miércoles 25 de diciembre de 2013, 12:45h
No,
no me he equivocado en el título del artículo. No quiero hablar de
John,
sino de Cristina.
Aunque ambos americanos, uno del norte y otra del sur, y aunque
compartan también las iniciales de sus apellidos, entre Fitzgerald
Kennedy
y Fernández
de Kirchner,
hay un abismo, si de lo que se trata es de medir la talla
política de los personajes.
No
hay más que recordar como la presidenta argentina, CFK,
como ella misma firma en sus íntimas reflexiones a través de
Twitter, dirigió en su día una carta al Papa
Francisco
que, si se tratara de otro jefe de estado cualquiera, habríamos
calificado de ligera, irresponsable, maleducada y hasta de
incorrecta. Claro que, tratándose de Cristina, la cosa cambia. Para
ella no hay norma ni cuenta corriente (si no, que se lo digan a
REPSOL-IPF) que no la pase por su personal tamiz para renovarla
y, a renglón seguido, nacionalizarla. Pero no argentina, sino
cristiniana, o séase, de Cristina.
Conociéndolo
ya, como lo vamos conociendo, seguro que el Papa
Francisco
recibió la misiva hasta con una sonrisa indulgente. Una comunicación
llena de bla,bla,bla de su paisana y presidenta. Seguro, digo,
porque el todavía nuevo inquilino del Vaticano ha debido caer
ya, a estas alturas, de que Cristina no es tal. Cristina es el
mismo Dios. ¿Quién va a sentirse capaz de juzgar al mismo Dios?
Una
mujer, fascinante para unos, ligera para otros y, para todos,
siempre sorprendente. Lo malo es que, además, es presidenta de una
gran nación que no merece un personaje como éste que lo mismo
nacionaliza la parte argentina de una de las petroleras más
importantes del mundo (aunque con ello corte de raíz la confianza
del capital extranjero e inunde de inseguridad jurídica a
nacionales y foráneos), que sale con su perrito en vídeo casero
para anunciar a su pueblo que se ha recuperado de su reciente
intervención quirúrgica, que dirige a la cabeza visible de la
Iglesia católica una parrafada con frases vulgares y vacías,
que causa vergüenza ajena, incluso a quienes no somos sus
compatriotas.
La
clave del tema me la dio hace unos días la actriz española
Charo
López
(excelente mujer, excelente actriz), que en estos meses anda por
tierras argentinas representando En
el estanque dorado,
bajo la
dirección
de Manuel
González
Gil,
junto
a
los actores Pepe
Soriano
y
Emilia
Mazer.
López
afirmaba en EL PAÍS que "En Argentina tratan muy bien a todos
los actores...". Prefiero creer que Cristina es más una excelente
actriz, que una presidenta funesta, porque el pueblo argentino
merece mucho más.
Columnista y crítico teatral
Periodista desde hace más de 4 décadas, ensayista y crítico de Artes Escénicas, José-Miguel Vila ha trabajado en todas las áreas de la comunicación (prensa, agencias, radio, TV y direcciones de comunicación). Es autor de Con otra mirada (2003), Mujeres del mundo (2005), Prostitución: Vidas quebradas (2008), Dios, ahora (2010), Modas infames (2013), Ucrania frente a Putin (2015), Teatro a ciegas (2017), Cuarenta años de cultura en la España democrática 1977/2017 (2017), Del Rey abajo, cualquiera (2018), En primera fila (2020), Antología de soledades (2022), Putin contra Ucrania y Occidente (2022), Sanchismo, mentiras e ingeniería social (2022), y Territorios escénicos (2023)
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