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La memoria y la nostalgia

'Lagrimas de cocodrilo': Noviembre

'Lagrimas de cocodrilo': Noviembre

viernes 25 de octubre de 2013, 18:09h
Llega noviembre aunque sigamos en octubre, y aunque todavía no se haya movido el reloj. Es un mes malvado, insoportable. Relleno de nostalgia. Como las novelas de las que habla hoy esta columna: no malvadas. Si, de la memoria.

Me pilla noviembre, asómbrense, releyendo El Coyote, del José Mallorquí que llenó mi infancia colgada de la radio. Y lo releo en la edición de Cátedra, que celebra el centenario del autor, y que convierte definitivamente en literatura de culto -y léase en el sentido más cinematográfico posible- esas novelitas que eran de kiosco: me produce una extraña sensación leerlo en papel marfil satinado de buen gramaje, recuperarlo de la mano de Luis Alberto de Cuenca, y más, descubrir al autor, a Mallorquí, en la biografía prologal que escribe su hijo, el también escritor César Mallorquí. Les recomiendo vivamente esta edición que recupera al héroe que llenó toda una década de la tardía posguerra con sus casi doscientos títulos traducidos a dieciséis idiomas, y ese personaje, el Coyote, don César de Echague, tan californiano, tan enmascarado y tan justiciero como El Zorro, que ya en los años veinte creara Johnston McCulley, siguiendo la tradición postromántica de esos personajes "esquizofrénicos", dobles, como Pimpinela Escarlata, de la Baronesa de Orzy. Grande, Mallorquí, grande de la novela popular -y de su ingente producción, la serie de El Coyote es lo más de lo más- y grande en los seriales radiofónicos inolvidables, como Dos hombres buenos....

Pero hay muchas formas de la nostalgia, que cuántas veces la ponemos nosotros, los lectores. Me pasa con la maravillosa novela de Manuel Gutiérrez Aragón, Cuando el frío llegue al corazón, recién publicada por Anagrama. Con Gutiérrez Aragón me pasa que veo sus novelas, porque se reconoce la misma pluma que en el cine, la misma mirada, las mismas geografías, los mismos demonios. Aquí es una historia iniciática, en el amor, en el vino, en el tabaco y.... y en el paisaje, esos verdes del norte que nadie ha contado como él, y esa historia dramática, pero contada sin dramatismos y con gracia y que no les voy a contar, primero, porque eso no se hace, y segundo, porque las novelas de Gutiérrez Aragón -como sus películas, que no entiendo que lo suyo con el cine no tenga vuelta, aunque el escritor que siempre hubo en él se vea ahora más y mejor- las novelas y las pelis de Gutiérrez Aragón, decía, se leen y se ven como si las estuvieras viendo. A ver, como si el texto -o la cámara- decidera que es un medio lo más discreto y "mejor educado" posible, que te deja ahí con el chaval, su bici, sus amigos, sus primeros vinos, su padre en la trena, las vacas, los frailes, su tía.... Y el monte, y los y las que suben y bajan del monte, que ya no diré más. Ese monte verde. A mí me ha gustado mucho. Mucho.

También con la nostalgia de este noviembre adelantado, leo Los ingenuos, de Manuel Longares, publicado por Galaxia Guttemberg. Aquí, y no es por comparar, hay un estilo, cómo decir, más voluntariamente literario, y un lenguaje más recordador de locuciones y frases hechas comunes a las tres épocas madrileñas en que se sitúan sus personajes; y hay unos tiempos más largos, que empiezan antes y llegan hasta la muerte del muerto, y todo aquel aquelarre de equipos médicos habituales, y aquella muerte terrible que parecía salida de un cuadro de mi amigo José Hernández. Osea, que, desde una pareja de jóvenes de la guerra, y sus amigos, y aquel primer cine de CIFESA, y el mapa del Madrid de la Gran Vía y sus aledaños, nos hace Longares una vuelta por esta España que no conoce ni su madre, pero que.... ay, dios no lo quiera. Que aquí, más que nostalgia, hay memoria. Y no digo más.

Miro los libros que tengo delante, bajo el cielo plomizo que entra por mi ventana de horizonte corto. El cielo que preside, en el Norte profundo de mis amores -bueno, un poco más a occidente- Vivir en los cafés, el último libro de Ovidio Parades, que es una suerte de diario que pasó antes por su blog y ahora publica Trabe, y que ha prologado Laura Freixas, y me gusta la manera en que Ovidio enlaza cultura y crítica y autobiografía. Esta literatura del yo, que en España era pudorosamente rara, casi inexistente, y que ahora parece dar frutos sin disfraz. Hay mucha lluvia, claro, Asturias como Asturias, pero.... No es lo mismo. Esta lluvia de Madrid es otra cosa. A mí, que en cualquier geografía me pone triste -ah, el sol eterno, la luz transparente y azul del Sur- allá se me vuelve natural, parte de mi piel. Aquí, no. No puedo soportar Noviembre.

Ediciones anteriores de 'Lágrimas de cocodrilo'

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