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García Márquez, aficionado y defensor de los toros

García Márquez, aficionado y defensor de los toros

viernes 18 de abril de 2014, 13:41h
Una aguja en el esófago, un alarido de acantilado, una cornada en el espíritu... a todo el dolor que sentimos los millones de admiradores de ese ser genial y sublime sin interrupción personaje que fue el fallecido Gabriel García Márquez, se suma otro pequeño gran detalle entre los aficionados a los toros: la pérdida de un amante de la Fiesta. De un defensor de la misma. Una vez más un enorme artista a la par que un espléndido intelectual, cargado de bonhomía, no se avergonzaba de su afición a esa religión compulsiva y laica que son los toros. Cual centenares de otros antecesores, como Menéndez PelayoGarcía Lorca -encabezando el paseíllo de sus compañeros de la generación del 27- Picasso, Manuel Azaña, Ortega y Gasset, Enrique Tierno, y los actuales Javier Villán, Vargas Llosa, Luis Eduardo Aute y Joaquín Sabina -que guarde Dios o quien sea muchos años-, entre otros.

Con el inigualable Gabo se continúa demostrando que el amor a la liturgia táurica -y también el odio- es independiente de la ideología o del nivel mental o bondadoso de las personas. El impulsor del realismo mágico, a pesar de su complicadísima agenda profesional, aprovechó en muchas ocasiones la oportunidad de acercarse a la representación teatral que son las corridas, sobre todo en sus visitas a Madrid. Sin olvidar que se le vio en muchas tardes en la -hoy fenecida en este aspecto por la dictadura nacionalista, que ahora intenta el desafuero de la independencia- Monumental de Barcelona, así como en México, donde vivía, y en su tierra colombiana -su paisano César Rincón era,con argumentado acierto exento de nacionalismo, uno de sus matadores favoritos-. Precisamente está muy cerca el último festejo que García Márquez disfrutó en México: fue el pasado 8 de febrero en Juriquilla, cuando Joselito Adame -que compartía cartel mano a mano con ElJuli-, le brindó el toro de su triunfo.

Como otro Joselito, el nuestro de finales de la centuria pasada y ya no en activo, José Miguel Arroyo -uno de los pocos espadas con inquietudes culturales, aparte del intelectual Esplá-, quien hizo lo propio el 15 de mayo de 1996 en Las Ventas, cortando las dos orejas al toro del brindis. Por cierto las dos últimas de su carrera en la cátedra y catedral del toreo y la postrera vez que descerrojó su mítica Puerta Grande. Debe ser que Gabo les alumbrabra con su magia y ponía a los juguetones hados del destino a su favor. Sin olvidar la íntima amistad que el de Arataca mantuvo con unos destacados personajes del planeta táurico, los polivalentes -ganaderos, apoderados, empresarios y dos de ellos también toreros- hemanos José Luis, Eduardo y Pablo Lozano

En definitiva que sin querer centrar ni comparar en lo taurino la enorme pérdida literaria e intelectual que es su muerte, también es justo y necesario recordar -los medios de comunicación generalistas parecen haberlo olvidado o quizás ocultado a propósito en sus informaciones y biografías- que el genial, único e irrepetible creador Gabriel García Márquez tenía entre sus pasiones la de la Fiesta. Una Fiesta en declive, sobre todo por sus propios profesionales que sólo piensan en el negocio y en la adoración del becerro -ni siquiera toro- áurico-. Una Fiesta que se viste por él de catafalco y oro, de sombrío luto. Una Fiesta tan necesitada de 'toreros virtuales' como él en su defensa. Gracias, inmortal torero literario y olé.    
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