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Los independentistas ocultan su más obscena motivación

martes 08 de septiembre de 2015, 16:49h

Desde el llamamiento “A LOS CATALANES” que Felipe González ha publicado en El País, a los muchos análisis publicados, incluyendo el desmontaje de la gran mentira España nos roba con el dato incontestable de los números, la argumentación se inscribe en lo políticamente correcto. Hasta ahora no se ha hecho la más mínima mención a la obscena motivación oculta que los políticos independentistas han logrado inocular en el inconsciente colectivo de sus fieles: seriamos más ricos si fuéramos independientes, no tendríamos que nada que compartir. Seriamos, en fin, el país de Jauja. Naturalmente el envolvente tiene matices menos burdos: que si no respetan nuestra identidad, que si no nos comprenden. Se ha denunciado también la falacia nacionalista de que no hay otra solución entre Cataluña y España que la ruptura.

Seguramente será escaso el efecto que, sobre los votantes independentistas, tiene la corrupción, otra vez investigada por un Juez independiente sobre el ya famoso 3% de mordida obligada para cualquier empresa que trabajase bajo la influencia del Partido. Lo denunció abiertamente Maragall pero prefirió recoger velas ante la ira de la poderosa CIU de entonces. Sorprende que los catalanes que van a votar por una independencia gestionada por estas élites políticas no piensen en ello. Miren, por ejemplo lo ocurrido en Guatemala y el esfuerzo de aquel pueblo por quitarse del medio a un gobierno mafioso. Por eso comprendo el miedo que percibo en muchos catalanes porque si estuviera en su lugar el 27-S pensaría que si hay algo peor que salir de España y de Europa es tener que sufrir un Gobierno como el que resultaría de la lista Junts pel Sí.

También sabemos por Hannah Arendt, que nos deslumbró con su análisis de la banalidad del mal estudiando el comportamiento de los nazis, que los hechos y las opiniones no deben confundirse; pero muchas opiniones se inspiran en valores distintos, a veces contrapuestos, frecuentemente apasionados. Aceptemos, pues, que las interpretaciones de un hecho sean legítimamente diferentes pero lo esencial, al menos, es que respeten la verdad y el independentismo la falsea en todos los aspectos. Solo se sustenta en lo emocional a base de construir un mito para el que se han invertido recursos económicos cuantiosos que podrían haber tenido mejor destino.

O es que ha sido gratuito el plan sistematizado que ha conjuntado las actuaciones de los medios subvencionados, la radio y la televisión sostenida con los impuestos, los libros editados… Todo ello hasta culminar con el artificial montaje de la leyenda España contra Cataluña. En definitiva, lo que Hanna Arendt nos dejó escrito en Los orígenes del totalitarismo se repite: para el independentismo no importa la verdad. Tal vez porque las élites políticas que vienen construyendo este falso relato, son conscientes de la manipulación que con éxito han logrado sobre su grey, lo que más les ha dolido del artículo de Felipe González es una alusión bien ligera por cierto a lo que ocurrió en Alemania e Italia pocos años antes de la Guerra Mundial con los totalitarismos. Lo que eso muestra es que el presidente más veces votado de nuestra democracia ha dado en la diana.

Pero con todo lo dicho y escrito, nadie alude a la trastienda que esconde el discurso independentista; ni los partidos del sistema, siempre prestos a no airear ciertas vergüenzas, ni los nuevos redentores sociales de Podemos que tan trabajosamente han logrado romper el statu quo de la cómoda alternancia bipartidista. Precisemos el significado al calificar como obsceno lo que ofende al pudor, en este caso social. Eso es lo que hay que desenmascarar de la moral de las élites políticas independentistas pues lo que mueve a Convergencia y a Ezquerra es una lucha por la supremacía que lograría su fin último cuando alcanzan un grado superior en el poder.

En su hoja de ruta, el lenguaje es la herramienta fundamental y han elegido cuidadosamente las palabras: nuestra identidad, nuestra cultura, nuestras diferencias y, como colofón subliminal: nuestra excepcional desigualdad respecto a los que sí son iguales en otra escala inferior. El planteamiento ni siquiera es original conceptualmente pues está representado ideológicamente en la visión russoniana (búsqueda del ideal igualitario) frente al no igualitario que alumbró Nietzsche y alimentó la época prefascista, a la que sutilmente se refirió Felipe González con el cabreo consiguiente de los políticos independentistas.

Cabe un último apunte lamentando la considerable tibieza con la que la izquierda española y los emergentes más radicales de su espectro ideológico asisten a la oculta obscenidad social del discurso independentista. Únicamente un Alfonso Guerra que ha querido recordar lo que fue, lanza un dardo que apunta bien: es la burguesía catalana más egoísta la que se refocila con la idea independentista.

Abel Cádiz

Abel Cádiz es el presidente de la Fundación Emprendedores. En el pasado asumió un compromiso con la transición política, al lado de Adolfo Suárez. Fue miembro del Consejo Nacional de la UCD y Presidente en Madrid. Tras ser diputado por la Comunidad de Madrid abandonó la política para dedicarse profesionalmente a la docencia y a la actividad empresarial.

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