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El deseo que tengo de vivir

Por Gabriel Elorriaga F.
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elorriagafernandezhotmailcom/18/18/26
lunes 22 de junio de 2015, 11:58h
En días políticamente agitados, en el seno intemporal y sereno de un convento, fueron enterrados, por tercera vez, los restos de Miguel de Cervantes. En el Monasterio de las Trinitarias de Madrid habían sido acogidos con cariño y humildad, en 1616. El cambio arquitectónico que supuso una nueva iglesia, obligó a trasladarlos al osario de una cripta. Estos días, acertadamente y tras una meritoria investigación documental y forense, se depositaron en lugar visible, tras una placa para la cual la Real Academia de la Lengua Española eligió un texto representativo de los últimos tiempos del escritor: “El tiempo es breve, las ansias crecen, las esperanzas menguan, y con todo esto, llevo la vida sobre el deseo, que tengo de vivir”. Un texto que añade, al muy conocido “puesto ya el pie en el estribo y en las ansias de la muerte…”, la confesión de un deseo de supervivencia.

Las personas sensibles son conscientes de que su soporte material se desintegra, pero su espíritu está más vivo que nunca. Sentir la debilidad del cuerpo fortalece la potencia del espíritu. Es un guiño de la eternidad hacer sentir a quien declina el deseo de continuidad mental. Quizá es la clave de la trascendencia humana morir con deseos de vivir. El debilitado Cervantes, en sus días postreros, en las cercanías urbanas de su tumba, escribía las páginas más bellas y luminosas y su deseo de vivir no era una vana pretensión de continuidad física sino de trascendencia espiritual. Desearía seguir escribiendo y expresando su mensaje creador. Me recuerda a los versos de un poeta y periodista que fallecía aquellos mismos días, Santiago Castelo, confesando su angustia y su esperanza: “Y tú quieres vivir y no te haces, a la idea de la triste pesadumbre”.

Cervantes permanece tan vivo, en este centenario de la segunda parte de El Quijote y del cuarto centenario de su muerte que parece cuidar el estilo de su recuerdo desde el otro mundo. En el anterior centenario, el entonces presidente del Consejo de Ministros, Eduardo Dato, presidía una Junta para ensalzar su recuerdo de la que formaban parte el periodista Mariano de Cavia, los académicos Francisco Rodríguez Marín, Fidel Pérez Mínguez y José Gómez Ocaña, la investigadora Blanca de los Ríos y los escritores José María Ortega y Norberto González Aurioles. Esta vez, habían visitado la cripta, con una alcaldesa de Madrid en sus últimas horas en funciones, Ana Botella, los escritores Javier Sierra, Javier Moro, Espido Freire, Carmen Posadas, Luis Alberto de Cuenca, Nativel Preciado y Gonzalo Giner. Era una compañía de colegas.

En la posterior ceremonia funeraria se percibía un bajo tono institucional que no merece críticas, porque ha mantenido la memoria de Cervantes libre de toda contaminación política “municipal y espesa” que hubiese sido el sepelio mural en una feria de vanidades televisivas. La Iglesia era un Vicario, el Ejército era un General del Servicio Histórico Militar, la literatura el Director de la Academia y la política una alcaldesa en funciones. Unos pocos militares enarbolaban, desarmados, los guiones de unos regimientos que se suponen continuadores de los tercios en que sirvió el soldado mutilado. Se echaba de menos una espada, si quiera la de Don Quijote, y un uniforme de la Armada, dado que su sacrificado servicio fue en la batalla naval de Lepanto. Una música militar se hacía oír sin solemnidad, por su mal emplazamiento acústico. En tiempos normales de pompa y boato, se diría una ceremonia insuficiente. Pero la parquedad del evento, desplazado de las primeras páginas por una algarabía de pactos, corrupciones y chismorreos, agiganta los valores eternos de quien mejor supo compaginar la mezcla de pasiones idealistas y vulgares apetencias del carácter español.

En aquellas calles estrechas del antiguo Madrid, iguales en el Siglo de Oro que nuestro Siglo XXI, deambulan malhechores y gentes de honor. La comitiva actual podía ser la misma hoy que ayer: Unos soldados, algún clérigo, algunos doctores en ciencias poco rentables, algún corregidor, unos escritores, unos periodistas y algunas monjitas. Puede parecer poca cosa, pero simbolizan, en torno a la tumba cervantina, el deseo de vivir de España, tal y como la seguiremos queriendo impulsar libremente quienes sabemos que la muerte no es el final de la historia, sino el sumidero de las modas efímeras.

Las estrechas calles del Barrio de las Letras son como una reliquia engarzada en el gran marco del Madrid del Siglo XXI. Ver circular por ellas en nuestros días, algunos soldados, algunos clérigos, algunos escritores, algunos doctores y algún corregidor es como vivir el ambiente del Siglo de Oro. También lo es toparse con algún bufón o algún trapacero. Como cuando cervantes sentía el “deseo que tengo de vivir”. Es una señal de la vida eterna de España como pueblo que, a pesar de sus dolencias de inestabilidad, es, como su universal lengua cervantina, uno de los componentes más potentes del mundo del espíritu y de la cultura.

Gabriel Elorriaga F.

Ex diputado y ex senador

Gabriel Elorriaga F. fue diputado y senador español por el Partido Popular. Fue director del gabinete de Manuel Fraga cuando éste era ministro de Información y Turismo. También participó en la fundación del partido Reforma Democrática. También ha escrito varios libros, tales como 'Así habló Don Quijote', 'Sed de Dios', 'Diktapenuria', 'La vocación política', 'Fraga y el eje de la transición' o 'Canalejas o el liberalismo social'.

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