Si algo hay que guste a los españoles es tener un mártir al que seguir. Especialmente si a dicho mártir se le puede poner un hasta delante. Las barricadas que se montaron en twitter para salvar a Excalibur serán recordadas casi como el día que bombardearon Guernika pero, shhhh, que nadie se venga arriba. Que
Teresa Romero pusiera un pie en Telecinco y que acabara con su mito fue todo uno. Las demás cadenas han tomado buena nota y ya la gallina de los huevos de oro no dio para más.
Las editoriales interesadas en contratarla para contar su historia cerraron cuentas de explotación en el mismo instante que la ex enferma abrió la boca. Aquí huele a chamusquina y no cuela la demanda que quiere poner. Ella, que podía haber sido una heroína nacida de los pechos de la ineptitud de nuestros políticos, se ha quedado en una mera oportunista que ha usado su enfermedad para cobrar largando en un plató una historia que pocos creyeron por poco elaborada. ¿Cuántas horas estuvo ensayando con sus abogados lo que tenía que decir? Señora Romero, a los españoles les gustan los dramas. Pero los reales. Pregúntele, si no, a
Belén Esteban que no lleva nunca guión y por eso triunfa.
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