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El Ciclo Caníbal

miércoles 14 de noviembre de 2007, 11:19h

El tiempo transcurre. Los relojes transitan por un camino único y lineal, que ha llevado a la humanidad desde la caverna hasta la conquista del espacio exterior. El automóvil, la telefonía, los aviones o Internet. Se trata de algunos hitos tecnológicos que han permitido al ser humano enfrentarse a la naturaleza y conquistarla. El razonamiento, no obstante, viene de lejos. Ya en 1699 John Edwards escribió lo siguiente: “Gracias a las diligentes observaciones realizadas en nuestro país y a los viajes a países remotos, contamos ahora con nuevas observaciones y comentarios, con descubrimientos inesperados y grandes invenciones. Es por esto que superamos todos los tiempos pasados; y es muy probable que los tiempos que vengan superen a los nuestros.”.

La idea de un tiempo que fluye linealmente a través de diversas etapas por cuestión de necesidad histórica, ya sea por el empuje de la providencia divina o de las leyes naturales de la ciencia, está presente en el pensamiento occidental desde los tiempos de San Agustín, en el siglo IV. En su vertiente religiosa se deja sentir en personajes de la talla de Jacques-Benigne Bossuet o Giambattista Vico, pero teóricos de la importancia de Auguste Comte o Karl Marx secularizan estas ideas en el siglo XIX. 

Estos últimos son también deudores de la concepción cristiana del progreso, heredada de las tradiciones semíticas de guía espiritual divina a lo largo de la historia y futura redención de la humanidad, y es a través de ellos como estas últimas han llegado hasta nosotros. Ante, por un lado, el despliegue histórico del que ha sido testigo el mundo, y, por otro, la revolución tecnológica en la que nos vemos inmersos en la actualidad, en general hemos hecho poco más que aceptar como hecho evidente que el progreso es una realidad. Considero que no debemos confundir, sin embargo, los avances tecnológicos con el progreso moral de la humanidad. Se trata de fenómenos distintos, pese a que habitualmente se considere que ambos están indisolublemente unidos.

Frente a la concepción lineal del tiempo en el periplo del ser humano existe la idea de que la historia es una sucesión de ciclos de crecimiento y recesión. Más allá de los estudios económicos de Nikolai Kondratiev, me interesan los argumentos que el antropólogo Marvin Harris expone en “Caníbales y Reyes”. Harris es un materialista histórico, y considera que los ciclos se suceden a través de períodos de intensificación del modo de producción, agotamiento ecológico, crisis productiva y renovación mediante el cambio tecnológico. Harris cree que sólo es posible mantener los niveles de vida de los que se goza en diversas épocas si el cambio tecnológico permite una constante renovación. En el debate actual sobre el medio ambiente y el alza de los precios de los combustibles fósiles -abocados al agotamiento-, las ideas de Harris se vuelven especialmente relevantes.

Según ha hecho público la Agencia Internacional de la Energía (AIE), el crecimiento de la demanda energética en las próximas décadas hará estériles los actuales esfuerzos en la lucha contra el cambio climático. En fecha tan cercana como 2015 –prácticamente en siete años- y fundamentalmente por causa del crecimiento de la demanda en las economías emergentes de China e India, las emisiones de dióxido de carbono a la atmósfera serán tan grandes que provocarán una subida de entre cinco y seis grados en la temperatura global del planeta. Para el año 2030 se calcula que las emisiones habrán aumentado en un 57 % en cuanto al nivel actual en los países industrializados. Al tiempo, la crisis en el suministro de petróleo será de tal magnitud que, también para la fecha de 2030, las estimaciones son que cada barril alcanzará el precio de los 159 dólares, cifra que puede aumentar si se producen factores imprevistos como inestabilidad geopolítica global/regional o cortes en el suministro como medidas de retorsión o represalias políticas.

Las consecuencias ambientales se están empezando a dejar sentir. También las económicas. En España, José Luis Rodríguez Zapatero ha atribuido la reciente y alarmante subida en el IPC -nueve décimas hasta colocarse en el 3’6 % anual en el octubre pasado- al alza en los precios del petróleo. Resulta especialmente preocupante, en esta tesitura, el informe de la AIE, pues no hace sino confirmar los peores augurios. No será necesario esperar al agotamiento de los combustibles fósiles en general y del petróleo en particular para que la inflación tenga un efecto devastador sobre los precios de los bienes y servicios básicos.

La sociedad post-industrial depende para sus funciones primordiales del consumo energético, y la energía se produce, sobre todo, mediante la combustión de petróleo, gas y carbón. Cuando la presión de su agotamiento se haga insoportable entonces quizá una nueva crisis productiva haga necesario el desarrollo de un nuevo modelo tecnológico de producción. Pero no es necesario que esperemos a que la situación sea tan grave. Harris cierra la obra a la que me he venido refiriendo reivindicando la descentralización de la generación energética y la disolución de los cárteles que monopolizan el actual sistema de producción de la misma a fin de “restaurar la configuración ecológica y cultural que condujo a la aparición de la democracia política en Europa". Si conseguimos esto, apostando fuerte por las energías renovables, quizá logremos también anticiparnos a la decadencia del ciclo caníbal de los modos de producción y, en vez de dejarnos llevar por la ilusión de un progreso inevitable, podamos construir un modelo alternativo de convivencia pacífica realmente global. Eso sí es progreso.

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