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Colorines

Colorines

martes 01 de octubre de 2013, 18:12h
La senadora de Amaiur, Amalur Mendizabal, ha recibido ocho puntos de sutura en la cabeza tras recibir el porrazo de un ertzaina durante las protestas por el registro de la sede de Herrira en Hernani.

Flash back.
Debía estar yo de visita por la Aste Nagusia, las fiestas de Bilbao allá por 1984. Recuerdo bien aquel agosto en fiestas, por el estreno en el Albéniz de la calle Fernández del Campo de una revista musical canalla llamada "Bilbao, Bilbao". Montada por el grupo teatral Karraka con La Otxoa de personaje central, la obra se reía de todos los tópicos locales con un humor desconocido en aquellos años grises de plomo, desastres e inundaciones.

Durante mucho tiempo el nacionalismo vasco había exigido una policía propia, culpando a la Nacional y a la Guardia Civil de todos los desmanes y atrocidades imaginables. En sus ensoñaciones sobre un futuro rosa chicle dibujaban un "Bobby" británico sin más armas que la chapela mediolao, la amabilidad en el gesto y una fórmula cortés para resolver cualquier situación violenta. Dos años antes de la revista musical y uno antes de las inundaciones habían conseguido su sueño, y huyendo de la connotación militar del color caqui madero y el verde oliva picoleto diseñaron unos uniformes parchís con listas de colorines aquí y allá. Era el sueño peneuvista de una ertzaina angelical sobrevolando el bien y el mal, pero eso estaba reñido con la más mínima profesionalización y el sangriento grado de violencia alcanzado en la espiral asesina etarra. Una vez más la realidad imponía su crudo criterio a las ingenuas fantasías nacionalistas.

De aquella revista musical canalla de "Bilbao, Bilbao" se me quedaron grabadas dos cosas; las picaduras de todas las pulgas supervivientes de las inundaciones del año anterior refugiadas en lo más mullido de mi asiento y el pasodoble de la Ertzaina, cuando unos manifestantes abertzales en el escenario coreaban: "El alcalde de mi pueblo / tiene mucha ilustración / y ha pedido que la ertzaina / corte la concentración. / Yo quiero ser ertzaina , de azul y rojo vestir / tomar parte en las hazañas, de la histeria del país / ¡Como luce nuestra ertzaina'. Es madera del país / pino, roble, tilo, haya, / dan calor con frenesí" y terminaban con el estribillo de "Ertzaina, disuélveme túúúúú..."

El trasfondo amable de la parodia era recibido con carcajadas por unos espectadores ansiosos de reírse de la violencia y los asesinatos cotidianos. Pero la pulla ácrata al nacionalismo se escondía, lúcida y aguda, bajo los compases bufos del pasodoble.

Pronto se hizo evidente para qué querían los peneuvistas una policía propia. Identificando como hacen los nacionalistas nación-pueblo-partido en una unidad de destino en lo universal querían una policía marioneta. Así entendían lo de "propia". Colocaron a gente del partido en la cadena de mandos y la usaron en sus tejemanejes particulares. Otro agosto, dos años después del estreno de "Bilbao, Bilbao" ertzainas de confianza del partido recibieron, supuestamente, órdenes del Consejero de Interior, Luis María Retolaza para pinchar los teléfonos de Carlos Garaicoetxea en su casa de Zarautz. El asunto falló gracias a los escrúpulos y a la ética de uno de los ertzainas encargados del espionaje, pero su valiente acción le costó la carrera cuando el peneuvista Retolaza y los jefes de la Ertzaina inculpados se dedicaron a denigrarle en el juicio consiguiente.

Los uniformes de calle de la Ertzaina se han ido alejando del tuttifrutti parchís para acercarse al azul oscuro policial, manteniendo el siniestro negro de los "beltzas" antidisturbios. El color de la realidad en las calles cuando se hace necesario llamar a la Brigada Móvil y sacar la porra. Por supuesto las ensoñaciones peneuvistas de una policía cómplice y jatorra con la sonrisa bonachona como única arma disuasoria quedó en eso. Sus pelotas de goma son tan dolorosas como las de la Guardia Civil, como podrían dar fe los familiares de Íñigo Cabacas, muerto de un bolazo en la cabeza disparado por la Ertzaina durante los incidentes tras un partido de fútbol, y los porrazos en las cabezas de las senadoras de Amaiur no se diferencian de los que arreaban los grises. "Ertzaina, disuélveme túúúúú..."

Hay otros ejemplo similares. Alicia Sánchez-Camacho, líder del Partido Popular en Cataluña. Desconfiando de la Generalitat renunció hace unos meses a la escolta de los Mossos d'Esquadra. Sospechaba del director general de la policía catalana, Manel Prat. O el supuesto borrado de la iniciales de Jordi Pujol hijo ordenado a los Mossos de Esquadra en el Caso Palau. Por supuesto los Mossos han sido acusados de otras lindezas, como reventar los testículos a un sospechoso al lanzarle una granada o torturar a un detenido rumano, hemofílico además, a quien confundieron con un atracador. Están también los innumerables casos como el de Esther Quintana y su ojo perdido por un pelotazo, o el bazo reventado de un joven de manera similar. "Mosso, disuélveme túúúúú..."

Pero los independentistas no aprenden de la realidad. Siguen soñando con sus montañas de Heidi pintadas de colorines, sin comprender que en muchos casos a menor escala aumenta la corrupción, el nepotismo, los enchufes clientelares y los abusos. Y no siempre habrá un ertzaina honrado y valiente capaz de desobedecer órdenes ilegales. En su ingenuidad los nacionalistas imaginan entes idílicos; basta el pensamiento mágico y añadir la coletilla de "vasco" o "catalán" a cualquier cosa inmóvil o semoviente en una ontología del deseo propia de quien aún cree en los Reyes Magos o Papa Noel. Cantemos pues a la Navidad; "Olantzero, disuélveme túúúúú..."
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