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La generación perdida

La generación perdida

domingo 30 de junio de 2013, 09:25h
La sombra amarga de un proyecto, mal diseñado, está condenando a una generación al triste apelativo de generación perdida. Hasta ahora esa definición nos traía a la cabeza a Gertrude Stein en un taller mecánico de París con su automóvil, escuchando como el dueño se dirigía a uno de los mecánicos enfadado por su torpe trabajo. "Todos sois una génération perdue", les espetó. Luego Gertrude se lo dijo a Hemingway, Dos Passos, Scot Fitzgerald, Hart Crane, E.E. Cummings..., gente que habían perdido el alma en la guerra y se sentían desconectados del ambiente. Vivían una plenitud de literatura, alcohol, aventuras, riesgo, pretensión de comprimir el tiempo, angustia por el presente. Después Malcolm Lowry, uno de mis autores predilectos, escribió The Lost Generation. Ernest Hemingway comenzó hablando de la generación perdida en su novela Fiesta. "Y así vamos avanzando, botes que reman contra la corriente, incesantemente arrastrados hacia el pasado", dijo Fitzgerald al final de El gran Gatsby. Genial epitafio para una generación que odiaba la fría semblanza de un presente oscuro y vacío de sueños.

Vuelvo ahora a escuchar esa definición, en labios de Gavin Hewitt, referida a esta generación de jóvenes que llamaría del euro. La primera en mucho tiempo que ha de soportar el "merito" de vivir peor que sus padres. Seguro también la mejor preparada, llena de máster, cursos, títulos, idiomas, y sin embargo, con la peor perspectiva de trabajo que yo recuerde. Os han mandado a pescar a un lago que no tiene peces, no es vuestra la culpa, le dije hace poco a un chaval. Y así lo siento. La culpa no es de los padres, profesores o empresarios, es del diseño defectuoso, liberaloide, materialista, que se hace de una Europa cuyos líderes no se sienten orgullosos de que, aun teniendo el 7% de la población, signifiquemos el 25% de la economía y el 50% del gasto social en el mundo. Ni USA ni los tigres asiáticos tienen nada que enseñarnos, salvo a crear bolsas de pobreza o ancianos y niños desprotegidos frente a la adversidad.

La vieja Europa jamás habría permitido que una generación de jóvenes se perdiera. Los viejos líderes, que aún están en la retina, seguro están tristes por la escueta apuesta que se hace por el crecimiento y el empleo juvenil, por el estancamiento de los fondos estructurales, cuando las disparidades han aumentado, por una voz democrática que se resiste, por el poder creciente de los lobbys, por la debilidad exterior, en definitiva, por la venta del sueño europeo a los mercados, cayendo todo en brazos de un mercantilismo atroz. Hace unos años apostamos fuerte por el sueño de Europa. Jamás imaginábamos que todo quedaría en una vulgar apuesta monetaria.

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