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El amor a los ochenta

sábado 20 de junio de 2015, 20:42h
Tenía entre mis lecturas pendientes (la verdad es que la torre de libros se hace cada vez más grande con tanto como se edita) “La civilización del espectáculo”, de Vargas Llosa, pero ahora cómo narices voy a leerlo si me imagino una crítica contra la superficialidad luminosa de la época, y mira por donde resulta que el Nobel se agarra del brazo de la reina del papel cuché. La verdad también es que como leí el gran ensayo de Guy Debord, “La sociedad del espectáculo”, tan sagaz y lúcido, me imaginaba que Llosa poco descubriría que ya no hubiera dicho el filósofo revolucionario. O que quizá no lo diría con la profundidad sociológica del francés. En todo caso mantenía la duda de si leerlo o no, pero ya está despejada, pues resulta que en la nómina de grandes hombres que consume la Preysler aparece el Nobel, metido hasta el tuétano en esta sociedad del espectáculo. Por eso la “troupe” de Isabel, encabezada por ese ser infumable que es Tamara Falcó, ha subido el caché de las fiestas y entrevistas. Sí, esa jovencita inocente, indolente, inconsútil, bonancible, angelical, ripiosa, melosa, gazmoña, cobra nueve mil euros por asistir a una fiesta. Los mismos nueve mil que se ha bajado de sueldo la nueva alcaldesa de Ciudad Real, a instancias de Ganemos, en un año.
Por eso quién narices va a leer la demoledora crítica de Vargas Llosa contra esta sociedad de los 140 caracteres, la foto retocada, el “sefie” dominante o el imperio del “photocall”, si él mismo abdica de lo profundo y cae en manos de la pompa y circunstancia del Hola, de la religión de la sonrisa huera, el berbiquí y el pellejo, los labios bembones, la nariz achatada y la monopatía ocular, que después de pasar por la descarga quirúrgica salen todas las miradas iguales, como las narices. Fíjense en aquella nariz de Paloma San Basilio y en la de la Preysler, o la de la misma reina Leticia, el mismo perfil y anchuras de fosas, o si ya nos ponemos en plan esperpéntico observen la picassiana de Belén Esteban, y veremos lo difícil que es mantener la naturalidad nasal. Bueno, pues más lo es la mirada. Cuando se descargan los párpados en el quirófano, se queda una mirada de pena que tanto da en Matias Prats como en el emérito rey Juan Carlos. Parecen todos familiares de Carmen Lomana.
Aunque bien pudiera ser que Vargas Llosa, reo del enemigo, se ha enamorado y punto, a los ochenta, y está en su derecho. Y lo celebro. Es como aquel personaje de Delibes en “La hoja roja”, que de joven soñaba con la vejez y de viejo con la juventud. O como dijera Goethe, que no se puede envejecer sin un poco de amor y un poco de gloria. En el caso de Vargas Llosa con un mucho de amor y un mucho de gloria. Felicidades maestro.
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