La inevitable complejidad de las cosas
domingo 23 de junio de 2013, 10:39h
Coincide
la lectura de Byron y Bradbury con mensajes intensos sobre el momento presente.
El individualismo creativo, la grandeza, la intensidad de vida o la fantasía
como vital lucidez, se convierten en certeros disparos contra la estrechez
cotidiana. De Byron leo "Mazeppa", un hermoso cuento en verso que habla de un
amor castigado. Lo leo porque quiero recuperar al Byron de mis lecturas
universitarias. Quiero volverme a impregnar de su poesía luminosa para el libro
que estoy escribiendo ahora. De Bradbury, de quien no hay que dejar de leer "Farenhait
425" o "Crónicas marcianas" para entender las sombras que vivimos, leo sus
poemas contenidos en "Vivo en lo invisible". Con ellos siento unos profundos
chispazos que iluminan la perplejidad de mi alma. Su ansia de emoción y belleza
contrasta con esa banalidad que gana la batalla a la inevitable complejidad de
las cosas. Algunos se agarran al estúpido argumento de que todo es sencillo.
Obvian la propia naturaleza, pues como dice Dominique Simonet, hay una misma
evolución, del Big Bang a la inteligencia, que empuja en el sentido de una
creciente complejidad. Es la que va desde
las primeras partículas a la finita luminosidad del universo.
La belleza de los versos de Byron calma
algo mi ansiedad por sentir que la vida pueda caber en una latilla de sardinas.
Su inquieta vitalidad aventurera contrasta con algunos de los estados que van
diseñando un mapa gris del presente. Quizá siempre ha sido así, pero a la vez
también es necesaria la antítesis de ese muermo intelectual, incluso
existencial, que nos envuelve. La deshumanización, el servilismo, la impostura
vencen. El tiempo cae en manos de grises cerebros sin grandeza. Por eso me
parece muy aleccionador recordar que Byron, quien vivió su vida como un poema,
se fue a Grecia con la intención de iniciar una rebelión contra los turcos. Si
algo nos dice su ejemplo es que necesitamos gente, decir políticos sería iluso, que magnifiquen la vida cotidiana, que
la ensanchen, que la llenen de fuerza e ilusiones.
Por supuesto que no basta con la simpleza infantil
de los héroes de Hollywood. Entre
Superman y Lord Byron yo me quedo con el segundo, y permito que se me pueda
llamar un tipo raro. Y también los intensísimos poemas de Bradbury llevan la
experiencia personal al fuego de un volcán profundo. La literatura, nos dice,
es un antídoto que anula los efectos de la existencia. Al final uno tiene que
mantenerse borracho de idealismo para que la realidad no lo aniquile. Sí, esa
realidad tan compleja que el poder quiere escribir sin oraciones subordinadas,
solo con titulares. La clave es el control. Y está claro es más fácil controlar
lo superficial o banal que lo profundo.