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La rebelión por la República

La rebelión por la República

miércoles 04 de junio de 2014, 12:13h
     Muchos años después se oyeron los primeros cantos republicanos. La Historia sabía por dónde tenía que ir, pero aquellos cantos, por primera vez, tenían una consistencia desacostumbrada. Además varios partidos de izquierda pedían la república, ya sin tapujos, cada vez que la ocasión lo permitía. A la menor oportunidad hacían ostentación del valor republicano de la sangre progresista. No se cansaban de ridiculizar el sistema de transmisión hereditaria del poder. Y recordaban, una y otra vez, el desastre de reyes que nos había tocado en la historia. Era como siempre, voces perdidas por las calles, pero aquella vez la presunción de desastre del sistema daba alas a los que querían derrocar a Felipe VI.

     La monarquía imaginaba tener el seguro del voto moderado de izquierdas. Los servicios mutuos realizados entre el PSOE y la Casa Real habían creado una comunión sentimental. La jerarquía socialista se llevaba muy bien  con Palacio, en muchas circunstancias complicadas se habían tendido la mano, se habían sacado del pozo, habían usado sus múltiples influencias para prosperar o salir indemnes de cualquier lío. La complicidad política llegó a conseguir que González declarara que el PSOE se manifestó republicano, en el pasado, porque la monarquía no funcionaba. A sensu contrario estaba diciendo que si hubiese funcionado el partido habría sido monárquico.

     Sin embargo fue en las filas del PSOE donde se echó la primera semilla real republicana. El desastre electoral, el castigo general a las clases medias, el aplastamiento de los derechos laborales, el sufrimiento ante el futuro de varias generaciones sin futuro, el descrédito de la inteligencia ante la necedad, la caída de la cultura de calidad hasta casi el furtivismo, entre otras muchas plagas, fue la realidad que sucedió a un pasado desentendido fácil de describir con la fábula bíblica de las vacas gordas y flacas.       

     El caso es que todos esos asuntos de batalla entre el ayer y el hoy encendieron a las bases. Y entonces comenzó a partirse el fervor monárquico. Los jóvenes lideraron la rebelión. Viejos socialistas, hartos de estar en contra de lo que veían (pero que habían soportado con entusiasmo) se unieron a ellos. La oficialidad usó todo tipo de artimañas para que el congreso sucediera con orden y control. Pero comenzó a bullir un magma republicano, una salsa morada que cuando se comía daba hambre de más. Todo el mundo se dio cuenta de que el candidato que propusiera un referéndum sobre la monarquía, ganaría la ejecutiva.

Al principio solo llevaba esa propuesta un candidato desconocido y obviado. Pero cuando ese deseo irreductible se apoderó de las mentes, ya todos propusieron lo mismo. El rey y su corte tenían que pasar por la cuchilla del voto. Tenían que enfrentarse desnudos al pueblo, sin redes. Sola la monarquía con sus medios afines frente a la opinión pública poderosa. La Corte tenía que cantar a capela.

El referéndum se aprobó por unanimidad en el Congreso del PSOE. Hasta Bono, más monárquico que el rey, voto a favor. La propuesta, después, espoleó al ramillete de partidos republicanos que se pusieron más exigentes. Crearon un frente (que por cierto el mismo Bono quiso presidir)  con ese objetivo.

Así que se celebró el referéndum. Y como la sociedad estaba muy cabreada, y deseaba descabezar lo que fuera, descabezó a un rey. La gente, en su mayoría, no era monárquica ni republicana, pero deseaba castigar al poder y creó su propia guillotina de papel. Por ella pasó la realeza a pesar de haber ayudado con fuerza a la llegada de la democracia.

El país sentía que no le debía nada a nadie. Sentía que habían muerto los sueños del pasado y había que crear otros nuevos. Por eso ganó en la votación la república. Y ahora estamos en una extraña efervescencia que quema la piel. Ya no tenemos monarquía pero tampoco tenemos república. No es tan fácil traerla. Da la sensación de que es que imposible que unos y otros se pongan de acuerdo. No encuentran unos mínimos para una nueva constitución. Los extremos distan demasiado. En fin, nadie sabe en qué va a quedar esto.     
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