www.diariocritico.com

Demografía

Por Gabriel Elorriaga F.
x
elorriagafernandezhotmailcom/18/18/26
lunes 31 de agosto de 2015, 10:16h

Hay realidades que no pueden interpretarse con criterios de actualidad política o ideológica sino con la profundidad de comportamientos vitales o estados de ánimo yacentes en la conciencia íntima de un pueblo. Tal es el hecho de que, en los años postreros del que llamó Joaquín Bardavío “El reino de Franco” –título de un libro tan redondo como la moneda de plata que decora su portada- España mantenía el índice de nacimientos más alto de Europa –el 2,9%- y en nuestros días ha descendido hasta el 1,15, el más bajo del continente. No es posible atribuir este descenso a la situación socioeconómica porque si bien es cierto que, en aquellos años, las condiciones de vida de los españoles mejoraron favorablemente en términos materiales, también es cierto que la elevación del estándar de vida continuó mejorando durante la Transición democrática y, salvo el bache recesivo de la crisis reciente, es evidente que las condiciones de vida han progresado notablemente y, si existiese una relación directa entre la economía y la natalidad, las circunstancias no darían motivo a esa decadencia demográfica con tintes depresivos sino a una cierta progresión. La ampliación del marco de derechos humanos y libertades tampoco es un factor que recorte el ánimo de continuidad ascendente de un pueblo sino un factor que debería actuar como estimulante.

Pero las cifras son tozudas y, sin las aportaciones de una emigración compensatoria, resultarían alarmantes. Es verdad que la crisis creó un tapón de jóvenes parados forzados a unas dependencias parasitarias y sin capacidad para establecer vínculos familiares estables y fértiles. Pero esta precariedad juvenil afecta a un periodo concreto y no es el fondo de una tendencia demográfica descendente durante un ciclo más largo que la incidencia de la crisis. La plena incorporación al mercado laboral de la mujer o el retraso en la edad de formalizar relaciones familiares son circunstancias que se dan en todas las sociedades avanzadas de Europa sin producir unos efectos tan depresivos como en la sociedad española. La mayor proliferación de medios o conductas de limitación voluntaria de la natalidad son igualmente comunes a las otras naciones europeas sin las mismas consecuencias de disminución tan notable de la estadística de reproducción. Curiosamente, así como el bajo índice de natalidad diferencia a España de otros países europeos, los nacionalismos que pretenden promover divisiones singulares en determinados territorios del Estado no se libran de la tendencia general al suicidio demográfico dentro de la marca española. Los objetivos del separatismo nacionalista no están acompañados de incrementos de la población más valorados como identitarios más o menos racistas, sino que adolecen del mismo descenso de natalidad cuando no padecen síntomas más agudos de regresión.

El tóxico que provoca esta enfermedad colectiva es un fenómeno social de difícil localización sicológica. Es un egoísmo conformista, indiferente a los relatos del pasado o el futuro y exclusivamente interesado por el presente cotidiano. No existe conciencia del estrechamiento terminal del camino ni perspectiva histórica. Solo necesidades o satisfacciones de consumo sin transmisión de valore inmateriales, familiares, culturales o éticos. La legendaria “Hispania fecunda”, cuyos nombres propios ciñen la cintura del planeta, parece diluirse en una liquidación resignada. El “ni, ni” del “ni estudia ni trabaja” de las generaciones afectadas por la crisis es más ocasional y está más justificado que el no querer ser otra cosa que un consumidor de bienes efímeros mientras la salud y el salario lo permita. Los gobiernos democráticos, adaptados a las exigencias de un electorado presentista, han reducido sus ideales a la cuenta de resultados, sin propuestas de nuevas oportunidades o calidades de vida. Lo fácil es mantener la degradación a paso lento, frente a las propuestas destructivas de quienes odian a una identidad histórica que ni sienten ni comprenden. Ello explica desviaciones políticas a contrapelo del crecimiento que solo son manifestaciones de la esterilidad social de sus predicadores.

Esta enfermedad sería terminal si el curso de la historia fuese un cuesta arriba o cuesta debajo de geometría continua. Afortunadamente, el camino de los grandes pueblos es un zigzag. Decadencia y resurgimiento son fases alternativas que, impulsadas por energías telúricas, emergen involuntariamente, más hondas que las programaciones coyunturales de los políticos y de los pronósticos de la estadística prospectiva. La ley del instinto de supervivencia es un impulso imborrable en el curso de los pueblos que cuentan su vida por siglos y no por telediarios.

Gabriel Elorriaga F.

Ex diputado y ex senador

Gabriel Elorriaga F. fue diputado y senador español por el Partido Popular. Fue director del gabinete de Manuel Fraga cuando éste era ministro de Información y Turismo. También participó en la fundación del partido Reforma Democrática. También ha escrito varios libros, tales como 'Así habló Don Quijote', 'Sed de Dios', 'Diktapenuria', 'La vocación política', 'Fraga y el eje de la transición' o 'Canalejas o el liberalismo social'.

¿Te ha parecido interesante esta noticia?    Si (2)    No(0)

+
0 comentarios