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Ángel Fabregat, colaborador de DCCV
Ángel Fabregat, colaborador de DCCV

Minas de oro

jueves 12 de septiembre de 2013, 09:40h
En 1926 y siguientes, en plena crisis económica, mi padre, trabajador desde los nueve años en una gran empresa textil de mi pueblo, hoy más que centenaria, con cierta ayuda de sus propios "amos" fundó una pequeña fábrica de calcetines...
En 1926 y siguientes, en plena crisis económica, mi padre, trabajador desde los nueve años en una gran empresa textil de mi pueblo, hoy más que centenaria, con cierta ayuda de sus propios "amos" fundó una pequeña fábrica de calcetines (la de sus "amos" era de medias), mientras su hermano mayor seguía trabajando en la misma gran empresa, en la que ambos se habían formado y se habían ganado con su trabajo el cariño y el respeto de sus empleadores, de los que llegaron a ser amigos. Tengo la foto que la empresa me regaló cuando celebró el primer 75º aniversario de la fundación. Está en la foto el "agüelo" Celestino, el fundador, con los 25 primeros obreros.

En la foto pueden verse, junto a mi padre y mi tío, niños entonces, a los otros 23 obreros adultos y a varios hijos del fundador, los que fueron siempre amigos nuestros. Aquellos obreros, como los que luego conocí en Ibi, antiguos obreros de Payá Hermanos, seguramente, con criterios sindicalistas, revolucionarios y obreristas, fueron, como mi padre y mi tío, explotados durante bastantes años de su vida laboral, en beneficio de la "mina de oro" de la empresa textil; pero en ambos casos, al menos los mejores, fueron tan bien formados que consiguieron, con lo aprendido en la empresa "explotadora" fundar nuevas empresas que, a su vez, dieron trabajo mejor pagado a otros obreros. En 1959, muerto mi padre en el 46, faltos de la orientación del hombre que realmente llevaba la empresa y, especialmente las ventas, porque era un vendedor nato e inmejorable, cerramos nuestra empresa, mientras un amigo de un pueblo limítrofe, comprándonos las máquinas a precio de saldo, con su habilidad comercial e iniciativa, se enriquecía fabricando chándals en vez de calcetines.

Una de las nietas de la empresa en la que trabajó mi padre, amiga mía en la infancia, adolescencia y juventud, se casó con uno de mis mejores amigos, que pasó a ser directivo y dueño. En el 82, tanto él como yo, progres y demócratas, formados en los salesianos durante el franquismo, con buenas raíces sociales y culturales cristianas, simpatizantes con la Populorum Progressio, la Mater et Magistra, el Concilio y el Cardenal Tarancón, decidimos votar al PSOE, convencidos de que a España y a las grandes empresas (textiles o no) les convenía una "pasada por la izquierda".

Poco tiempo después mi amigo me dijo que "con las leyes socialistas" él estaba mucho mejor, como empresario, que con las leyes de Franco (que venían de Girón, que las copió, dicen, de Largo Caballero) y que, a su juicio, los obreros habían pasado a estar mucho más en manos del empresario. En los finales 60 yo había defendido en público, en mi pueblo, que las empresas debían pagar mejor a los obreros para permitir una vida familiar digna y para fomentar el nacimiento de hijos que pudieran ser bien educados. Eran tiempos en que las familias solían tener más de tres hijos y en que una familia, si tenía trabajo (muchos, hasta unos tres millones, decían, emigraron a Europa o América), con un tercio de lo que ganaban durante quince años, se podían pagar una vivienda digna. Yo había afirmado que los representantes sindicales debían tener acceso a la contabilidad A (ya había contabilidad B) para juzgar con ecuanimidad cuál era el beneficio que debía tener la empresa para sostenerse y crecer y cuáles debían ser los salarios dignos de los dirigentes y obreros. Un amigo mío catalán, ingeniero, director de una empresa mediana de la construcción en Barcelona, sostenía llevándolo a la práctica, en los últimos 50 y primeros 60, que él no podía cobrar digna y decentemente más de tres veces de lo que cobrase el último peón de su empresa.

Naturalmente el capataz, antiguo obrero de la empresa, le tachaba de idealista utópico, de ridículo, de "imbécil y estúpido", en una palabra. Mi amigo terminó por casi quedarse sin una pensión digna al jubilarse, tal había sido su fervor cristiano y social. Otro amigo abogado, criado en la Barceloneta, que había estudiado, como el futuro ingeniero, el bachillerato en los salesianos de Horta, con una beca, sin que ninguno ellos ni de ni de sus compañeros supieran nunca su situación de becados "por pobres o necesitados", le ayudó a salvar la situación desesperada.

Hoy, con toda la herencia recibida de Felipe González, de José María Aznar, de José Luis Rodríguez Zapatero, más la Reforma Laboral del Gobierno Mariano Rajoy-Fátima Báñez, estamos con unos salarios absolutamente esclavistas, que impiden crear familias dignas con proyección de futuro. En muchos casos, tratándose de pequeñas empresas, de empresas en crisis, podrá ser necesario aceptar esta situación salarial. El problema lo tenemos en que estos sindicatos y partidos de izquierda y derecha son más corruptos, menos democráticos y menos defensores de los verdaderos intereses de los obreros y empleados que los de los años 60 y 70. Que toda la sociedad se ha corrompido aceptando "progresismos baratos" que destruyen los pilares culturales (no digo ya religiosos) de la familia, frutos de un capitalismo rabioso y suicida y de un socialismo o marxismo que sólo condena el fascismo o nazismo (millones de muertos a su cargo), pero no el "comunismo stalinista, leninista o maoísta" (muchos más millones de muertos a sus espaldas).

Profesionales en diversas actividades, que exigen titulaciones académicas universitarias y hasta doctorados, y profesiones menos acreditadas (podríamos hablar incluso de profesiones tan mal consideradas aunque excesivamente usadas, como las prostitutas) cobran 1000? al mes por trabajos en que sus "empleadores" cobran 5000? por acto (no al mes) de los que ejecutan los empleados tan cualificados. Una titulada, con la que he hablado sobre el tema, me decía: "ejerciendo mi profesión (digna profesión) en Francia (donde tanto aprendí) mi empleadora, que tenía a su servicio en su empresa diez personas con la misma titulación que yo, si cobraba la empresa 40? por acto, ella nos daba a cada uno 30 y se quedaba 10?, con lo cual ella ganaba 100? cada vez que nosotros ganábamos 30. Se sentía bien pagada como empresaria, y nosotros, también, como empleados. En España intenté emplearme del mismo modo. Aquí me ofrecían sólo 10? por acto realizado en una empresa igual que la francesa, con lo que mientras yo y mis compañeros ganábamos 10?, el "amo" ganaba 300?, Me instalé por mi cuenta y ahora gano 20? por cada paciente que atiendo y he de pagar los gastos de mi local, de mi situación como autónomo; pero estoy contenta, porque gano lo suficiente, aunque nunca me haré rica con mi trabajo: no tengo las habilidades de Bale, Neimar o Messi.

Cuando yo era simplemente maestro, en un colegio religioso de Alcalá de Henares, mi director de entonces (1973-74) me pagaba las 10.500pts al mes como maestro de inglés de 6º y 7º (no había aún 8º). Como el colegio era "concertado", ese sueldo era el que pagaba el Estado al Colegio. Pero, haciendo una cierta trampa en los horarios, aquel director  me hacía dar media hora de inglés semanal a todos los alumnos restantes del colegio (500) a los que cobraba 500pts al mes por alumno. De las 250.000pts que ingresaba por mi trabajo agotador él me pagaba 2.000pts al mes como complemento.
Estos conceptos empresariales, estos sindicatos corruptos y no autofinanciados, no verdaderos defensores de los intereses del obrero en la empresa concreta, estos políticos, desconectados de la atmósfera social real de nuestra gran nación, son los que dificultan tanto la mejora de nuestra sociedad. Y, sobre todo, esta oposición desesperada que no puede tolerar que Rajoy, a pesar de Bárcenas y de los grandes errores del PP, triunfe en su gobierno dentro de Europa. 
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