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Paternalismo empresarial

Paternalismo empresarial

jueves 20 de junio de 2013, 12:01h
Detesto las propinas, las limosnas y el paternalismo empresarial. Suelen disfrazar los más cordiales abusos socapa de una generosidad impostada cuando no existen salarios decentes, justicia social ni derechos laborales para proteger a los más débiles. O dejar al descubierto la soberbia de los poderosos como Trillo cuando tiraba un euro al periodista lo bastante osado como para preguntar por las armas de destrucción masiva en Irak.

El bombardeo de declaraciones sobre la necesidad de abaratar el despido, reducir los salarios, suprimir los puentes trasladando los festivos al lunes, alargar la edad para poder jubilarse, o considerar demasiados cuatro días por la muerte de un familiar "porque los viajes no se hacen en diligencia" comparten titulares con el aumento de individuos con grandes patrimonios,  incrementado en España un 5,4% hasta alcanzar las 144.600 personas.

La actitud de los empresarios hacia sus empleados suele moverse entre dos extremos; el paternalismo y las prestaciones recíprocas pseudofamiliares, o, por otro lado, el más impersonal y descarnado intercambio regido por el mercado. Y desde el punto de vista empresarial si ese mercado es libre para pactar días de permiso y cualquier salario mejor. Se transforman así determinados derechos en mercedes concedidas por servilismo y buen comportamiento laboral.

El paternalismo es, además, una forma de seducción empresarial, e incluso el mismo patrón puede jugar la baza de una relación más familiar con determinados mandos intermedios y otra inmisericorde con la carne de cañón. Por supuesto, como la limosna y la propina, una actitud paternal también mejora la autoestima del empresario, su imagen pública y es una herramienta emocional cuando se trata de negociar las condiciones laborales.

Japón ha sido un ejemplo claro de ese paternalismo empresarial, con su tradición de mantener empleados de por vida, con salarios crecientes en función de los años trabajados, bonificaciones diversas, rarísimos despidos, el canto del himno de la empresa cada mañana, vacaciones organizadas por la compañía o el quedarse a dormir en la fábrica si una huelga de transportes amenazara la vuelta a esa gran familia empresarial a la mañana siguiente.

Ese era también el ideal de otros países de Eje en los años treinta; Alemania, Italia, La España franquista... Y se mantuvo en décadas posteriores como una forma de resaltar las virtudes del capitalismo compasivo frente al estajanovismo soviético. Sus costes los sufragaba Occidente manteniendo a continentes enteros en el subdesarrollo.

Ahora, cuando se hace necesario repartir una tarta cada vez más escasa entre un numero creciente de seres humanos, ni Japón ni los europeos pueden competir con los tigres asiáticos y ese modelo se resquebraja, convirtiendo los antiguos derechos en privilegios envidiados por los trabajadores marginados por el sistema. Se enfrenta así a unos asalariados con otros, tanto dentro de cada país como con los inmigrantes percibidos como amenaza.

Pero el paternalismo renace de nuevo con otras formas; cuanto peores son las condiciones laborales más se prodigan los gestos caritativos. Es el caso de la fundación Gates o de la petición del PP al Gobierno para potenciar los bancos de alimentos. Pero eso no son soluciones, como tampoco los son los asaltos a un Mercadona cuyas empleadas defienden el negocio con uñas y dientes como si fuera "su" empresa.  Debe ser mucho pedir un mínimo de racionalidad en lugar de "happenings" narcisistas, limosnas, propinas y otras formas de aliviar las falsas buenas conciencias de esos casi ciento cincuenta mil grandes patrimonios españoles cada vez más ricos.
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