www.diariocritico.com

La tregua de agosto

lunes 03 de agosto de 2015, 10:52h

Como todos los años, y llevo en esto del articulismo más de treinta, les prometo que voy a concederles una tregua vacacional, un respiro estival y me voy a dedicar todo este mes de agosto a abandonar los asuntos meramente políticos para centrar estas líneas en otros temas de carácter social menos serios y trascendentes. Por lo pronto les comunico que cuando ustedes me estén leyendo ya estará camino del infierno. No, no me voy a Irak o a Siria a combatir al Estado Islámico, pero casi. Y es que, como ocurre con tantos otros tópicos, siempre se ha dicho que la provincia donde más calor hace de España es Sevilla. Nada más lejos de la realidad. La sartén de Andalucía no es Écija por más nombre que tenga en la historia, sino Andújar. La provincia mas calurosa es Jaén, sobre todo la zona de la campiña que rodea el Valle del Guadalquivir. Se lo dice la voz de la experiencia. Desde que tengo uso de razón ha pasado casi todos los veranos en Sevilla o en Arjona.

Reconozco que cuando dice de apretar el lorenzo, en Sevilla aprieta con cojones, pero basta con acercarse al río o desplazarse escasos kilómetros al Aljarafe para que las temperaturas bajen lo suficiente como para poder respirar tras el ocaso. Eso en Arjona es toda una utopía. Allí, cuando aprieta la calor no hay quien aguante en la calle y, lo que es peor, como a la gente le da por combatirla a base de cañas de cerveza y aperitivos gratuitos y contundentes, los bares se convierten en saunas “low cost” por muy fuerte que tengan puesto el aire acondicionado. Eso, sí, se suda a gusto, sin una queja y sin el coñazo habitual que viene a darte la monserga con el parte meteorológico, ya saben, “lo de hoy no es nada comparado con la calor que va a hacer la semana que viene que vamos a pasar de los 45 grados”. Y el tío, después de amargarte la caña, se va tan contento a comentárselo a otro vecino como si fuese repartiendo a diestro y siniestro cupones premiados de los ciegos.

La norma habitual es que, por la noche, con los termómetros marcando más de treinta grados y sin que corra la más leve brisa, a la gente le da por irse a las terrazas de los kioscos del lugar más caluroso del pueblo, el Paseo. Aquello se pone de bote en bote de señores sudorosos (la mujeres, como todos ustedes saben, no sudan por más calor que haga) con las axilas marcadas en plan Camacho en Corea y tratando de reponer el líquido perdido trasegando Cruzcampo y tintos de verano con mucho, mucho hielo como si en ello les fuese la vida. Total, pa na. Porque es una ley física irreversible que nada se crea ni se destruye, todo se transforma, y la cerveza y el tinto de verano que con tanta fruición nos bebemos se transforma a los pocos segundos en riadas de sudor que salen por todos los poros de nuestro recalentado cuerpo.

Es en esos momentos, sentado con mi amigo Paco Vizcaíno en la terraza de Juanito, cuando echo de menos esta Sevilla tan denostada en agosto en la que las noches son una gozada cuando sopla ese leve poniente que trae perfúmenes de jazmín y brisa atlántica de Sanlúcar incorporada al lecho del Guadalquivir. Vale, es cierto, me dirán todos los que siguen sufriendo el estío hispalense que en agosto Sevilla es un coñazo para hacer las tareas más habituales por aquello de cierre generalizado de algunos establecimientos tan cruciales para vivir como los estancos, las administarciones de lotería o los kioscos de prensa, pero si la comparamos con Arjona es que no hay color. Aquí al menos tienes alternativas en barrios como Triana, el Tiro de Línea, la Macarena o el Cerro del Águila, donde siempre encuentras ese bar o ese estanco que te salva el día, pero en mi pueblo es que las alternativas son bastantes escasas. Solo tienes media docena de opciones, o los dos bares de Los Galleros o la Cafetería o el Chuchci o Tani o los kioscos del Paseo. Y pare usted de contar. Naturalmente no hay nada peor que la monotonía de recorrerse diariamente estas seis estaciones de penitencia, cerveza va y cerveza viene, como remedio para matar el aburrimiento.

Como verán no ando yo muy ilusionado con esta temporada que me voy a pasar en Arjona por más que algunos se crean que eso de irse al pueblo es toda una bendición. “Claro, es que a ti, pese a haber sido pregonero de Fiestasantos, no te gusta Arjona ni el campo porque te has convertido en un urbanita despues de estar cinco años en Madrid y casi cuarenta en Sevilla”. No les falta razón. Tanta que cuando no tenga obligaciones familiares que cumplir les juro que voy a recalar en mi pueblo en contadas veces, y, por supuesto, siempre en invierno por mucho frío que haga, que aunque parezca mentira, también lo hace.

¿Te ha parecido interesante esta noticia?    Si (2)    No(0)

+
0 comentarios