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Por qué somos como somos

Por qué somos como somos

Por Gabriel Elorriaga F.
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elorriagafernandezhotmailcom/18/18/26
martes 21 de abril de 2015, 11:25h
            La invasión musulmana de España no se debió tanto al poder de los invasores como a la división de los invadidos. En aquellos tiempos, quienes cumplían con la "yihad", estaban más unidos que quienes debían defender aquella punta hispano-gótica que fue el primer antecedente del Reino de España. Los legendarios traidores antepusieron intereses parciales a la defensa de los ideales comunes y creyeron posible utilizar en beneficio de sus parcialismos a las ambiciones africanas que soñaban, en aquellos tiempos, como los radicales salafistas ahora, que la imposición universal de su modelo político-religioso tenía que comenzar fragmentando la sociedad de inspiración cristiana y costumbres romano-germánicas establecida en la Península Ibérica.
 
            Cuando hace algunos días se celebraba en Barcelona una cumbre internacional contra el "yihadismo", los ministros europeos y mediterráneos asistentes al encuentro habrán tenido ocasión de detectar como, en el territorio español, siguen vivas las mismas amenazas y traiciones, porque España sigue siendo la vanguardia estratégica de la Europa libre y occidental. Es por ello por lo que los españoles seguimos siendo tan conflictivos y contradictorios. Aquí es posible contemplar como en la peor contienda de nuestros días, entre civilización y barbarie, existen estúpidos que creen que una proliferación de pequeñas naciones, sin capacidad de defensa militar ni de peso diplomático, es una fórmula viable para defender la identidad de Europa y la libertad del Mediterráneo. Aquí es posible conocer que un tal Noureddine Ziani, acreditado integrista, introducía en el parlamento catalán a unos visitantes islámicos cuyo amor por la democracia parlamentaria es tan inexistente como sus ideas sobre la igualdad de la mujer. Pero Josep Rull, hoy en día, coordinador general de Convergencia Democrática de Cataluña, parecía muy dispuesto a difundir  sus ideas secesionistas a tan notables progresistas, los cuales es de suponer que se las prometían muy felices al comprobar cómo, en España, había ciudadanos importantes propicios a abrirles las puertas y facilitarles la tarea de extender sus sistemas medievales con la colaboración de un sector político interior que, según parece, no se entera o no se quiere enterar de lo que sucede en el mundo en que vivimos.
 
            Esto sucede porque nosotros, los habitantes de esta vieja nación situada entre Europa y África, entre Europa y América y entre el Mediterráneo y el Atlántico, vivimos sobre una posición de límite de occidente, lo que ha provocado que los conflictos interiores de España hayan entremezclado, en todos los tiempos, nuestros problemas con intereses internacionales, desde la Reconquista a la Guerra de Sucesión o a la última Guerra Civil. En nuestros días, hay fanáticos yihadistas que consideran a España el Andalus, gobernantes iberoamericanos que desearían introducir en Europa un caballo de Troya lleno de chavistas o ayatolas y otras injerencias tóxicas, no solo para España como nación sino contra Europa como Unión o contra la Alianza Atlántica, cuyos baluartes estratégicos son bien conocidos y valorados como esenciales del sistema defensivo y de intervención del mundo que disfruta de libertades y progreso en grado superior al resto. El viejo tópico de "los enemigos de España" no es la vulgar referencia de un nacionalismo egocéntrico. No son los "enemigos de España", sino los enemigos de la estructura política económica y cultural de Occidente de la que España es una plataforma fronteriza, por capricho  de la geografía y por el devenir de la civilización.
 
            Esta realidad supone que los habitantes de estas tierras sufren presiones, influencias y predicaciones externas que estimulan las tensiones interiores, en grado que no es imaginable en otros países amurados entre montañas o arrinconados al margen de las rutas de la economía, de la cultura o de las estructuras defensivas. Estas tensiones interiores son alimentadas para inclinar la plataforma en una dirección o en otra, o para neutralizarla, debilitarla, anarquizarla o desintegrarla. Los españoles, por naturaleza, son tan pacíficos, benevolentes y solidarios como puedan serlo los habitantes de cualquier otro enclave, pero pueden no parecerlo porque, sobre su tablero geográfico se juegan muchas partidas simultáneas y el juego contamina la vida interna y complica las pasiones de los habitantes de una nación abierta al pluralismo y con proyección exterior. Estas circunstancias exigen dar una primacía a la política de seguridad y defensa, a los valores culturales comunes y a las alianzas por afinidad que, en otros ámbitos geográficos no son tan exigentes. Cuestiones como la estabilidad institucional, la unidad territorial, las infraestructuras de comunicación y la conciencia de europeidad, son factores a cuidar muy fundamentalmente en una nación que goza de unos niveles de vida superiores a los de gran parte de la población mundial.
 
            Cuando se descuidan estas cuestiones reaparecen los gérmenes de descomposición en forma espontánea. No porque los españoles seamos peores que otros pueblos sino porque nuestra situación y nuestra historia nos exigen un mayor esfuerzo para mantener nuestro estándar interno y nuestras relaciones externas, para seguir siendo hoy, como siempre fuimos y como queremos seguir siendo en el futuro. Por ello no es posible que ningún gobernante serio, sea cual sea su ideología, pueda tomar en consideración las extravagancias de los aficionados a imaginar "estructuras de Estado", a la medida de sus cabezas de alfeñique. Ser vanguardia de Europa, hacia África y América, convierte nuestro espacio insular y peninsular en territorio crítico. Por ello es inevitable que en este campo actúen valientes y cobardes, leales y traidores, exploradores o infiltrados, integradores o desintegradores, constructores y zapadores, mostrando la contextura vital de una nación cuya fortaleza contribuye al equilibrio del mundo.

Gabriel Elorriaga F.

Ex diputado y ex senador

Gabriel Elorriaga F. fue diputado y senador español por el Partido Popular. Fue director del gabinete de Manuel Fraga cuando éste era ministro de Información y Turismo. También participó en la fundación del partido Reforma Democrática. También ha escrito varios libros, tales como 'Así habló Don Quijote', 'Sed de Dios', 'Diktapenuria', 'La vocación política', 'Fraga y el eje de la transición' o 'Canalejas o el liberalismo social'.

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