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Hello!, Mrs. Democracy

Hello!, Mrs. Democracy

domingo 08 de septiembre de 2013, 10:02h
El rey Guillermo el Conquistador prohibió, bajo pena de muerte, que los ingleses tuvieran fuego y luz en sus casas después de las ocho de la tarde. Imaginad, según los vientos, heladas y neviscas de aquellas tierras, lo que eso supondría para las débiles y blancas pieles de los sajones. La razón de tan cruel orden estaba en evitar que se realizasen reuniones nocturnas, las cuales bajo las penumbras de la rebeldía podrían poner en cuestión el poder real.  También, o sobre todo, como dice Voltaire, en el hecho de que un ser humano quiere demostrar, en este caso mejor que nunca a todas luces, su absoluto poder sobre los otros. Y qué mejor manera de hacerlo que penetrar en sus íntimas horas para clavar en las paredes de sus casas una orden irrefutable y posesiva. Leyendo la saga de reyes de Shakespeare se siente grande ese pulso de la democracia en Inglaterra, enfrentada al poder real, históricamente sucesor de los chamanes, los druidas o los barones, al cabo mediadores entre la divinidades y los hombres, y en consecuencia con potestad divina para dictar las leyes.

Hasta que nació la libertad, en Inglaterra por las querellas de los tiranos, cuando los barones obligaron a Juan Sin Tierra y a Enrique III a conceder la famosa Carta Magna, que aun siendo sobre todo una aspiración de la nobleza, benefició al pueblo, y con el tiempo a la Cámara de los Comunes, pues se hizo cada día más poderosa. Hasta el día de hoy, en el que todos los estamentos de poder están sometidos a ella. Está claro que los ingleses aprendieron bien la lección de la historia sobre la libertad, porque allí la democracia es más un gesto serio de disputa, y de ejercicio de la representatividad, que una ceremonia democrática en la que unos pocos dirigen el oficio y los fieles dicen amen.

La verdad es que siento cierta envidia de aquel parlamento. No ya por el nivel de discusión, que aquí es realmente pobre, incluso ágrafo a veces, sino también por la gestualidad, por la pasión democrática, por el hecho de que en cada momento  ese parlamento significa clara y honestamente el sentir popular, que tampoco suele estar
enclaustrado en los estrechos márgenes de la simpleza ideológica.

También me da envidia el profundo sentimiento democrático que tienen los líderes frente a sus diputados y viceversa. No castigan a nadie por votar lo que piensa. Lo de la guerra de Siria ha sido un ejemplo, y no entro en si es o no necesario acudir, sino en que el parlamento no ha sido un órgano vencido de antemano, como lo suele ser aquí.

Eso es democracia. Me da envidia, ya digo, y me gustaría que de una vez se reformaran las leyes para que tantos de nuestros principios constitucionales no sean salvas al viento.
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