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-Aguilar cortó una oreja y el presidente le robó la segunda-Mala suerte de Chechu, herido cuando muleteaba a su primero

Momento de la cogida de Chechu
Momento de la cogida de Chechu

La Fiesta mostró su cara, con el triunfo de Aguilar, y cruz, con la grave cornada a Chechu

domingo 26 de mayo de 2013, 21:50h
Toros de MONTEALTO, con trapío y agresivas defensas, flojos y mansos pero nobles y manejables. EL CAPEA. silencio (en el que mató tras ser cogido por Chechu), silencio, silencio. ALBERTO AGUILAR: oreja; silencio; vuelta. JOSÉ RAMÓN GARCÍA 'CHECHU', que confirmó alternativa, cogido al muletear al de la ceremonia. El parte médico habla de herida por asta de toro en tercio medio cara posterior de muslo izquierdo con una trayectoria de 25 cms, hacía adentro y arriba que causa destrozos  en los músculos isquiotibiales, contusiona el nervio ciático, contornea el fémur y alcanza el músculo crural de la cara anterior. Pronóstico grave que le impide continuar la lidia. Madrid, 26 de mayo. Plaza de Las Ventas. 17ª de Feria. Casi lleno.
Se cumplió el tópico. Pero fue distinto, porque hubo una cara y tres cruces. Sí, hombre, sí: la parte positiva de un valiente y torerísimo Alberto Aguilar, que echó una oreja en  su esportón. Una oreja que debieron ser dos. Pero desde ese palco de autoridad -¿a quién defiende, a quién?- donde se regalan trofeos a los poderosos -Manzanares, Castella y quizás Talavante-, se niegan a los humildes, a los modestos como este coletudo, que no sólo la mereció, sino que reglamentariamente era suya, porque los pañuelos afloraban en mayoría. De modo que este usía, Julio Martínez Moreno, no sabe contar o... ¡vaya usted a saber! Cada uno que piense lo que quiera.

Esa fue la cruz del chaval, tan necesitado de un éxito de Puerta Grande en la cátedra de Las Ventas, que se lo ganó a sangre y fuego y se lo 'mangó' un usía. Claro que peor que eso es sufrir una cornada no sólo en la corrida de confirmación, como Chechu, sino, incluso en el de la ceremonia, cuando muy molesto por el aire -que no dejó de soplar toda la tarde-, muleteaba al manso, que se le coló y le hirió en el suelo. Todo un año preparando esta oportunidad y, hala, al hule.

No se sabe si peor todavía es estar anunciado por segunda tarde en Las Ventas, como Fernando Cruz, donde el año pasado se llevó el peor percance de la temporada, y por segunda vez no poder hacer el paseíllo. En abril, por la lluvia, que obligó a suspender el festejo; ahora por sufrir un durísimo ataque de asma con fuertes problemas respiratorios. Al menos contra la enfermedad no se puede luchar, aunque le haya robado esta enorme oportunidad. Pero que te la quite la (teórica) autoridad -¿a quién defiende?-. 

Someter y obligar

Lo cierto que ante los manejables cornalones bureles de Montealto, en cuyas perchas podía colgar la ropa un regimiento, el protagonismo total fue de Aguilar, presente en quites -ora por verónicas, ora por chicuelinas, ora con remates de medias, ora con revoleras- y autor de un toreo de quilates. Ante su primero, que tomaba a regañadientes la pañosa, pero al que fue sometiendo por bajo hasta sacarle redondos y naturales de bella factura, con el añadido de la valerosa quietud, la cargazón de la suerte, cruzarse al pitón contrario.

De esa guisa lo intentó en el otro de su lote, pero el animal iba siempre con la cara arriba y era misión imposible parir arte. Sí lo era con el que pasaportó en sustitución del herido Chechu, al que dio distancia para embeberlo después y repetir una faena similar a la del primero, incluso en los adornos finales. Luego pinchó arriba y le atizó un estoconazo a ley. Pero el defensor de la ley, comisario de policía para más 'inri', no la cumplió y le robó la salida a hombros y quién sabe cuántos contratos. ¡Ay estos usías, fuertes con los débiles, débiles con los fuertes, ay! Y hasta aquí puedo o quiero escribir.

Si negativo fue el presidente, más lo fue Capea, con el demérito agregado de que obró contra sí mismo. Más o menos se había tapado con su primero, que no quería mucha pelea. Más o menos. Pero el petardo con el cuarto, chochón y obediente hasta el infinito, al que se le caían las orejas y le ofrecía un triunfo para consagrarse, fue enorme. La vulgaridad de este coletudo pegapasista, que ya ha demostrado en la cátedra en repetidas ocasiones, fue tan grande que llegó a escuchar palmas... de tango. Al menos se robó a sí mismo. No como le aconteció a Aguilar...


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