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Un país que vive entre Melilla y Sevilla, olvidando la otra orilla

Un país que vive entre Melilla y Sevilla, olvidando la otra orilla

sábado 01 de marzo de 2014, 09:58h
Este es un país loco, loco, loco, en el que lo que importa, parece, es si los guardias civiles disparan o no pelotas de goma a los inmigrantes que invaden Melilla, o si Rajoy y Cospedal se abrazan reconciliados en el congreso del PP en Sevilla. O quién ganó, según el CIS,  el debate sobre el estado de la nación, o si Yolanda Barcina atravesará con éxito su particular Cabo de Hornos. Un país pendiente de la marca de los coches presuntamente corruptos --¿pueden los coches ser corruptos?-del hijo de Jordi Pujol, del mismo nombre. Así que seguimos, aquí y ahora, obsesionados por nuestro ombligo nacional, aunque los focos haya, me parece, que situarlos fuera, a no tantos kilómetros, al fin y al cabo, de los Pirineos, por mucho que Sebastopol siga sonando en los rincones patrios como una tierra remota, de viaje de Marco Polo.

Ni una mención a la complicada situación internacional en el más importante encuentro parlamentario del año, que concluía el jueves con resoluciones de tono menor y sin que las que presentaban una mayor ambición regeneracionista fuesen tomadas en cuenta por la mayoría de la Cámara Baja. Nada. Mariano Rajoy, en un encuentro posterior organizado por un instituto europeo, se limitó a hablar de los peligros del 'euroescepticismo', pensando, claro, en las elecciones del 25 de mayo. O sea, en clave interna. Y el caso es que Europa merece, ahora mismo, una pensada muy a fondo, mucho más a fondo de lo que lo hacemos los políticos y los medios hispanos, creo. Porque Europa es la responsable de muchos de los males que nos aquejan, y bien que, a fuer de europeísta convencido, siento decirlo.
 
Si casi cada día hay cientos de inmigrantes subsaharianos que se juegan la vida para entrar por la frontera sur del Imperio es porque la UE ni siquiera ha comenzado a considerar la necesidad de una vigilancia conjunta que evite la llegada ilegal masiva por las fronteras de Ceuta, Melilla o Lampedusa, pongamos por caso. Y hasta peligroso me parece el pasotismo con el que los 'cabezas de huevo' radicados en Bruselas, e incluso en Berlín, contemplan lo que está ocurriendo en Ucrania, que se convierte, de la mano invasora de Putin, cada día en un más amenazante polvorín. Pero ¿es que nadie va a releer ciertas páginas de la Historia del Viejo Continente escritas a base de lo ocurrido hace un siglo?
 
Este Viejo Continente, que se desangra con particiones internas -más peligrosa la que se intenta en Escocia que la catalana, creo, aunque ambas, cada una en lo suyo, sean significativas- sin saber cómo atajarlas, nos propone a dos líderes desdibujados, tanto el socialdemócrata como el conservador, como alternativas para solucionar el gran embrollo global que se va montando, la patente caída del Imperio Romano que se está evidenciando con invasiones desde el Sur y desde el Este, con emperadores mediocres y con desgajamientos intestinos.
 
Pues eso: que aquí estamos, pensando en la 'parte española' del Ebro (¡otra posible 'guerra del agua'!), elaborando resoluciones finales al debate sobre el estado de la nación sobre la homofobia en Uganda -ah ¡cómo sacamos pecho en estas cuestiones!--, escandalizándonos -con razón, claro-por los coches horteras de Pujol Jr., y esperando a ver si el presidente del PP y del Gobierno se abraza o no con la presidenta de Castilla-La Mancha y secretaria del PP en un congreso inane en Sevilla. Menudos estrategas estamos hechos.
 
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