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2.865 niños con hambre

jueves 06 de junio de 2013, 15:44h
Es una cifra muy inferior a la de los parados, pero es más dramática todavía. Los servicios sociales del Ayuntamiento de Barcelona han detectado 2.865 escolares con malnutrición. Niños que llegan al Colegio sin haber cenado la noche anterior y sin haber desayunado esa mañana. Niños que se desmayan o que buscan en el comedor la comida que dejan otros. No estamos hablando de África, ni de personas que se han quedado en el paro y han agotado los recursos sociales, sino de Barcelona -y el problema existe en otras ciudades españolas- y de niños con nombre y apellidos. Un drama verdaderamente terrible que sumar al de las familias cuyos miembros se encuentran en el paro y sin atisbos de encontrar un empleo en los próximos años. Y aunque muchos padres se quitan lo que sea para que a sus hijos no les falte al menos la comida, muchas veces no pueden conseguirlo.

Con los datos del último informe de Unicef, la pobreza infantil crece imparablemente en España -un 53 por ciento entre 2007 y 2010- y como las últimas cifras que maneja son ya antiguos --dos millones de niños afectados en 2008, 2.200.000 en 2010- hay que suponer que después de tres años de crisis galopante, de crecimiento del desempleo o de los desahucios, ese número es hoy, sin duda, mucho más elevado. Son cerca de un 14 por ciento los menores que viven en hogares con un nivel de pobreza alta. Niños que han perdido o han visto enormemente reducidas muchas de las ayudas que antes recibían sus familias, especialmente en el ámbito educativo o sanitario. Peor aún si pertenecen a una familia de inmigrantes sin papeles. Y eso no es más que una patada a los derechos de los niños y a la obligación moral, ética -mucho más que social- de no desatender a los más débiles entre los débiles.

Si estamos construyendo una justicia para ricos y otra para pobres, creando una franja de millones de ciudadanos sin justicia porque no pueden pagar la primera y no tienen derecho a la segunda, cuando hablamos de supervivencia física, educativa, sanitaria o social de los niños, el problema es infinitamente más grave. Y la deuda, el compromiso con ellos aumenta en la misma medida. Un niño que no puede comer hoy es un niño irrecuperable mañana.

¿Se puede hacer algo? Los gobernantes deberían justificar por qué se reducen los presupuestos para atender a la infancia -o a las personas dependientes y a los mayores- mientras se siguen manteniendo privilegios o partidas que no tienen sentido ni justificación. ¿Qué van a hacer, qué están haciendo? Hay que obligarles a cambiar las prioridades de gasto, de inversión, de objetivos. No estamos hablando de caridad, estamos hablando de derechos fundamentales.

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