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Hacer nuestra la Constitución

Hacer nuestra la Constitución

miércoles 13 de noviembre de 2013, 13:19h
Es propio del ser humano acostumbrarse fácilmente a las cosas y no valorar aquellos bienes que se poseen de forma continuada. No se aprecia, por ejemplo, el bienestar material mientras se disfruta de él, ni se pondera la importancia de la salud hasta que deja de tenerse. Por ello, pensando en el 35 aniversario de la Constitución Española de 1978, no puedo dejar de experimentar un cierto sentimiento de melancolía. Porque, sin lugar a dudas, que nuestra Carta Magna haya alcanzado una vigencia tan prolongada, y que los españoles hayamos sido capaces de convivir en paz y en estabilidad durante tantos años, es un motivo de satisfacción para todos los demócratas.

Pero el paso del tiempo encierra también, como en tantos ámbitos de la vida, el riesgo de la rutina. Después de varias décadas viviendo con normalidad un régimen democrático y de libertades, podemos caer en la tentación de pensar que se encuentra irreversiblemente garantizado, podemos olvidar los sacrificios que costó conseguirlo o, lo que sería más grave, podemos cometer la ligereza de menospreciar los peligros para la salud de nuestro sistema de convivencia.

Creo que es muy oportuno, por ello, que cada año renovemos nuestro homenaje a la Constitución, y expresemos en voz alta nuestro orgullo por haber sido capaces de construir y preservar un modelo de convivencia como el que tenemos. De modo especial, hemos de transmitir los sentimientos de lealtad y adhesión a la Constitución a las generaciones más jóvenes.

Pensemos que en estos momentos en torno a 19 millones de españoles son ya más jóvenes que la Constitución; en otras palabras, el 40% de la población española ha nacido después del 6 de diciembre de 1978, no conoció las dificultades de la Transición y ha vivido siempre bajo el mismo sistema político. Escribió hace muchos años nuestro ilustre jurista Eduardo García de Enterría, recogiendo las aportaciones de la mejor doctrina constitucionalista norteamericana, que la Constitución ha de ser un documento vivo, que cada generación hace suyo y reinterpreta en función de sus necesidades y valores. Hemos de lograr, pues, que especialmente los españoles que han nacido después de la Constitución la valoren, se identifiquen con ella, y la sientan y hagan suya.

Basta, para ello, con ponderar la positiva y extraordinaria trascendencia que ha tenido la Constitución de 1978 para la Historia de España. Después de siglos de enfrentamientos entre los españoles, la Constitución nos ha permitido vivir el periodo de convivencia pacífica y estabilidad democrática más prolongada de nuestra Historia reciente. Supo crear un espacio en el que cupimos todos los españoles, cualquiera que fuese nuestra orientación religiosa o nuestra preferencia política; un espacio sin marginaciones ni exclusiones de ningún tipo.

La Constitución ha hecho posible, asimismo, armonizar la unidad de España con la protección de la identidad diferenciada y las más elevadas cotas de autogobierno de las nacionalidades y regiones. Ha instituido uno de los sistemas de protección de los derechos y libertades más sólidos del mundo, y ha propiciado un notabilísimo avance hacia la meta de una plena igualdad de oportunidades. Nuestra Carta Magna sentó, en fin, las bases del extraordinario desarrollo social y económico que los españoles hemos vivido durante los últimos treinta años.

Es oportuno recordar, también, como señalaba al principio de estas líneas, que el proceso constituyente no fue nada fácil. Fue preciso superar los recelos e incomprensiones causados por décadas de división y discordia entre los españoles, y vencer la resistencia a abandonar posiciones de poder de aquellos que se veían investidos de una legitimidad supuestamente conferida por la Historia. Fueron necesarios concesiones y sacrificios de unos y de otros para lograr un marco de convivencia que fuese satisfactorio para todos. Por ello, el camino hacia la democracia estuvo a punto de detenerse en no pocos momentos. Finalmente logramos coronar la meta, pero el recuerdo de aquellas dificultades, y una mirada a la Historia de España de los dos últimos siglos, ha de servirnos para percibir que la democracia y la paz son bienes frágiles, que hemos de tratar con delicadeza, evitando cuanto pueda ponerlos en peligro.

Pero más importante todavía que recordar las dificultades del pasado o los logros que hemos alcanzado hasta ahora es convencernos de que la Constitución sigue encerrando enormes virtualidades y potencialidades para el futuro. En definitiva, la Constitución consiste en esencia en un cuadro de valores colectivos. Esos valores son, entre otros, la libertad, la igualdad de oportunidades, el pleno respeto a todas las opciones ideológicas o religiosas, el autogobierno de las nacionalidades y regiones.

La Constitución ofrece un espacio a la participación de todos los españoles en la vida social y cultural, y define un sistema político en el que todos los ciudadanos, a través de nuestros representantes libremente elegidos, adoptamos las decisiones sobre la ordenación de la sociedad. Valores que, en suma, configuran un marco de consenso en el que todos podemos encontrarnos, en los que hemos de seguir profundizando para hacerlos plenamente realidad y que han de continuar siendo la base de nuestra convivencia colectiva y el eje de nuestro progreso durante las décadas venideras.

Es, pues, cuando menos imprudente poner en riesgo un modelo de convivencia tan valioso y que tanto nos costó construir. Hemos de ser capaces de demostrar, defender y transmitir que la diferencia, la legítima expresión de la propia identidad, tiene cabida dentro de la propia Constitución. Y hemos de explorar también todas las posibilidades de diálogo que permitan integrar en la Constitución las sensibilidades y demandas de todas las Comunidades Autónomas.

La Constitución se hizo desde el diálogo y constituye una permanente invitación al diálogo. Un diálogo que permitiría, incluso, la reforma del propio marco constitucional, siempre que estuviera respaldada por, al menos, el mismo consenso que acompañó su aprobación. Lo que no tiene ningún sentido es embarcarse en peligrosas aventuras rupturistas de resultados inciertos. Esas no sabemos dónde nos llevarían, pero sí sabemos que los riesgos son enormemente elevados.
 
[*] Jesús Posada es Presidente del Congreso de los Diputados

 
 
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