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La convicción de los buscones

La convicción de los buscones

miércoles 18 de septiembre de 2013, 12:08h
 "The best lack all conviction, while the worst/are full of passionate intensity". Esas estrofas del poema "The Second Coming" de W. B. Yeats podrían traducirse por algo como "los mejores carecen de toda convicción, mientras los peores/están llenos de apasionada intensidad", y fueron escritas en 1919, tras la atroz carnicería nacionalista y patriotera de la Primera Guerra Mundial.
Los versos me vienen a la cabeza cuando leo esas acusaciones de falta de reacción o de argumentos, de Rajoy en particular, o de los españoles en general ante el desplante catalán. Unos pocos, los tremendistas, asaltan librerías y quieren ir calentando los motores de los tanques. Otros casi tan pocos como los anteriores, contemporizan proponiendo cataplasmas federalistas. Y la mayoría, los mejores, carentes de toda convicción ni fu ni fa. No veo a nadie atreviéndose a organizar una cadena humana de norte a sur de la Península para reivindicar la españolidad del Principado. La vía catalana y su conga, según sus números, ha dejado en casa al 81 % de los catalanes. En el caso de los españoles me atrevería a cifrar en un 99 % el número de indiferentes a la unidad de destino en lo universal, encontrando cien mejores formas de perder el tiempo que dándose la mano vestidos de amarillo piolín.
Es cierto, la secesión de Cataluña seria mala para el resto de España y nefasta para el Principado, pero en términos de un cálculo de esfuerzos y beneficios la mayoría de los españoles se encoge de hombros, recordando tormentas mucho peores de las cuales se ha salido airoso.
Por supuesto, perderemos presencia en ciertos organismos internacionales; España, invitada permanente en las reuniones del G-20, es un cauce privilegiado para representar los intereses de Cataluña en ese selecto club, cada vez más relevante ante la inoperancia y futilidad de la ONU. Hoy las decisiones más trascendentales se negocian y acuerdan en ese foro por los gobiernos de cada país, lo cual explica, por otro lado, la mengua del poder legislativo en muchos países ante el creciente protagonismo del ejecutivo en esas reuniones. La fragmentación de España en dos países menores dejaría la presencia ibérica en el G-20 diluida en el grupo común de la Unión Europea, y Cataluña se vería expulsada del club, tanto como parte de la delegación española como de la comunitaria europea.
Eso podría ser un argumento racional, como el hecho de haber multiplicado el número de países europeos sin aumentar ni un punto por esa causa la felicidad en esos territorios. Hemos pasado de 24 estados soberanos en Europa en 1906 a 34 en 1956, 47 en el 2006 y hasta 54 hoy.
Y no sólo no haciendo más felices a sus habitantes; tampoco solucionando gran cosa; las proclamaciones independentistas sólo abren las puertas a nuevas secesiones, como pasó con el Imperio Austrohúngaro en 1919, cuando se escindieron de ese ente plurinacional los nuevos estados federales Yugoeslavia y Checoeslovaquia, para dividirse a su vez décadas después en un puñado de nuevos estados, demostrando la inutilidad de la racionalidad federalista frente a la sinrazón nacionalista.
Tenemos en Europa registradas 234 lenguas diferentes, incluyendo el aranés, cada excepción cultural con el mismo supuesto derecho a un estado independiente. Pero la consiguiente fragmentación del mapa político hace competir a unas naciones con otras, prostituyéndose para busconear inversiones de las grandes corporaciones transnacionales. A veces esos retazos de territorio se convierten en paraísos fiscales burlando la legislación europea. En todos los casos esa competencia se hace reduciendo salarios e impuestos, imposibilitando la supervivencia del Estado del Bienestar y convirtiendo a los nacionalistas, a todos ellos, por muy de izquierdas que se proclamen, en aliados objetivos de las privatizaciones, las multinacionales, la reducción de las pensiones, el deterioro de la educación y la sanidad, además de cómplices del empobrecimiento de los trabajadores. Precisamente en Holanda, un pequeño y rico país europeo, el actual Gobierno, de centro izquierda, acaba de anunciar el fin del "clásico estado de bienestar de la segunda mitad del siglo XX" en un discurso pronunciado por el nuevo rey, Guillermo Alejandro.
El argumento de futuro de los catalanistas radicales es una promesa de paraíso; un edén independiente entre la idealizada Arcadia y los mitológicos Campos Elíseos, y lo dicen con la misma confianza ciega demostrada por el capitán del Titanic cuando afirmó no poder concebir ningún desastre capaz de afectar a ese navío, o al mismo vicepresidente de la White Star Line: "El barco es insumergible, y nada, salvo alguna incomodidad, afectará a los pasajeros".
Claro que Philip Franklin lo dijo con la misma apasionada convicción impostada por Artur Mas cuando éste predice un futuro glorioso para una Cataluña insumergible; la convicción de los peores cuando juegan con el destino de los humanos, como ya escribió Yeats.
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