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Filosofía y libertad de expresión

Filosofía y libertad de expresión

jueves 15 de mayo de 2014, 14:02h

Los españoles, al igual que el resto de los pueblos mediterráneos, somos muy dados a la exageración, a todo lo que tenga que ver con lo pasional, a subirnos las vísceras a la garganta en menos que canta un gallo, para luego, caer en un profundo fatalismo y verlo todo a sangre y fuego, sin termino medio, sin claroscuros; o blanco o negro, agua o fuego, arena y cal. Si el hombre mediterráneo llega con frecuencia a caer en el fatalismo, lo hace al sentir su vida fundida tan íntimamente con la pasión. El hombre mediterráneo es más concreto, más homocéntrico, mientras que los habitantes de los países del norte son más abstractos y tienden a generalizar de un modo distinto.

Cada vez que ocurre un desgraciado y lamentable suceso, el espíritu del hombre español saca toda su fuerza interna y se muestra sin ninguna oscura evidencia. Dice y hace las cosas que debe, estén bien o mal, sin apremios ni composturas de la ética o la moral; esos conceptos filosóficos por los que se rige una sociedad, menos cuando se trata de los pueblos mediterráneos.

 Aquí, en esta España nuestra, la de siempre, pasan los siglos como si nada, a la sombra del botijo u orbitando en el espacio, pero con la misma sangre caliente de nuestros antepasados, la misma disposición para empuñar un arma y solventar razones a diestro y siniestro, desde el hacha a la espada, desde la faca al revolver, quitándole la vida al prójimo cada vez que nos hierve la sangre. La vida se burla de la razón, y ésta, a su vez, de aquélla.

Pues bien, hasta aquí lo que se supone y evidenciamos con nuestras actuaciones que debe hacer un ser racional, filosóficamente hablando. Desmenuzamos nuestro comportamiento, nos damos la razón en casi todo, y con las mismas venas a cuello hinchado clamamos venganza, pero no una venganza de esas pensadas y sosegadas a través de los órganos democráticos, o sea, la justicia. No, venganza de esa no. Una vez cometido el atropello, el crimen, la atrocidad, porque somos vehementes y se nos nubla la vista con la mala leche, buscamos soluciones del mismo modo, seguimos sin aplicar la ética y arramplamos con todo lo que se nos va poniendo por delante, independientemente de que sea justo, lógico o acorde con lo que somos y donde vivimos.

Partiendo de la base de que todo crimen es deleznable y que el individuo que lo comete es un asesino, sin ningún tipo de paliativos, sucede, que según la notoriedad de uno u otro así se acrecienta la responsabilidad pública de quien opina. A nadie se le escapa que los comentarios, vítores, alabanzas y complacencias, se mezclan muchas veces, con la pena, la ira, el dolor, la rabia y la impotencia. En ambos casos está más que justificado el comportamiento, aunque no sea ni ético ni moral, ni de ninguna otra rama de la filosofía.

Pero lo que aquí nos ocupa es la forma que tenemos los españoles de entender la libertad de expresión y, sobretodo, cuando ésta afecta a quienes ostentan el poder. Durante años se han insultado y mancillado a los miembros de las Fuerzas de Seguridad del Estado cuando eran asesinados por ETA, se hacía sin ningún tipo de reparo tanto en público como en privado en Euskadi y otros lugares de España, incluso se han justificado muchas salvajadas publicadas en medios escritos, pero a nadie le ha dado por quemar periódicos ni matar al mensajero. Pero cuando este tipo de desmanes, por esto de las redes sociales, se sale del control legal, para adentrarse en tierra de nadie, pretendemos hacer cambiar la Leyes, porque afectan a una determinada parte de los ciudadanos, en este caso a los políticos.

Piden los perjudicados, a voz en grito, una regulación de las redes sociales, ante la cantidad de comentarios indignos proferidos por personas desalmadas, tras el asesinato de la presidenta de la Diputación de León, como si con ello fuésemos a poner una pica en Flandes, mientras las redes sociales, Internet en general, están llenos de macabros, viles, repugnantes y difamantes contenidos. Pero si nos convertimos en talibanes de nosotros mismos y satanizamos todo lo que no sea filosófico; ético y moral, nos estaremos convirtiendo en esclavos de la libertad de expresión, elaborando Leyes que nadie tiene y poniendo puertas al campo de las nuevas tecnologías, mientras recortamos en educación.

¿Alguien no se ha dado cuenta? No se trata de personas indignas que hacen comentarios indignos, se trata de educación.

Ismael Álvarez de Toledo

Escritor y periodista

http://www.ismaelalvarezdetoledo.com

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