lunes 30 de diciembre de 2013, 10:20h
Una
característica de las monarquías es situar, en la posición emblemática
culminante del Estado, a una persona con experiencia de ciclo histórico y no a
un personaje coyuntural. En el caso del Rey de España, D. Juan Carlos de
Borbón, la experiencia se ha ido acumulando desde su juventud ya que, durante
más de medio siglo, ha tenido que relacionarse con las ilusiones, las
ambiciones, los triunfos, derrotas y esperanzas de personas y colectivos de
distintas edades y generaciones y contrastar ideas y criterios contrapuestos
que, junto a él o contra él, circulaban sobre corrientes y remolinos del río de
nuestra historia.
Por
ello merece ser estimada en todo su valor la invocación a su propia experiencia
que hizo en su reciente mensaje navideño. "Mi posición me ha permitido vivir
las múltiples vicisitudes por las que ha atravesado España, a la que he
dedicado mi vida". Este mensaje no ha sido, como sucede con las felicitaciones
pascuales, una expresión de afecto o un balance de resultados sino una
persuasiva lección política. Se comprende la expectación con que fue escuchado
o no escuchado, contando con ese no querer ver ni oír de alguna cadena o de
alguna sordera y, también, la prisa en replicarlo desde las estrecheces de
algún localismo o las frustraciones de algunos extremismos marginales. Ese no
querer ver ni oír aquello que no nos conviene es propio de los niños traviesos
de la política y un procedimiento anacrónico en una época en que la libertad
hace inútiles los vetos audiovisuales o las rabietas antisistemáticas, cuando
la voz y la imagen se multiplican por todas las redes sociales abiertas, para
bien o para mal.
Hay
gentes que no son capaces de percibir el curso del río de la historia, de "El
río que nos lleva", como se titulaba una película memorable. Gentes que
chapotean en el agua de la política dentro de los límites de una charca, sea
esta un estanque claro o un pantano oscuro. La falta de experiencia llega a
veces desde la charca a la cumbre y consigue lo peor para el pueblo que la
padece: Estados inestables que son la contradicción misma de la arquitectura
estatal. Quienes solo contemplan la política como una sucesión de charcas no
perciben, por ejemplo, lo que influyó en el fracaso de las dos frustraciones
republicanas de nuestra historia que la primera tuviese tres jefes de Estado en
un año y la segunda dos en cinco años. Por lo mismo, tampoco son capaces de
medir el valor de la estabilidad de un reinado que ya suma treinta y nueve
años.
Existe
una puerilidad peligrosa de los políticos que llegan a altas posiciones sin
otra experiencia que sus charletas con los condiscípulos de la universidad o
con los alevines que se cultivan en las piscifactorías de los partidos
políticos. Esta puerilidad consiste en creer que el pellejo de una nación puede
cambiarse en una o dos legislaturas como la piel de una serpiente, de acuerdo
con sus pasiones ideológicas. Por suerte para todos, la labor paciente y
prolongada del Rey es el contrapunto terapéutico de ese infantilismo. Solo
desde "su propia experiencia" se puede decir todo sin herir a nadie. La
voluntad futurista y la estabilidad progresiva
del sistema constitucional, la necesaria corrección de las faltas de
ejemplaridad y sus dañinas consecuencias éticas e institucionales, el valor de
la unidad sobre la disgregación y la inoperancia de las respuestas
inmovilistas, las consecuencias sociales como el verdadero termómetro de una
crisis que acabará cuando los parados encuentren trabajo, cuestiones que fueron
subrayadas con una nitidez que trasciende del frío papel arbitral sin enredarse
en los hilos de las madejas partidistas. La Transición no es concebida como un solo
tomo de un episodio nacional a añadir a una sucesión de eventos estáticos del
pasado sino como un espíritu evolutivo con que afrontar nuevos retos. La
dinámica transicional reside en esa vocación permanente de la Corona de
propiciar concordia para que sea posible realizar los cambios y reformas que
mejor convengan, en cada época de la Historia, a la convivencia de todos los
españoles. La Corona, y debemos celebrarlo, no trabaja sobre modelos de partido
sino sobre un modelo dinámico de Nación. Navega sobre la corriente del río de
la Historia. Unas veces el río lleva aguas sosegadas y otras aguas revueltas,
pero se mantiene a flote y con vocación secular. Es la mejor manera de
comprender a España y a los españoles a través de tiempos diferentes.
Ex diputado y ex senador
Gabriel Elorriaga F. fue diputado y senador español por el Partido Popular. Fue director del gabinete de Manuel Fraga cuando éste era ministro de Información y Turismo. También participó en la fundación del partido Reforma Democrática. También ha escrito varios libros, tales como 'Así habló Don Quijote', 'Sed de Dios', 'Diktapenuria', 'La vocación política', 'Fraga y el eje de la transición' o 'Canalejas o el liberalismo social'.
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elorriagafernandezhotmailcom/18/18/26
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