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Cambia, todo cambia

Cambia, todo cambia

sábado 17 de noviembre de 2007, 22:44h

Ricardo Lagos ha enviado una segunda carta para explicar su actuación en el diseño de Transantiago; José Miguel Insulza declara sus intenciones presidenciales; la DC lee las últimas encuestas según el efecto que tienen para Soledad Alvear; Piñera ha quedado a la defensiva; Lavín ha mantenido su línea de alto protagonismo. Todos estos hechos no son casuales; se relacionan entre sí.

El conjunto señala que el tiempo corre y que hay que tomar posiciones. El caso del actual secretario general de la OEA es sintomático, porque lo que hace es anunciar una presencia nacional cada vez más intensa y su participación en debates nacionales, partiendo por su pronunciamiento sobre la forma en que debiera ser escogido el candidato de la Concertación, en su opinión mediante el procedimiento de primarias.

Por el lado de la Alianza, es claro que la campaña presidencial del conglomerado está pasando a ser campañas por partido. Desde hace un tiempo, cuando Piñera habla, a lo más, está representando a RN. Pero para saber lo que hará la UDI hay que preguntarle al gremialismo, no a Piñera. Eso, sin contar con que Lavín se ha convertido en un factor independiente, incluso de su propio partido.

Lo importante es que tanto la UDI como Lavín -aunque cada uno de modo distinto- están marcando su autonomía. Lo están dejando claro en cada paso, y la actitud del gremialismo en el tratado internacional por la desaparición forzada, es otra demostración. Esta actitud casi impresentable de la UDI, se debe, en parte, al temor de que la firma del pacto permita su aplicación retroactiva; pero es evidente que, al comportarse así, se le hace muy difícil la implementación de su estrategia al abanderado de RN.

Desde la perspectiva de una organización política con identidad propia no se ve por qué razón deba condicionar sus actuaciones a las necesidades de su candidato, sin considerar otras de importancia para el partido.

Piñera tiene un problema adicional. Queda demostrado, además, que dar la imagen de conductor de las grandes iniciativas de la derecha no es un tema fácil de implementar ni siquiera dentro de un partido donde no se le discute el rol de abanderado presidencial. De hecho, a los partidos de la Alianza les está resultando más cómodo llegar a acuerdos con el Gobierno (en el importantísimo caso de educación, por ejemplo) que lograr acuerdos internos.

Luego de la reaparición de Lavín, la derecha ha quedado sin una estrategia común. Su propuesta de alcanzar un acuerdo para mejorar el Transantiago es casi lo inverso del intento de la oposición dura de hostigar al Gobierno en la negociación parlamentaria por el Presupuesto.

Para un observador externo, es evidente que no resulta efectivo lo que dijo Evelyn Matthei respecto de que le parecía injusto que el ex alcalde afirme y “crea que nosotros no estamos haciendo la pega”. El nuevo paso de Lavín tiene la habilidad de no agredir a personas sino de enfrentar actitudes de su propio sector político.

En realidad, es muy difícil para cualquiera entender por qué ante grandes problemas no han de encontrarse grandes soluciones. Hacer uso del malestar ciudadano como arma política no es entendido por los ciudadanos que son destinatarios de esta estrategia, y puede llegar a ser muy contraproducente.

Al mismo tiempo, la oposición queda en evidencia ante la opinión pública de estar dedicada a una práctica política menuda, sin claro horizonte, salvo el de producirle desgaste del Gobierno.

Por si fuera poco, el acuerdo alcanzado para el mejoramiento de la calidad de la educación es una demostración inapelable de que existe una manera de enfrentar los grandes temas nacionales con altura de miras. Se es capaz de producir un beneficio neto para el país, de carácter permanente.

La fotografía de todos los partidos, junto con la Presidenta de la República y la ministra de Educación, levantando sus manos en signo de unión y diversidad probablemente les cause problemas a muchos políticos de mirada corta. Pero, sin duda, exhibe un país muy singular en el concierto latinoamericano donde, en determinados momentos, lo principal triunfa por sobre lo accesorio. Si esto es posible en un caso, ¿por qué no habría de ser igual de factible para otros de semejante importancia?

De igual modo, también el Gobierno se encuentra ante una situación dual. Por una parte, está consiguiendo apoyo para la implementación de los puntos fundamentales de su programa. Por la otra, y al mismo tiempo que encuentra apertura en la derecha, se topa también con dificultades al interior de su propio conglomerado.

Definitivamente, en la política nacional se está haciendo cada vez más complejo distinguir las nítidas posiciones de antaño. Hoy se encuentran toda clase de matices. Este cambio de fondo altera de tal manera el escenario que resulta imposible de prever todas sus implicancias.

Tal vez si una gran ventaja consiste en que las pequeñas minorías obstruccionistas o extorsionadoras quedan al descubierto y sin protección. Al existir una segunda vía para llegar a acuerdos nadie puede hacer de una ínfima cantidad de votos un factor irreemplazable. Ya no son el centro de la atención de cuanto ocurre o deja de ocurrir.

Esto es bien decisivo para cualquier democracia; si las conductas inconsecuentes o irresponsables no resultan nunca sancionadas, entonces la posibilidad de que se mantengan los comportamientos responsables son cada vez menores.

Lo que está pesando -y cada vez en mayor medida- es la capacidad de sostener una línea de consecuencia y coherencia política. Lo que se requiere, de parte de los dirigentes más importantes, es que encarnen apuestas políticas de fondo. Se espera de ellos que hagan entender a la gran mayoría quiénes son, hacia dónde se dirigen y cómo y cuánto son capaces de justificar lo que hacen.

Al paso que vamos, los hitos del camino están señalados por los acuerdos relevantes, aunque siempre conseguidos con muchas dificultades, tanto en el enunciado como en la implementación.

Ya tenemos un acuerdo en educación y hay otro encaminado en seguridad ciudadana. Ahora, en el mismo momento en que el oficialismo pierde coherencia en la Cámara de Diputados, Lavín se abre a la posibilidad de un entendimiento para el caso del transporte público en Santiago.

Por eso, se puede decir que se está encontrando un límite para las presiones. Más allá de las posiciones políticas de cada cual, lo que se está decidiendo es qué tipo de lógica política va a predominar, y si eso es compatible con la existencia efectiva de bloques políticos. Ante esto, creo que se puede afirmar que, pese a todos los episodios de política menuda que vemos a diario, al final se llegará a un acuerdo básico en relación al Presupuesto.

Es posible que los mayores obstáculos para identificar coincidencias se expresen en el área de abrir un camino hacia una mayor democratización y promover la participación ciudadana. De hecho, no hay consenso para el cambio del sistema binominal, y todavía hoy son importantes las dificultades para aprobar la elección directa de los consejeros regionales.

Así que las diferencias políticas se mantienen. La reacción que se está produciendo tiene que ver con la necesidad de poner límite a la disidencia arbitraria, que no se sostiene en ningún criterio de bien común.

Cuando hay quienes fallan en sus responsabilidades básicas, existe espacio para que los líderes muestren caminos más convocantes que los llamados a la confrontación. Por eso, los líderes más significativos se están moviendo hacia nuevos territorios.

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Víctor Maldonado

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