viernes 22 de mayo de 2015, 14:06h
Cada
vez que voy a votar me acuerdo de cuando no podía votar. Vivía en un colegio
mayor en la zona universitaria y había un humo que olía a dinamita por las
calles. Espectros grises con escudos esperaban a las hordas jóvenes. Estaban
escondidos entre los árboles, para evitar las piedras y botellas que les
lanzaban. Al fondo se oía el ruido de los fusiles y el golpe de las bolas de
goma contra los huesos. Yo no podía ni imaginar el gozo inmenso que sería votar
un día como éste que será de sol diáfano y camisas destellantes que huelen a
primavera. Desde entonces he votado siempre. Y me he sentido afortunado porque conocí
la mudez del pueblo frente a la fría voz del oráculo autoritario. Por eso votar
para mí siempre será la fiesta social más maravillosa que la historia me ha
ofrecido.
El domingo volveré a ponerme la camisa de
los días de fiesta. Volveré a llevar en el bolsillo mi carnet (casi nunca sé
dónde lo tengo, seguro que poseo el récord de carnets perdidos), mis papeletas seleccionadas
y cruzando un trozo de campo rebelde, y la carretera de Migueturra a Ciudad
Real, llegaré al colegio y sonreiré a los miembros de la mesa. También a los
guardianes de los partidos que vigilan para que no pueda haber indicios de
tongo. Daré la mano al presidente y a los demás. Les desearé un día tranquilo y feliz viendo como
la urna se llena de votos desando florecer, creando las órdenes que el pueblo
entregará a sus mensajeros elegidos. Luego me tomaré unos vinos por cualquier tasca
del pueblo. Miraré y escucharé al televisor dando noticias de cómo va
sucediendo el día, cuanta gente ha votado, si ha habido algún incidente, seguro
que aislado, resuelto con rapidez por la policía o los mismos ciudadanos.
Ante el vino frío blanco y unas patatas fritas
y unas aceitunas comentaremos sobre este día. La democracia se dispone a
resolver unos años oscuros y tristes. Cada uno diremos nuestro pronóstico pero
al final siempre ganará mi mujer, pues tiene una sabiduría demoscópica
increíble producto de un ojeo avispado de por donde transita el poder, quienes
se caen, se levantan, se agarran al sillón, se plantan o asoman para que el
pueblo los siente o los despida. Ella siempre sabe lo que va a suceder. Es como
Guerra en aquellos tiempos, cuando clavaba los datos antes de que se hubieran
producido. En todo caso el domingo reinará nuestra voluntad. Por eso será un
día de fiesta maravilloso. Y al atardecer me sentaré en el jardín con el Iphone
despierto. Entonces mi hijo, otro demoscópico incorregible, me llamará minuto a
minuto para contarme quiénes son los vencedores, quiénes los vencidos, y sobre
todo por qué senda irá este país tan amado que se cae y se levanta, se hiere y
se cura, se duerme y se despierta.