Vargas Llosa se pone el mundo por montera e interpreta a uno de sus propios personajes en 'Los cuentos de la peste'

La última e inédita propuesta teatral de Mario Vargas Llosa que ha subido al escenario del Teatro Español de Madrid es su obra 'Los cuentos de la peste'. Se trata de una libérrima adaptación de  el  'Decamerón' de Boccaccio que, paralelamente al estreno en las tablas del histórico teatro madrileño, ha sido publicada también por la editorial Alfaguara.

Desde noviembre de 2014 el nobel hispano-peruano canceló todas sus actividades sociales y académicas para dedicarse íntegramente a la preparación de la función. No, no se trataba solo de revisar de cerca la puesta en escena, o de discutir con el director del montaje, su amigo Joan Ollé (sí, el mismo que hace solo unos meses consiguió  que Lolita se enfrentara como Colometa a la extraordinaria versión monologada de la novela de Mercè Rodoreda, 'La plaza del Diamante'). No se trataba, digo, solo de seguir de cerca a Ollé en la  puesta en escena de su obra sino que ha querido ir mucho más allá y  participa en ella, nada más y nada menos que como uno más de los cinco actores que conforman el reparto. Solo por eso es ya encomiable y digna de alabanza la valiente iniciativa de Vargas Llosa. El público así lo ha considerado y llena a diario el teatro, desde el pasado 28 de enero, que se estrenó la obra, y hasta el próximo 1 de marzo, fecha en la que tendrá lugar la última representación en el escenario de la madrileña plaza de Santa Ana.

El autor, como decimos, se ha atrevido por primera vez a dar vida a uno de sus personajes, y está acompañado en escena por su musa teatral, Aitana Sánchez Gijón, además de Pedro Casablanc, Óscar de la Fuente y Marta Poveda. Con esta son ya cuatro las producciones que el Teatro Español hace de la obra dramática del Premio Nobel,   después de 'El loco de los balcones', protagonizada por José Sacristán; 'Kathie y el hipopótamo', por Ana Belén; y 'La Chunga', por Aitana Sánchez Gijón. Joan Ollé no ha escatimado medio alguno para hacer memorable la puesta en escena de 'Los cuentos de la peste' y ha levantado todo el patio de butacas para trasladar al mismo centro del teatro el escenario de cuanto sucede en la obra. Para ello se ha rodeado de un  extraordinario equipo, que encabeza Sebastiá Brossa en la escenografía; Damián Bazin como responsable del espacio sonoro; José Manuel Guerra, en el diseño de luces; Quim Ollé, en la composición musical original para la obra, y Miriam Compte en el diseño de vestuario. En conjunto, se ha construido un espacio  fascinante, con una fuente central, rodeada de un jardín lleno de  césped y tierra fresca que el propio espectador de platea tiene que pisar hasta llegar a su asiento, esta vez necesariamente mucho más incómodo que habitualmente. Todo se pone prácticamente al alcance de la mano del espectador, que observa durante las casi dos horas y cuarto de representación como todo sucede a la vista, aunque  también todo es pura ficción. 

Aferrarse a la vida

Como en el 'Decamerón', y basada en ocho de los relatos de Boccaccio, en 'Los cuentos de la peste' los personajes buscan desesperadamente el goce terrenal. Unos jóvenes se reúnen en Villa Palmieri, una villa a las afueras de Florencia para contarse historias   para entretenerse. Entre tanto, la peste asola la ciudad y, probablemente  por esa sensación de que todo puede acabarse en un momento, los jóvenes llenan de lujuria, sensualidad, amor y humor  esos relatos que les ayudan a sobrevivir, a aferrarse a la vida frente a todo y frente a todos.

Realidad y ficción, verdad y mentira, alegoría y literatura se funden en estos ocho relatos que cuentan y representan a la vez los cinco personajes de la obra como vía de redención personal y colectiva. Deliciosos, especialmente, los interpretados por Pedro Casablanc y Óscar de la Fuente.

El Teatro Español es el Partenón de los teatros españoles. Y lo es desde el 9 de febrero de 1582, fecha en que las cofradías de la Sagrada Pasión y de Nuestra Señora de la Soledad adquirieran el Corral del Príncipe. En septiembre de ese mismo año se ofreció la primera representación. Desde entonces hasta hoy han sucedido muchas cosas entre sus paredes: ha tenido transformaciones, ha sufrido incendios y ha sido testigo de docenas de hechos históricos. Desde ahora, puede apuntarse uno más a su ya dilatada historia: que un premio Nobel, Mario Vargas Llosa, se haya subido a las tablas  como intérprete de sus propios textos teatrales. Excelente fabulador  y escritor, inimitable orador, Vargas Llosa no es, sin embargo, un consumado actor. Él lo sabe perfectamente y, aún así, no ha querido privarse durante una temporada de la emoción que recorre el cuerpo del actor antes, durante y después de subirse a un escenario. Al público no sólo no le ha importado, sino que, además, ha convertido  este hecho en una razón más (probablemente  la mayor) para acudir al teatro. ¡Dichoso el escritor que puede cumplir con uno de sus  sueños más anhelados desde siempre! No solo ha sido capaz de superar el posible miedo al ridículo sino que, además, ha superado con creces el autodesafío. "Es una manera de seguir vivo", como ha confesado públicamente el mismo autor, a sus 78 años, y hay que darle por ello la  enhorabuena más sincera y la felicitación más efusiva.