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¿Se puede votar a quien no podemos creer?

¿Se puede votar a quien no podemos creer?

lunes 03 de noviembre de 2014, 18:02h
En efecto, la última encuesta de Metroscopia publicada por el diario El País muestra bien el clima político actual: cabreo, mucho cabreo, pero pocas soluciones confiables. Una situación penosa, desde luego, y potencialmente explosiva. Claro, la gente de Podemos y muchos de los cabreados creen que finalmente les llegó la hora a los de la casta y que no hay que hacer otra cosa más que festejar. Pero una lectura más atenta de los resultados de la encuesta ofrece una perspectiva mucho menos halagüeña.

Cierto, el hecho de que Podemos haya superado en intención de voto, aunque sea por poco, al resto de las fuerzas políticas no deja de ser impactante. Pero ese resultado adquiere su verdadera dimensión cuando se observa el bloque de preguntas sobre la confiabilidad de Podemos. Cuando se hace la pregunta de si "las propuestas de Podemos son realistas y con posibilidades de llevarse a cabo", la gran mayoría de los consultados dan una respuesta negativa: sólo un 35% creen que tales propuestas pueden hacerse realidad. Lo mismo sucede cuando se pregunta si "Podemos tiene ideas claras sobre lo que hay que hacer para superar la crisis económica". Únicamente el 39% dan una respuesta positiva. Y las respuestas son más categóricas cuando se pregunta si "Tal como están los partidos, Podemos es el único en el que se puede confiar". Apenas un reducido 28% responde afirmativamente.

Dicho en breve, se anuncia la intención de voto favorable a una fuerza política en la que no se confía, ni por sus propuestas ni por su entidad. Ante esta evidencia, solo caben dos interpretaciones posibles: a) estamos ante una muestra de soberano cabreo con el resto del escenario político, que llegado el momento del vértigo de las urnas se va a contraer apreciablemente, aunque siempre terminara teniendo un peso político considerable; b) el cabreo cegará el sentido común de la gente y la bola de nieve cobrara suficiente impulso como para llevar a Podemos al gobierno. No es la primera vez en la historia contemporánea que sucede cualquiera de las dos cosas. Por eso conviene reflexionar sobre las consecuencias que han tenido.

En la primera opción, la amenaza de que una fuerza radical (populista o no) pueda llegar a ser mayoritaria ha servido regularmente para dar un buen remezón a las fuerzas tradicionales, que no han tenido más remedio que enfrentar un cambio de orientación, en la orientación que indican los nuevos tiempos. Por el contrario, la segunda opción ha conducido generalmente a la apertura de una crisis política, bien sea inmediata o a medio plazo. Esa ha sido la experiencia de las fuerzas populista emergentes que se han abierto paso a través de los votos. En Europa, esa fue la experiencia del populismo de derechas, cuya máxima expresión fue el fascismo. En América Latina, desde Perón y Vargas hasta la expresión más reciente (Chaves en Venezuela), la lógica del populismo ha conducido a esas fuerzas hacía la tentación de una formula de continuidad similar a la de los sistemas de partido único. Es decir, a realizar un mal gobierno, cuando no a truncar la democracia desde dentro.

¿Cuál será la opción que elegirá la ciudadanía en España el próximo año? ¿Será capaz de lanzarse a tumba abierta, pase lo que pase, subida al tren del cabreo? ¿O por el contrario, llegado el vértigo de las urnas, disminuirá apreciablemente su apoyo a esa fuerza política en la que dice no confiar? Nuestra historia política muestra que la sociedad española ha estado dispuesta a cualquiera de las dos cosas. Esperemos que en esta oportunidad la madurez se imponga, también en las fuerzas políticas para que sean sensibles a los cambios necesarios.
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