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Sexo, mentiras, cintas de vídeo y algo más

Sexo, mentiras, cintas de vídeo y algo más

lunes 13 de enero de 2014, 07:29h
El título de esta columna  es casi, casi el de  aquella    película   norteamericana -por cierto,  extraordinaria-,Sexo, mentiras y cintas de vídeo,  que dirigió Steven Soderbergh (fue su ópera prima, filmada  cuando  solo tenía 26 años),    que  en 1989 podía verse  en las  pantallas    españolas y  que  estuvo con nosotros unas cuantas semanas. Hazaña esta  con la que colaboró   la   obtención  -entre otros muchos premios- de la Palma de Oro  de ese  mismo año en Cannes. Si no la ha visto, o no la recuerda, se la recomiendo. Pasará un buen rato con cine  fresco, inteligente  y  -curiosidad- hecha  con un presupuesto  que superaba  con poco el millón de euros  y  filmada y montada  en poco menos de dos meses. 
 
Hoy  sería prácticamente  imposible   una estancia  tan prolongada  en cartelera en  98 de cada 100   estrenos, tanto nacionales como extranjeros que, aún así,  tienen  la   inmensa suerte de llegar a  poder exhibirse  en alguna de las pocas salas de cine que nos van quedando. Al mismo  tiempo, sin embargo, también nos resulta infinitamente  más fácil  poder  acceder  a  un título  tan recomendable  como éste, y  sin salir de casa. Vaya lo uno  por lo otro.

Pero  quería  hablarles  de otro tema  afín y  mucho más serio, todavía. Con  guión   y desenlace  absolutamente  distintos,  que  hemos  vivido  en España  y que podría  constituir la segunda parte   de  otra película  que, al igual que la primera, combina  los tres elementos enunciados (sexo, mentiras  y cintas de vídeo), pero con muy distinto tratamiento. Resulta que hace muy poco tiempo, en Jaén, un ladrón   se introdujo en la  casa de  un, a priori, honesto ciudadano  que después  se comprobó que no  lo   era  tanto. El   hasta entonces  anónimo vecino  tenía  en su casa   varias cintas  de vídeo  con   imágenes de abusos    sexuales   con   todo tipo de prácticas     aberrantes que él mismo  protagonizaba con  varios menores. 

El buen ladrón

El ratero resultó ser  mucho más honesto  y honrado que el   hombre  a quien  robó, porque,  además de   los  aparatos  reproductores  de audio y vídeo, se llevó también consigo   diverso material audiovisual.  Su  curiosidad no le permitió dejar de  echar un vistazo al contenido de los DVD y  cintas sustraídas y   ahí  fue donde  sacó     a relucir su  deber de  ciudadano y, una vez  superada  la sorpresa inicial, procedió  a avisar  a la policía, dejando  un  paquete  con  todo el material  pornográfico debajo de un coche, con una nota  en la que indicaba el lugar  (calle, número, piso y letra) en donde  había  encontrado el material  delictivo.

La policía no daba crédito a sus ojos al comprobar que, efectivamente, allí estaba el cuerpo del delito, el autor de los mismos  y   el camino más directo para detener al  verdadero delincuente  que, hasta ese momento, llevaba una existencia la mar de   gris  y anónima porque  ejercía  como  entrenador de futbol sala  con  niños y  preadolescentes, a los  que captaba, inducía y  amenazaba  si no consentían  en  las prácticas  despreciables   que, además, grababa  para su solaz y  deleite  posteriores   frente  al televisor.

Antes  parecía que este tipo de prácticas aberrantes  eran  un   producto  casi  lógico de una moral  estrecha  y mojigata  de la que, al parecer, estaba  teñida  toda la sociedad española  tras decenas  de años  sometida   a las reglas alienantes  y    castrantes del poder, en una alianza férrea  establecida   entre  los púlpitos y la autoridad civil, que trajo como consecuencia  la fusión    y la confusión de  Iglesia y Estado. Vale, pero   prácticas como estas eran menos frecuentes. O, al menos,    tenían menor  trascendencia  pública.

Protagonizadas por  canallas como  el aludido, a juzgar  por la frecuencia  con que    noticias como esta (en sus diversas variantes, claro está) saltan  hoy a los medios, parece que   no son   fenómenos  esporádicos  y extraordinarios, ni que  se puedan asociar  a  regímenes políticos  más o menos abiertos, o a  costumbres   sociales   más o menos liberales, sino que   emergen  en   todo tiempo y lugar.  Aún así, espero que no  sean legión  en nuestros días,   en donde de  libertad  sexual  no podemos quejarnos, a juzgar por los múltiples modos, demostraciones  e iniciativas que  todos podemos ver, en vivo y en directo,  y bien  de cerca,  en nuestras  ciudades y pueblos o, a través de los medios, en cines, televisiones  y  quioscos.

No se trata, ni mucho menos, de  tener que  encerrar a nuestros hijos  en casita, y no dejarles  pisar  la calle  hasta los 21 bien cumplidos. Tampoco de cortar internet, móviles, TV y hasta el teléfono  porque  allá   por donde  vayamos  hay   bastante de todo esto, pero habría que  dar con  esa  especie de profilaxis  moral  que  acabe de una  vez por todas con  sujetos  que, saltándose todo tipo de normas, son capaces de  trastornar  de por vida a menores   cuando los someten a prácticas   tan deleznables  como las   que encontró  enlatadas el buen ladrón  jienense. Lo mismo esa profilaxis  podría  llamarse  Código Penal, y  la solución   podría  consistir en duplicar    -al menos- la pena  existente  en el actual  ordenamiento. Medidas  así, acaso  coarten  esos  impulsos   de individuos   tan  despreciables  como el   miserable entrenador   hoy  ya imputado.

José-Miguel Vila

Columnista y crítico teatral

Periodista desde hace más de 4 décadas, ensayista y crítico de Artes Escénicas, José-Miguel Vila ha trabajado en todas las áreas de la comunicación (prensa, agencias, radio, TV y direcciones de comunicación). Es autor de Con otra mirada (2003), Mujeres del mundo (2005), Prostitución: Vidas quebradas (2008), Dios, ahora (2010), Modas infames (2013), Ucrania frente a Putin (2015), Teatro a ciegas (2017), Cuarenta años de cultura en la España democrática 1977/2017 (2017), Del Rey abajo, cualquiera (2018), En primera fila (2020), Antología de soledades (2022), Putin contra Ucrania y Occidente (2022), Sanchismo, mentiras e ingeniería social (2022), y Territorios escénicos (2023)

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