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En nombre del Rey

En nombre del Rey

sábado 03 de noviembre de 2007, 11:49h
Así se administra la justicia en España de acuerdo con nuestra Constitución democrática: en nombre del Rey, pero por jueces y magistrados independientes que, sobre sólidos conocimientos jurídicos, responden ante su conciencia y ante la ciudadanía. Los españoles tenemos afortunadamente magistrados como Javier Gómez Bermúdez, que ha presidido de manera ejemplar este juicio sobre el terrible atentado terrorista de marzo de 2004, y quienes han formado tribunal con él y sentenciado por unanimidad, Alfonso Guevara y Fernando García Nicolás. Lo primero que conviene subrayar es el orgullo cívico por la rectitud, verdadera independencia y calidad jurídica de los magistrados de nuestro país.

Estanco a todas las presiones, ya fueran desde el poder político o desde los poderes mediáticos, el Tribunal ha sentado en el banquillo a quienes le fueron remitidos por la policía y por la instrucción, ha estudiado y analizado las pruebas, ha escuchado a las partes y ha sentenciado de acuerdo con hechos y no con opiniones. La Sentencia deja inequívocamente establecidas la autoría islamista del criminal atentado en suelo español, pero también, y esto es relevante, que la bárbara masacre se preparaba desde tiempo atrás, bastante antes de que España interviniera militarmente en Irak. Los condenados son los inequívocos actores materiales del crimen, aunque la instrucción no haya conseguido determinar las personas concretas que lo idearon y proyectaron.

Así que la ejemplar Sentencia termina con varios despropósitos y evidencia una infamia. Es el fin del despropósito de quienes pretendieron hacer un juicio paralelo que mantuviera contra viento y marea la implicación de ETA. Y del despropósito de quienes, en la otra trinchera mediática, se empeñaron, para eludir el vértigo del vacío, en inventarse un personaje, Mohamed “El egipcio”, a quien atribuir la idea y dirección del atentado, y que el Tribunal no ha tenido más remedio que absolver por ausencia total de pruebas.

Pero la Sentencia es también la evidencia de la infamia, sin precedentes en un país moderno, de los dirigentes de un partido –de los dirigentes coyunturales, no del partido– que, en ruptura con la ejemplar trayectoria seguida por el PSOE desde Toulouse y en un injustificado retorno por el túnel del tiempo a las cavernas del “largocaballerismo”, no sólo eludieron apoyar al Gobierno ante el ataque terrorista sino que afirmaron al país que el atentado era una respuesta a la intervención española en Irak y responsabilizaron personalmente al entonces presidente del Gobierno de las casi doscientas muertes que, ahora está claro, formaban parte del mismo previo proyecto criminal que arrasó las torres gemelas de Nueva York y a quienes allí trabajaban.

Gracias a un Tribunal formado por jueces independientes y capaces ya sabemos que ETA no tiene dos centenares de muertos que añadir a su terrible historia de casi un millar de asesinatos. Regrese pues Ángel Acebes a la sensatez del silencio, pues, aún creyendo en su buena fe cuando mantuvo la autoría de ETA contra las evidencias que  señalaban al islamismo, su falta de control del Ministerio y de sus funcionarios, su incompetencia por tanto, sirvió en bandeja la derrota electoral de su partido. Y acompáñenle en ese viaje a extramuros de la política quienes, la mañana trágica del 11-M, inspiraron las equivocadas decisiones de que el presidente no estuviera de inmediato en el corazón del escenario de la masacre, de que no convocara, desde allí mismo, a todos los líderes políticos a La Moncloa para cerrar filas contra el terror por encima de las diferencias ideológicas, de que no se asumiera en cuanto se supo la raíz islámica del crimen.

Bien, haga caso Rajoy a Pérez Rubalcaba y repita con él: “No fue ETA”. Es justo. Pero haga caso también Pérez Rubalcaba a la Sentencia y repita con todos: “El atentado de Atocha no fue consecuencia de la guerra de Irak porque ha quedado probado que se preparaba desde antes”. Comparezcan ante las cámaras de televisión los que gritaron “¡asesino!” a Aznar, y grítenlo a los verdaderos asesinos, los islamistas, y reclamen por tanto a quien entonces les animó al grito injurioso, esto es, a Rodríguez Zapatero, que saque de una vez las manos enfangadas de ese pozo fétido de pasteleo con el terror que es la mal llamada “Alianza de Civilizaciones”.

Y queda naturalmente la pregunta sin aparente respuesta. ¿Quiénes idearon y proyectaron el terrible crimen? La insignificancia personal y la penuria intelectual de los probados autores materiales de la masacre es natural que dejen un regusto amargo en los supervivientes y los familiares de las víctimas. Pero así es el terrorismo islámico. No es un terrorismo como el de ETA, que da la cara, sin que por supuesto ello sirva de la menor excusa. No. En el terrorismo islámico, las manos que mueven los hilos están lejos, no necesariamente en el fundamentalismo religioso, y protegidamente estancas de los ejecutores infectados ideológicamente en las mezquitas.

Las consecuencias de todo esto no son gratas, ni mucho menos cómodas. Es más fácil ignorar la realidad que nos amenaza, como pretendía Chamberlain “apaciguar” a Hítler. Aquel fracasado apaciguamiento, que se tradujo en decenas de millones de muertos y la más terrible guerra de la historia, es un ajustado y próximo precedente de la “Alianza de Civilizaciones”. Ya se está viendo en Turquía lo que dura el “islamismo moderado”, apenas los días necesarios para tomar el poder y empezar a aplicar la agenda secreta: integrismo, expansionismo armado, recorte real de libertades. ¿Es que ocultan los fundamentalistas islámicos su admiración por el nazismo? ¿No niegan los sátrapas de Irán la existencia misma del Holocausto? No fue culpable el pueblo alemán, sino la ideología nazi y su agenda secreta inexorablemente letal. No es culpable el pueblo árabe, sino el fundamentalismo islámico, con el que no hay diálogo posible.

 
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