lunes 19 de agosto de 2013, 16:21h
Gibraltar es parte de España, y del Imperio
Británico, y del mundo, pero como pertenecer, lo que se dice
pertenecer, pertenece a quienes lo habitan, y ahí es donde algunos
pinchan en hueso. No es que no nos quieran los gibraltareños, pues pocos
son los que no tienen pareja, o familia, o negocios, o casa en
territorio español, y menos los que no hablan nuestra lengua y los que
no se han criado oyendo música andaluza, flamenco y copla, en la radio o
de labios de los linenses que trabajan en el Peñón. Albert Hammond,
llanito emérito, se crió así, y cuando se aburrió de su pop edulcorado,
con el que empezó a triunfar en las matinales del Price de Madrid,
dedicó en la madurez su mejor trabajo a la copla andaluza de la que mamó
de chico. No es que no nos quieran, es que les gusta ser quienes son,
ser como son y vivir a su aire, un poco "british" ciertamente, en esa
mole rocosa en cuyas cuevas resistieron no se sabe cómo los últimos
Neandertales.
Otra cosa es, sin duda, que la protección que le dispensa el Reino
Unido, la antigua metrópoli y no tan antigua, distorsione su trato con
España, que no hay razón alguna, independientemente de la bandera que
ondee en su castillo moro, para que no sea de lo más amigable y fluida.
Esa protección, y no el natural pacífico de los gibraltareños, es la que
impele a La Roca a ser algo pirata, a pasarse a veces algunos pueblos y
a dar bocados a la franja neutral, a la bahía o al mar abierto de
levante directamente. En momentos como éste, de aguda debilidad política
y económica del estado español, esa tutela del Reino Unido, que nos
echó más de una mano para expulsar a Napoleón cuando llevaba más de un
siglo disfrutando de la propiedad de La Roca por habérsela regalado el
primer Borbón, inflama a Picardo, cuyo único talento político parece
reducirse a provocar al "enemigo", cosa que al nacionalismo, a cualquier
nacionalismo, procura, al parecer, alguna rentabilidad.
Para que Gibraltar sea de España no hacen falta las amenazas ni
los órdagos falsos de ningún gobierno español en horas bajas y
necesitado, también, de un enemigo exterior: lo es. También lo es, por
mucho que nos fastidie, de Inglaterra. Y del mundo. Pero es la casa,
propiedad por tanto, de los gibraltareños. Que Picardo retire los
ominosos bloques de hormigón, y Fernández los "controles exhaustivos" de
la frontera, y dejen a la gente en paz.