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¡Es la Constitución, estúpido!

¡Es la Constitución, estúpido!

viernes 07 de febrero de 2014, 09:25h
Mi edad no me permite el lujo de poder decir que voté afirmativamente la Constitución Española. Eso no implica que no sepa que la elaboración y aprobación de nuestra Carta Magna fue el mayor ejercicio de responsabilidad política y social de nuestra historia moderna. El espíritu de la Constitución permitió la reconciliación, cicatrizó dolorosas heridas, obligó a virar hacia la concordia, nos invitó a mirar con optimismo el futuro con ansias de libertad, progreso y esperanza. Nuestra Constitución es la más longeva de nuestra historia, la que nos ha ofrecido el periodo más fecundo, más pacífico y más habitable de todos los tiempos.
 
El pacto, el diálogo, la cesión, la transacción, la unión y la negociación permitieron superar buena parte de los problemas del momento y poner las bases de los 35 años más florecientes de España en muchos siglos. En esta fase de constitucionalismo moderno, España ha sido uno de los países del mundo que más ha prosperado económicamente gracias a un aperturismo internacional sin parangón. Hemos desarrollado un estado de derecho potenciando un estado del bienestar. No es casualidad que delegaciones internacionales de medio mundo nos hayan visitado para conocer de primera mano las claves de este éxito de todos, tan magníficamente pilotado por SM el Rey Don Juan Carlos.
 
Es obvio que ya no estamos en 1978. Es evidente que este siglo XXI pide a los dirigentes políticos que podamos hacer frente a los nuevos desafíos, retos y anhelos de los españoles. Hay que buscar nuevas soluciones a problemas nuevos, pero sin duda el viejo camino marcado por el espíritu constitucional tiene ahora más vigencia que nunca. Nuestro compromiso con el acervo constitucional, ampliamente refrendado por el pueblo español en 1978, tiene más sentido que nunca. Muchas cosas en la vida, normalmente aquellas que son las más valiosas, con el tiempo ganan valor. Este es un caso claro.
 
Debemos estar orgullosos de la labor que hemos realizado entre todos sin caer en la siempre traicionera autocomplacencia. Debemos potenciar la marca España fuera y también dentro de nuestras fronteras. Debemos estar unidos ante las amenazas secesionistas que dinamitan el pacto constitucional. Debemos seguir articulando políticas económicas para superar las crisis cada día más difíciles de lidiar en un mundo tremendamente interconectado. Tenemos la obligación de hacer de nuestro estado de las autonomías una estructura eficiente y moderna, buscando soluciones estables a las tensiones competenciales y financieras. Debemos aparcar apriorismos dogmáticos para consensuar un modelo educativo de calidad y estable para garantizar la igualdad de oportunidades de las futuras generaciones. Y como no puede ser de otra manera, tenemos la obligación de seguir profundizando en la regeneración de las principales instituciones públicas de estado. El Estado debe ser ejemplar y ejemplarizante.
 
La Constitución Española es una herramienta perfectamente válida para hacer frente a esos desafíos. No formamos una nación de naciones, sino una nación de personas, de ciudadanos libres e iguales, y de individuos libres e iguales. España ha cosechado respeto, confianza, estima y cariño en todo el mundo. Esto no es fruto exclusivo de la Constitución, pero no hubiera sido posible sin ella.
 
Todo es mejorable. Nada es inmodificable. Tampoco la Constitución Española. Desde mi modesto punto de vista, aquellos que piden cambiarla a diario deben respetar ese espíritu de 1978. España no se merece volver a su pasado oscuro con constituciones "de parte". Consenso, apoyo popular, unidad, mimo, precisión, diálogo, armonía, generosidad y objetivos definidos para buscar soluciones estables son la condición suficiente para plantear cambios constitucionales.  En otras palabras, se equivocan aquellos que pretenden hacer política de estado, política en mayúsculas, desde el cortoplacista afán electoralista.
 
Muchos de ustedes se acordarán de aquella célebre frase de James Carville, asesor de Bill Clinton en la campaña electoral del 1992: "¡Es la economía, estúpido!". No iba mal encaminado el bueno de Carville, pero yo,  en estos momentos la hago mía y les digo con todo respeto, que para encarar las contrariedades de nuestra España de las autonomías hay que afirmar sin complejos "¡Es la Constitución, estúpido!".


[*] Antonio Gallego Burgos es diputado del Partido Popular en el Congreso
 
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