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Marcados por el odio

Marcados por el odio

sábado 28 de febrero de 2015, 10:49h
Nunca he sentido tanto el vivir como cuando he amado, dice Leopardi en su inmenso, melancólico, profundo, bello, vivificante Zibaldone, y luego dice que el odio es el principio destructor y mortal en la vida, un virus que primero intenta destruir lo que persigue afuera y lo hace o no lo hace, pero lo que sí es seguro es que destruye lo que hay adentro, la fuente vital de la conciencia. El odio la vuelve agria y oscura. La vuelve una ciénaga de sí misma que se asienta sobre su insatisfacción inherente. Pues como se dice en Hamlet el odio es una salsa que cuando se come da hambre de más.

Y la satisfacción es momentánea porque el odio se convierte en una droga, la más cruel y destructiva que ha inventado la vida. Las cosas están hechas para amarse, y la vida nace de esto, dice Leopardi y pienso en ese principio de unión que es posible encontrar en las primeras células que se rozaron, atrajeron, unieron, ayudaron, y así, en esa colaboración, no solo pudieron sobrevivir sino perfeccionarse y crear una generación mejor. Y también pienso en esa realidad humana de unión que nació de la propia debilidad de un ser enfrentado a un destino adverso. Si se hubiese plasmado la mirada del odio habríamos muerto como especie, pues en aquella llanura desértica que fue la fuente de la vida imaginativa, inteligente, sólo porque nos ayudamos y nos amamos pudimos sobrevivir y mejorar.


El amor es la vida y el principio renovador de la naturaleza, dice Leopardi con una fe que no es de Rousseau, sino del vitalismo poético. Y así el odio, que es lo contrario, se convierte como decía en extinción interior. Es la angustia de los tiempos oscuros. Y no tenemos que pensar mucho para entenderlo. Si nos imbuimos en la historia vemos los páramos de destrucción y angustia, y no digo nombres porque son tantos que el artículo rebosaría amargura y tristeza. Y si miramos al tiempo presente vemos lo que unos fanáticos musulmanes consiguen, como decía destrozarse a sí mismos y a quienes pretender defender, más que a estatuas de la antigua cultura. 


El último filme de mi admirado Clint Eastwood lo refleja muy bien. Sobre todo cuando el yihadista llamado El Carnicero degüella al hijo de un iraquí informador de los yanquis. Lo hace con una sencillez atroz. Y para los que dicen que Eastwood hace un ejercicio de patrioterismo inhumano, decirles que como el odio también se propaga por los musculosos cuerpos de los SEAL, estos también son destruidos en materia, mente y alma, quedan marcados el resto de su vida por las venenosas garras del odio. El odio es el peor tormento para el ser humano, y el amor la única luz que nos muestra el camino del final del túnel en el que vivimos un argumento de la nada. 
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