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Del rencor a la canonización civil

Del rencor a la canonización civil

martes 25 de marzo de 2014, 18:09h
Con la muerte del presidente Suárez algo de mí se ha muerto definitivamente: su tiempo, en otra dimensión, fue también el mío. Tenía yo 15 años cuando murió Franco y el segundo recuerdo que tengo, tras el anuncio de mi madre a las seis de la mañana, fue ver a los guardias municipales luciendo una nueva insignia en sus uniformes: Militar.

Cada mañana, a las siete y veinte, cruzaba la Bonanova a la altura de la calle Anglí para ir a mi cole. Había semáforos de peatones en todos los cruces y los conductores respetaban escrupulosamente sus señales, pero a mí me gustaba saludar "Buenos días, agente" al guardia Montortal que cada mañana me respondía con un silbatazo aparentemente dirigido al tráfico pero que la fuerza de la repetición convirtió en saludo secreto.

Las cosas se aceleraron entonces y me recuerdo corriendo y gritando delante de los grises desde la facultad de Arquitectura -mi amigo Ramón Ruiz estudiaba allá y yo, adolescente efervescente, solía acercarme cada vez que había asamblea-, buenos tiempos malos, hasta mi casa donde disimulaba ante mis padres, buenas gentes buenas asustadas por la incertidumbre que parecía cernirse sobre todos.

La calle era peligrosa: me atracaron tres veces en el invierno del 77, me vi envuelto en varias peleas extrañas con lo que entonces se llamaban quinquis y el trapicheo de radiocassettes extraíbles era constante.

Franco había muerto, pero en mi recuerdo la vida era igualmente gris y mucho más violenta. La inseguridad era ya paisaje y los enfrentamientos estudiantes-policías, obreros-policías, obreros-patronos, marcaban las zonas por las que podía deambular sin demasiado peligro.

No voté la Ley Para la Reforma Política, pedían 21 años, pero sí la Constitución. En las primeras elecciones constitucionales voté al PSOE-PSC. Después vino el odio sistemático y desaforado contra Suárez, acorralado y superado por aquella actualidad. Los suyos, un puñado de tardofranquistas, chaqueteros de primera generación y demócratas de nuevo cuño que no querían ideales sino pasta sonante, le abandonaron en bloque. Rápidamente cayeron en las palabras golosas de Alzaga, de Fraga, de Segurado y se fue conformando esa aristocracia poderosa que ya tenía conquistado el territorio del gobierno en los años de dictadura.

Más allá del Suárez que encarnaba un ideal, los sueños de muchos estaban en Felipe. No tanto en el PSOE, marxista aún, pero sí en aquellos dos jóvenes, uno parlanchín y bien parecido y otro lenguaraz y arrogante. Aun habrá de pasar una legislatura y una charlotada golpista para que lleguen al gobierno.

Yo abominé de Suárez. Sin más conocimiento de causa que las noches pegado a la SER, a Radio Maritim y a Radio Obrera en la que trabajé algunas noches del 79. Lo que yo creía saber venía de lo que leía en el Ciero o La Vanguardia, por entonces Española en su cabecera, que llegaban a casa puntualmente todas las mañanas y todas las tardes, excepto los lunes que uno debía conformarse con un panfletucho llamado La Hoja del Lunes, un refrito las más de las veces sin relato ordenado.

España entera aborreció a Suárez desde 1978 a 1982 -ahí está ese Tahur del Mississippi de Guerra en las actas del Congreso y que tanto celebré- y la culminación en los dos escaños que consiguió en octubre 82, uno para él y otro para Rodríguez Sahagún regalado antirreglamentariamente por acuerdo del resto de grupos parlamentarios según cuenta la leyenda.

Hoy, cuando creía haber visto una España mejor que se despedía de un prócer al que como tal ha reconocido, he visto una muleta rematada con un estilete retráctil, un policía mellado por un ladrillazo y un casco antidisturbios agrietado por el impacto de un proyectil.

En estos años hemos mejorado y progresado a zancadas como sociedad, pero como organización política hemos retrocedido. La culpa es de todos, a qué negarlo: no nos hemos preocupado de hacer pedagogía social como sí hicimos entonces para conocer qué sea la democracia y cómo nuestro sistema. Parece como si hubieran vuelto el Cojo Manteca y la banda de El Chino, más entrenados, mejor preparados; con armas malvadas, una muleta cuchillo, tuberías lanza cohetes. 

Tras tanto odio entonces y reconocimiento hoy la lección solo puede ser que trabajemos lo que nos une, por artificial que sea.

@manuelpascua
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