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Naftalina y sombra

Naftalina y sombra

sábado 27 de septiembre de 2014, 21:35h
Me ha encantado que se elija para los Oscar la película de David Trueba "Vivir es fácil con los ojos cerrados". Y no solo porque me considere un irreductible amante de los Beatles, y en especial de John Lennon, más descarnado, irreverente, intenso, social y creativo que Paul McCartney, quien representó más el papel de niño bien que querrían las mamás como novio para sus hijas. Esa película capta muy bien la oscuridad cultural de una época que, aunque parece lejana, si metemos el bisturí dentro de nuestro tejido social vemos que sigue vigente e imperial. Me refiero a esa España profunda llena de incultura, anatemas, hipocresías, al cabo el imperio de aquellos que Larra (¿por qué se le cita tan poco cuando retrató las viejas telarañas como nadie?) llamaba batuecos.

O sea, los que llenan el museo de los trogloditas nacionales, los que aún gritan "muera la inteligencia", los que Machado decía más próximos a embestir que a pensar,  los que Valle definió como esperpentos, y que luego el gran Berlanga retrató en tantas películas hablando a gritos, aporreando la razón, imponiendo razonamientos casposos que huelen a naftalina y sombra.

    Trueba, en esa inteligente película, nos habla de una España profunda que a pesar de las décadas pasadas, sigue en muchos sitios vivita y coleando. Observar estas últimas trifulcas de maltrato animal, de barbarismo que se justifica con la historia, el folclore, las costumbres, nos transporta, en una vieja máquina del tiempo, a años que creíamos vencidos por la inteligencia, la civilización y el humanismo, bellos poderes de la humanidad para luchar contra los instintos sanguinarios, o la barbarie orgullosa. Tirar una cabra por un campanario, lancear un toro en multitud, y otros ejemplos, al cabo gozar con el brote de la sangre de un ser vivo, es mirar para atrás y acercarse feliz a la caverna.

    Esa España, aún viva, está muy bien retratada en la película de Trueba. Recuerdo esa escena del mozo gigantón, musculoso, casi sin frente, cuya distracción consistía en mofarse del flaco, pisar la sensibilidad del sensible, y como al final, Javier Cámara, al alejarse de Almeria, después de saludar a Lennon, destroza su huerto con el coche.

Sí, esa España gozosamente ágrafa, esa España telarañosa, sigue aquí, y tanto me valen las citadas salvajadas como las opiniones de políticos tozudos, véase la alcaldesa de Zamora, para quien la menstruación es un aborto. Me imagino que también pensará que una eyaculación improductiva es un genocidio. Sí, los batuecos siguen ahí, odiando a quienes creemos que es mejor curar que matar (hermosa frase que me escribió la poeta Blanca Andreu), llamándonos aguafiestas, o perroflautas. Pues sí lo somos, y a mucha honra. 
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