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Crítica de 'Tú serás Virginia Woolf': Historia de familia

Crítica de 'Tú serás Virginia Woolf': Historia de familia

viernes 18 de octubre de 2013, 17:39h

Tú serás Virginia Woolf, la segunda novela de Juana Vázquez Marín, apareció justo antes del verano bajo el sello de Endymión. Escribí entonces en esta columna, que la novela debía pertenecer a un ciclo temático y sentimental del que forma parte también su libro de poemas Tiempo de caramelos. Ahora me reafirmo en ello. Tiempo de caramelos fue un ajuste de cuentas lírico con toda su educación sentimental. Muy especialmente, con esa exigencia de excelencia, finalmente paralizante, por parte del padre. Tú serás Virginia Woolf se separa de lo autobiográfico por elevación, por exageración diríamos, porque para eso la ficción maneja con autonomía los datos que la vida nos ofrece. Y se separa de la lírica -incluso de su primera novela, Con olor a naftalina- por el lenguaje, que aquí es voluntariamente no literario, voluntariamente oral, un lenguaje que recoge las locuciones de las tribus urbanas, los giros, los tacos, etcétera. Me recuerda ese mandamiento de Cabrera Infante encabezando sus Tres Tristes Tigres, cuando dice -y lo menciono de memoria- que intenta cazar al vuelo las distintas maneras de hablar de sus personajes, las distintas hablas de la Habana, no vaya a ser que el lector piense que todos quieren hablar igual sin conseguirlo. Los personajes de Juana Vázquez no hablan igual, y no escriben igual. Un corte generacional y tribal los separa, tanto como su situación en el orden jerárquico -desorden, en este caso, pero no menos jerárquico- de la familia. Porque, con un bisturí cruel, Juana Vázquez disecciona una familia de clase media situada en un barrio del cinturón de Madrid, en un momento de grave, de inevitable deterioro.

No les voy a contar la historia, pero si me gustaría, a grandes rasgos, meterles en ella. Un padre bancario, con ambiciones de ascenso nunca cumplidas, y de gloria interpósita persona, es decir, por medio de una de sus hijas: una desaforada medioalcohólica, que va a ser Virginia Woolf o más, y que por tanto, por el genio, o el don, que se dice constantemente y que no es otro que la "literatura de culto", es apoyada incluso en sus.... vicios, en sus conductas violentas y antisociales. Su cuidadosa elaboración de un destino trágico, su sufrimiento, es visto por su padre -y sufrido por el resto de la familia- como parte integrante de su vida de genia, por otra parte sin demostrar. Una madre abandonada y dejada, aterrorizada y con una intensa sensación de soledad, que odia todos y cada uno de sus quehaceres -profesora, ama de casa, madre- y hasta su vida, que se va recluyendo en el silencio, y que está psiquiatrizada, mientras en su cerebro aparecen esos primeros "mejillones tigres" que diría Ramón Buenaventura, y que anuncian el altzheimer u otra enfermedad de la memoria. La otra hermana, la mediosensata, que no ha tenido la opción de ser hescritora con hache, pero que estudia periodismo, que no es lo mismo, y a la que todos adjudican una personalidad plana porque ha sabido esconder sus secretos. Y por fin, la tata -que es una figura querida y recurrente en la obra de Juana Vázquez- y que, con sus mil años a cuestas, tiene los pies de la cotidianidad en la tierra y en la casa, y, cuando habla, resuenan las verdaderas notas líricas de la novela. El pasado mejor, el paisaje de la memoria buena, en fin. El pueblo de origen, que ya tampoco está. Y la actividad práctica.

Hay que decir que todos, menos la tata, escriben. El padre, notas. La madre, ese diario por prescripción facultativa, que es troncal en la novela. Las hermanas..... nada especial salvo sorpresas de las que no voy a destripar nada. Y la propia Juana Vázquez, que entra con su nombre y apellidos como personaje y, ambiguamente, como narradora. Muy ambiguamente, y ahí está uno de los logros de esta novela que, además de hablar del ambiente cerrado de una familia a la que muchas se parecen, trata en realidad de la literatura, del lenguaje, de la relación entre la vida y la ficción. Y hay que decir también que comparten, al menos la madre y la hija, una desmedida y dependiente afición al alcohol.

El ambiente, no se lo voy a negar, es bastante sórdido. Como estancado. Y ese es, seguramente, el efecto de uno de los recursos fundamentales de esta novela, que es rica en ellos. La machacona insistencia en algunos leitmotivs, como la genialidad de Irena, auténtica obsesión del padre. O su desprecio al barrio, o su extraña doble vida. La acción transcurre despacio, entre discursos, pero transcurre. Lo que le da a la estructura tiempo una rara textura: el tiempo (¿Cuánto?) pasa, claro que pasa, en magnitudes inaprehensibles: no sabemos cuánto. Un año? Un mes? Unos días? Dos años? Porque todo sigue más o menos igual y de eso también se trata. Transcurre la vida y, salvo engordes y adelgaces, pequeñas ilusiones y desilusiones, todo sigue igual, aunque un poquito más desastrado, más deteriorado, más decadente .... Pero, volviendo a la idea de las reiteraciones, yo diría que así son las cosas: nacen algunas ideas -la niña es un genio- se les va dando forma casi inamovible, de manera que en cuanto empieza ya sabes lo que sigue, y se repiten incesantemente como mantras, como oraciones, como liturgias que cohesionan o dinamitan -como en este caso- familia y psiques. Pero es así: ese es el proceso, y Juana, en vez de contarlo, lo reproduce. Su libro, que es literatura sobre literatura, funciona como la vida. Si, como la vida misma.

Yo creo que estamos ante una buena novela, ante una metáfora de la familia, de la educación sentimental, que por obra o por defecto, se da siempre allí donde transcurrió nuestra infancia. Escrita con una eficacia rigurosa y un oído para las hablas verdaderamente sorprendente, es una auténtica caja china, de la que van saliendo otras no tan idénticas, no tan iguales aunque sólo fuera porque unas contienen y dan lugar a otras. La sorpresa final no se la voy a destapar, pero tal vez ahí, en esa personalidad más desintegrada que las demás -aunque quién puede saberlo- resiste y brilla la verdad: la de la literatura, y la de la vida, si entendemos la vida como desgracia. No, no es una novela optimista, pero de las historias felices nunca se hizo buena literatura. Así va la cosa.

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