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Ser honrado aquí

lunes 27 de julio de 2015, 15:08h

Un gran país es aquél donde no se amarga la vida a las personas honradas. España, lamentablemente, no es un gran país. No es sólo, aunque sí principalmente, que las instituciones públicas del estado sean, en tantos casos, refugio y cuartel general de golfos y malhechores, con lo mucho que ese vertido contamina el suelo social, sino que sobre éste, enfangado, apenas pueden dar dos pasos sin caerse, o sin ser asaltadas, vejadas y desposeídas, las personas decentes.

Ahí tenemos a los de la Púnica, la banda de chorizos que asolaba la Comunidad de Madrid, capitaneada al parecer por un pícaro de baja estofa que ocupó los más altos cargos del gobierno regional. Pero ahí tenemos también su correlato y su indispensable encumbramiento y sostén: los votos en masa de la gente, una mayoría absoluta tras otra, a su partido, el PP. A Gil también le llevó la chusma bajo ese palio a la gruta del tesoro comunal, del que no quedó ni un duro. Igualmente rústicos, vulgares, palurdos, horteras e ignorantes, los bandoleros de hoy se diferencian de los de ayer en que carecen de interés literario, en que son más cobardes y en que están del lado del poder.

Es el lado del poder el que procura y traza la inhabitabilidad del espacio nacional para las personas honestas: sólo a ellas persigue Hacienda sin piedad, en tanto que amnistía a los grandes defraudadores, propinándoles una cariñosa palmadita en la espalda. La consecuencia no puede ser otra que el sindiós (¡Oh, gran Saza!) que pudre la atmósfera arriba y abajo. Eludir impuestos, negar la aportación al común, es consustancial a los de arriba y una cosa de pura correspondencia, cuando no de pura supervivencia, en los de abajo. ¿Y las personas honradas? ¿Qué es de ellas? En éste ambiente de radical podredumbre, son la risión.

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