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El derecho humano al deseo sexual

El derecho humano al deseo sexual

martes 13 de agosto de 2013, 08:43h
Dentro de poco van a cumplirse veinte años desde que tuvo lugar en 1994 la Conferencia Mundial de Población de Naciones Unidas, celebrada en El Cairo. La Conferencia fue un hito en cuanto a proponer una relación sana y libre entre sexualidad y reproducción. Como se esperaba, el Vaticano la atacó rotundamente, usando varios de sus argumentos religiosos. En realidad, la Conferencia venía a sancionar la superación de la visión pecaminosa de la sexualidad humana y proponía su relación autónoma respecto de la reproducción. Se establecía así de manera explícita el derecho humano al deseo sexual y a una sexualidad gozosa.
Sin embargo, ya en ese momento comenzaba a aparecer una fricción con sectores radicales del feminismo que no ha parado de crecer hasta el día de hoy. Y ahora, en medio del verano, ha visto resurgir ese discurso coercitivo, en la versión hispánica, es decir, sectaria.

La tesis central consiste en suponer que toda imagen explícitamente sexuada de la mujer, sobre todo en la publicidad, es simplemente sexista. Dicho de otra forma, toda imagen no recatada de la mujer, que motive deseo sexual es por definición denigrante. Algo muy parecido a lo que muchos creímos superado después del franquismo y que todavía mantiene, en su versión pecaminosa, el Vaticano.

Esta tesis se fundamenta en dos supuestos. El primero consiste en suponer que toda imagen de la mujer explícitamente sexual la convierte en objeto sexual. Una idea que apunta directamente contra el derecho al deseo sexual; ante todo, porque niega una evidencia: todos somos objetos sexuales. El problema no consiste en ser objeto de deseo sexual, sino en ser únicamente eso. Es decir, el problema reside en caer en el estereotipo. Pero el hecho de que una imagen muestre sobre todo esa faceta (la sexualidad) no implica que pierda los restantes atributos. Esa es una suposición del receptor, no del emisor.

El segundo supuesto refiere a la idea de que el uso de la imagen sexuada de la mujer es discriminatorio porque no sucede lo mismo con el hombre. Bueno, esa es una presunción un poco anticuada, pero no importa. Desde luego que es cierto que la mujer tiene más capacidad que el hombre de usar su cuerpo para incitar deseo sexual. Como dijera una clásica, para provocar deseo sexual el hombre tiene que utilizar un montón de recursos, la mujer solo tiene que desnudarse. Y también es cierto que por razones de dominación histórica, se le recortaron a la mujer otras capacidades y potencialidades. Pero no hace falta tener un doctorado en estudios de género para saber que la mujer tiene más control del eros que el varón y que el problema fue que el hombre, quizás para compensar, quiso adueñarse por completo del logos (algo que, sin duda, va contra natura). Pero ahora que la mujer también ocupa el logos, eso no quiere decir que abandone su dominio del eros (algo que también iría contra natura). Dicho de forma pedestre, la doctora, la arquitecta o la jueza no está dispuesta a desprenderse del rímel o del escote por desempeñar una determinada competencia profesional. Algo que, desde luego, tiene un poco confundidos a los hombres, que todavía no aciertan a moverse bien ante esa articulación ventajosa del eros y el logos que manejan de nuevo las mujeres. Pero precisamente por eso no tiene nada de extraño que sea su imagen la más potente para referir a la sexualidad. Pero esa proclividad no tiene por qué ser denigratoria.

Pondré un ejemplo ilustrativo. Últimamente, las imágenes públicas más explícitamente sexuales pueden encontrarse en las jornadas dedicadas al orgullo gay. Pues bien ¿han visto ustedes algún sector del feminismo radical afirmando que la imagen pública explícitamente sexual de una mujer lesbiana sea denigrante o discriminatoria? Difícil, verdad. Y el argumento podría ser que esa imagen es una muestra de la reivindicación de su sexualidad específica. Y bien podría ser. Pero no es fácil de entender por qué eso no sería así cuando se trata de la sexualidad heterosexual. A menos que estemos ante una discriminación inversa, claro está.
En suma, usar la imagen de una mujer con marcado énfasis sexual puede ser o no denigratorio. Como sucede, por lo demás, con muchas otras cosas. Pero ese tonillo que emplean algunos sectores contra la imagen sexual de la mujer, seguido por el coro de muchos analfabetos en materia de género, me recuerda demasiado a los viejos tiempos del Opus Dei cuando combatía la minifalda. La cosa no tendría mayor importancia si hoy no supiéramos que eso es simple y llanamente una agresión contra el derecho humano al deseo sexual (tenga la orientación que tenga). Y ya va siendo hora de decirlo. También, como antes, para acabar con tanta hipocresía.
  
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