jueves 12 de septiembre de 2013, 18:36h
Perdón, me equivoqué. Es decir, me
quede corto. El reinicio del curso político no nace únicamente marcado por este
intento del gobierno de obligarnos a elegir entre la bolsa (la economía) o la
verdad (sobre los manejos de Bárcenas y el PP). Hay otra gran mentira que sigue
presente en esta vuelta del verano: la que el independentismo catalán nos
quiere hacer tragar a todos.
Todo su discurso está basado en una
acumulación de grandes y pequeñas mentiras. Resulta una falsedad histórica
tratar de convertir lo que fue un conflicto dinástico, entre los Borbones y los
Austrias, con dimensiones internacionales, en una lucha por la independencia de
Cataluña. Es una mentira de cortos vuelos, asegurar que Cataluña tiene un trato
desfavorable en los presupuestos públicos. Es una soberana mentira que Cataluña
resolvería su crisis económica mediante la pócima mágica de la independencia.
Es una mentira simpática hacer el cálculo de los asistentes a la cadena de este
11 de septiembre por anticipado, estimando que llegarían un millón seiscientas
mil personas, cuando la Generalitat sabe perfectamente que habría que cortar
esa cifra por la mitad. Y sin embargo, toda esta acumulación de mentiritas y
mentirotas está produciendo uno de los mayores problemas que tiene hoy el país.
Porque lo que no es ninguna mentira
es que hoy en Cataluña hay mucha gente que siente que el abrazo a la identidad
nacionalista es lo que da sentido a su futuro. Y no importa tanto si son la
mitad o menos de la mitad. Dicho de forma más pedestre, lo que no es mentira es
que mucha gente en Cataluña ha acabado comprándose ese conjunto de mentiras. Ya
se ha dicho múltiples veces que el nacionalismo catalán es una cuestión de
emociones y sentimientos, que no tiene mucho de sentido común. Vale. Parece que
nos cuesta recordar que han sido y son los sentimientos identitarios los que
producen con frecuencia los grandes conflictos humanos.
Claro, la pregunta es ¿pero cómo es
posible que hayamos llegado a esta situación? Hay una referencia que están
haciendo muchos, pero que a mí me gustaría redondear. Julia Navarro hace
mención de la (i)responsabilidad de Zapatero en este dislate. Dice con razón: "La
realidad es que si se ha llegado hasta aquí ha sido, entre otras causas, por
los errores cometidos por Rodríguez Zapatero. Cuando Zapatero asumió la
Presidencia del Gobierno, en Cataluña eran minoría los que defendían la
independencia, después de Zapatero se cuentan por decenas de miles". Correcto,
pero si eso se pone en perspectiva tendrían que sacarse las correctas
consecuencias: Joaquín Leguina atina cuando afirma que Zapatero pasará a la
historia como el causante del mayor desgobierno que ha sufrido este país. Ahora bien, lo que no dice Julia es la causa
que llevó a Zapatero a esos errores. Y la razón, como en el caso de la crisis
económica, no es otra que la de su profundo fenicismo político, su venta
constante de fundamentos políticos, esa carencia de solidez conceptual que le
llevó a abandonar el programa socialdemócrata para abrazar el del partido
radical italiano. Cuando Zapatero necesitó de apoyo político fue capaz de
vender a su santa madre constitucional. Y eso con el nacionalismo se paga. No
se puede correr el riesgo de jugar al aprendiz de brujo para trastear con el independentismo,
porque la acumulación de sentimientos identitarios, una vez desatados, es muy
difícil de detener.
Y después de esta acumulación de
prebendas (embajadas por doquier, estatuto al gusto, etc.) viene ahora, para
acabar de fastidiar la situación, la crisis moral y política de la derecha
española. En este sentido, el actual nacionalismo catalán "de diseño" es de
naturaleza reactiva: surge en medio de una crisis y a partir del rechazo que
nos provoca a todos la política española actual. En medio de este rechazo, la
tendencia del catalanismo de hacer comida aparte, conduce inevitablemente al
distanciamiento del resto de España. Es decir, me siento catalán porque no me
gusta la realidad en España. Y me apunto a la mentira de que siendo
independiente no tendría mácula identitaria y todo sería más fácil.
Pues bien, ha llegado el momento de
llamar a las cosas por su nombre. Es necesario que lo cortés no quite lo
valiente. Mucho dialogo pero teniendo los conceptos claros. Hay que desnudar el
discurso falaz del independentismo. Y lo digo desde la legitimidad que me
otorga venir de una familia catalana por parte de madre que emigró desde Reus
al centro de la península. Soy Moraga, Grases y Puig. Estudié catalán bajo el
franquismo, cuando la defensa de la verdad identitaria tenía algún que otro
riesgo. Pero precisamente por eso no me compro esta otra mentira acumulada que
nos ofrece el actual retorno del curso político.