martes 29 de abril de 2014, 13:47h
Y al final va a tener razón. Lo que dirá la historia (sin
mayúsculas, porque tampoco es para tanto) o la Wikipedia, es si Miguel Arias
Cañete logró ganar a Elena Velenciano sacando más eurodiputados que ella, si le
torció el brazo a las encuestas y consiguió atenuar el castigo que los electores
parecían dispuestos a propinar al PP en estas elecciones al Parlamento Europeo
en las que todo parece salir gratis, hasta darle el voto a quien nunca se
confiaría el gobierno ni de la comunidad de vecinos.
¿Qué más dará entonces si
ha sido el último cabeza de lista designado en un partido importante en Europa?
¿A quién le importa, salvo a la oposición, que el candidato haya seguido siendo
ministro, una vez designado candidato, 19 días? Lo que da mucha risa son los
equilibrios en la cuerda más que floja que han tenido que hacer durante tanto
tiempo para explicar lo inexplicable las fuentes monclovitas, los que redactan
el argumentario que se distribuye
diariamente a los dirigentes del partido y los tertulianos afectos.
Primero era
aquello de que el presidente español era el único en acudir a la gran cumbre
del partido popular europeo sin designar candidato porque justo allí, mano a
mano con Merkel negociaría a cara de
perro todos los puestos relevantes que deberían ocupar los ministros y
ministrables del PP español en el sancta santorum de la dirección europea si es
que los populares europeos ganan las elecciones en la UE. Y claro, en función
del resultado se decidiría por uno, una u otro u otra para liderar la lista. ¿Se
acuerdan? Todo dependía de si Luis de Guindos era admitido por la canciller
germana para presidir el Eurogrupo, si Miguel Arias Cañete iba a ir de
comisario y vicepresidente europeo y no si se lograban no se sabe cuántas canonjías para recompensa de los
méritos de unos pocos notables más. Volvió Rajoy de aquello y no hubo nada.
Parecía estar dándole vueltas al banquillo de Génova para buscar al mejor o la mejor de sus goleadores europeos. Y
hasta algún descolocado como González Pons llenó las quinielas. Tampoco. Al
final y después de tanto suspense el candidato ha sido el que siempre se dijo que lo sería, Miguel
Arias Cañete.
Luego vino el lío de si su obligada sustitución en el ministerio
serviría para hacer una crisis gubernamental y darle, de paso, un lavado de
cara, que buena falta le hace, a uno de los gobiernos que tiene más baja
aceptación popular en la historia de la democracia. Relevar por ejemplo a algún
ministro que se ha convertido en un escándalo público por las algaradas que
provoca cada vez que acude a un acto público. Pues tampoco. El propio
presidente dijo que no habría revolución alguna una mañana, mientras ganaba
apresuradamente la salida del Congreso de los
Diputados y respondía un tanto
incómodo y a la carrera a las preguntas los que periodistas le hacían por los
pasillos. Y más días de silencio, como si al final el presidente estuviera
buscando a alguien especial entre los suyos para ocupar el sillón principal del
majestuoso edificio del Paseo da la Infanta Isabel. Ni mucho menos. Y no es que
la designada como nueva ministra de Agricultura, Isabel García Tejerina, no sea especial, que seguro que lo es. Lo que
pasa es que ya se hablaba de ella desde el principio ¿Por qué esperar, por
tanto, 19 días para nombrarla? Pobres monclovitas, redactores de argumentarios
y tertulianos afectos. No tenían ya que inventar para justificar tan
injustificable tardanza. ¡Hasta le echaron la culpa al Rey! Y es que, claro,
con tanto y tan exótico viaje, su convaleciente majestad no tenía tiempo para
que el nuevo ministro jurara ante él en el palacio de la Zarzuela. Parece
mentira que los medios de comunicación y opinadores varios no hayamos aprendido
de cómo se las gasta el presidente Rajoy cuando le apremian para tomar una
decisión. Hace apenas dos meses tuvimos el último ejemplo en Andalucía. Fue
cuando Rajoy esperó hasta el día antes del cierre de candidaturas en el
congreso andaluz del PP para señalar con su dedo y por sorpresa a Juan Manuel
Moreno Bonilla como presidente.
¿A quién le importa, salvo a la afectada, que
en su tardanza dejara descolocada y desautorizada a su secretaria general,
Dolores de Cospedal, que durante meses daba su respaldo y apoyo para la elección al anterior secretario
general, José Luis Sanz? Otra vez a Mariano Rajoy solo parecía inquietarle lo
que en su día diga la historia (también pequeñita) y la Wikipedia: si el
elegido logró acabar o no con la cuasi sempiterna hegemonía socialista contra
la que fracasó una y otra vez su amigo Javier Arenas. Lo demás no importa. La
nueva versión de aquel plagio que
realizó hace unas cuantas décadas el presidente Felipe González al pensamiento
chino: "Gato negro o gato blanco, ¿qué más dá? Lo importante es que cace
ratones". Es como si los inquilinos de ese despacho del poder en Moncloa se
quitaran cualquier presión o estrés argumentando que su única cita es con la
historia y, ahora, en su versión moderna, la Wikipedia.
Pero para contrarrestar
tamaño cesarismo la fontanería del principal palacio del país, los sesudos redactores
de argumentarios y los sufridos tertulianos y los directores de los medios de
comunicación afectos empiezan a
establecer nuevas teorías sobre el astuto y sabio manejo de los tiempos del
líder popular. Pero todo es mera fábula. Tanta inútil tardanza presidencial en
tomar decisiones importantes para que al final, en la mayoría de los casos, no
haya sorpresa alguna no es fruto de un largo proceso de estudio de
posibilidades y perfiles, una estrategia o la maduración en un proceso tras
sopesar detenidamente pros y contras. Es solo desidia. Al presidente le da pereza meterse en
líos y espera hasta el final, cuando la demora puede provocar mayores problemas
que tomar una decisión. Y es entonces y solo entonces cuando el pulgar sube o
baja, como hacían los emperadores romanos al presidir los juegos en los
coliseos.