareció algo -poco, no crean- poco a un toro de lidia, por su codicia en los inicios del tercio muleteril. 

Supina mediocridad

Ahí, Talavante, que en el resto hizo proselitismo con sus dudas e inquietudes -lo contrario de quietudes, de quedarse quieto y jugársela- de una canción de Los Pekenikes, 'Embustero y bailarín', aportó un punto de esa quietud y valor y festoneó varias cortas series de naturales, ora con clasicismo, ora con supina mediocridad. Por el otro pitón, nada de nada, y, para colmo, tras enterrar el estoque necesitó cuatro golpes de verduguillo para despenarlo. Con los dos primeros, abantotes pero también noblotes, como todos, ni siquiera eso; como con el quinto y sexto.

Con el agravante en éste de que la gente ovacionó a Talavante poco antes de que el burel saltara el ruedo, animándole. Y él lo agradeció a su manera, dejándose arrollar con el capote, desentendiéndose de la lidia durante el tercio de varas y banderillas y saliendo ya con la espada de verdad para iniciar un simulacro de faena, que duró tres minutos, tres,y largarle un horroroso sartenazo, que ya hizo que el público le pitara fuertemente.

¡Mamma mía! ¿Estas son las figuras, figuritas o figurones de hoy? ¿Estos, y los que ni siquiera se atreven a anunciarse con esta y otras divisas duras, son los madamases del escalafón? ¡Mamma mía! Y eso que no salió ni una 'alimaña' de las que echaba el ganadero hace décadas y con las que triunfaban y andaban a gorrazos, entre otros, Andrés Vázquez, Ruiz Miguel, Dámaso González y Lus Francisco Esplá. ¡Mamma mía! 

Y, una última reflexión. No crean que este petardazo va a pasar la más mínima factura a Talavante, porque tiene la temporada hecha, con presencia en todas las ferias y firmados más de medio centenar de contratos por la injustísimas y manipuladísimas estructuras de la Fiesta. ¡Mamma mía!

Lo dicho/escrito: un reírse de los espectadores. Una tomadura de pelo. Una falta no ya de estética, que no apareció por ningún lado, sino de ética y vergüenza torera. En la que es menester, justo e imprescindible incluir a los veterinarios que aprobaron esos toretes y al presidente que tragó. ¡Mamma mía!
 
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