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Carta a los catalanes que no fueron a la Diada (o que sí fueron)

sábado 12 de septiembre de 2015, 10:18h

¡Dios santo, la que se armó cuando el ministro de Exteriores –Exteriores, sí—se permitió decir que habría que modificar la Constitución y cambiar el sistema de financiación para dar contento a los catalanes! Los ecos de estas declaraciones, matizadas luego por García Margallo en ‘El Cascabel’ de Antonio Jiménez, aún podían escucharse en las calles de Barcelona, donde ¿medio millón? ¿millón y medio? ¿dos millones? de personas acudían a la llamada indudablemente independentista de los convocantes en la Diada. Ahí, en la disparidad de las cifras, radica el último de esa serie de errores que nos han llevado, a los que miramos desde Madrid y a quienes actúan desde Barcelona, Girona, Tarragona o Lérida, a donde estamos.

Fuera la marcha alegre, vindicativa, enfurruñada, ausente, es caso es que el baile de cifras de gente, como si fuesen pedruscos, según cuente la delegación del Gobierno o la Generalitat, constituye el último hito en el camino hacia el desastre, hacia ese choque de trenes atestados. En Cataluña, casi nadie ha aceptado la cifra modesta –o no tanto—de quienes representan al Gobierno central, y nadie habla de menos de millón y medio de personas cantando a favor de la separación de España, o del resto de España, ese gran país en el que esos que se manifestaban mayoritariamente no cree. Lo que nadie sabe es lo que cree esa enorme mayoría silenciosa que se quedó en sus casas, se fue a la playa, se dedicó a mirar desde otras calles fuera de La Meridiana. Quién sabe lo que piensa quien no se manifiesta, quien no grita consignas, quien no lleva una estelada al menos en la solapa. Sí sé que entre esos, y entre muchos de quienes sí asistían para ser vistos por el vecino, por curiosidad, o porque la masa atrae, late la incertidumbre: ¿qué hacer? Y también se hace presente un cierto rencor hacia ‘Madrid’.

Porque en el memorial de agravios no cuentan tanto las mentiras de Mas a sus’súbditos’, las corrupciones sin freno de Convergencia (y no sólo), el mesianismo de quien es capaz de poner en peligro la unidad ciudadana en torno a una idea que, dicen las encuestas de porcentajes (que no de escaños, ya sabe usted cómo se ha fabricado nuestra pésima legislación electoral), no siempre es independentista…Todo eso no cuenta tanto como las equivocaciones y dejaciones del lado de acá, de los antisecesionistas, si es que tal ‘bando’ existe. Que muchos catalanes se han sentido tradicionalmente maltratados por ‘Madrid’ es un hecho al menos desde que Ortega y Gasset trazase la radiografía del problema. Así que, en una autocrítica por los errores cometidos, no podemos olvidar los de quienes nos horrorizamos ante la marcha hacia la separación de Cataluña con respecto al resto de España: en ‘Madrit’ y aledaños se han dado muchos traspiés.

De acuerdo, puede usted decir que los errores son de comunicación. No hay más que ver la que se ha organizado en el PP ante las manifestaciones –perfectamente lógicas, a mi entender: es necesaria una reforma constitucional—del jefe de la diplomacia española. Para mí que Rajoy, que está reflexionando mucho sobre lo que se ha hecho y no se ha hecho, lanzó a su amigo García Margallo a la palestra: algo ha de moverse cuanto antes, porque así, en el inmovilismo, no se puede seguir. Pero hay más que la mera comunicación y la tozudez de quien se enroca. Están los hechos. Porque ese inmovilismo rajoyano es el penúltimo error: otro gallo nos hubiera cantado si, allá por 2013, desde La Moncloa se hubiera dado otro trato a ese Artur Mas que todavía pasaba por allí. Claro que, para errores de La Moncloa, los cometidos por Zapatero, cuando, por dos veces, prometió a Mas que gobernaría en Cataluña la lista más votada, y por dos veces incumplió su promesa, dando la Generalitat primero a Maragall –una catástrofe ambulante—y luego a Montilla –un dislate permanente--.

La última vez que logré hablar con Mas, él ni se planteaba la independencia. Claro que ni era president de la Generalitat, ni le había engañado ZP, ni se habían dado los manejos de la OPA a Endesa, ni había saltado al ruedo lo de Pujol, ni se había evidenciado tanto –todos sabíamos desde hacía tiempo ‘lo del tres por ciento’, eso es cierto; lo callábamos, vaya usted a saber por qué—la enorme corrupción que sustenta a la clase política catalana, y que ha sido uno de los motores de muchas decisiones, convocatoria de elecciones anticipadas incluida. Y ese, el mirar hacia otro lado, en aras de la gobernabilidad, desde los tiempos inmemoriales de Banca Catalana, ha sido el primero de los errores e injusticias cometidos ‘con los catalanes’, y que han cometido los catalanes entre sí, desde antes de la era democrática. Cataluña, como sujeto pasivo, ha sido objeto de innumerables injusticias, por exceso o por defecto. Hasta a la Historia se la ha maltratado, falseándola. ¿Cómo quiere usted que ahora las relaciones sean normales?

Seguramente, el comienzo del inevitable diálogo –en el que no pueden estar ni Mas ni Rajoy, me temo—tras el 27-s, esa fecha tan inminente, haya de pasar por un acto de sinceridad, de autocrítica colectiva: usted ha incurrido en corrupciones –sí, sí, nosotros, los del lado de acá también; pero si hasta se va a estrenar una película sobre Bárcenas…—y nosotros hemos hecho mal no criticándolas, no juzgándolas o, peor, situándonos al borde del silencio prevaricador. A partir de ahí, la ‘doctrina Margallo’. O la de Duran i Lleida, Pedro Sánchez, Albert Rivera, etcétera. La ‘doctrina’ de eso que los puristas del toreo desde el salón llaman despectivamente ‘la tercera vía’.

Ya sé que el tema suscita polémicas e irritaciones, pero hay que negociar cosas para los catalanes a cambio de paz territorial, a cambio de que la Diada vuelva a ser lo que era, a cambio de que malos gobernantes como Mas no vuelvan a pensar en desafiar al Estado. Déjese usted de alusiones veladas –otro error-- al Ejército, que aquí nada tiene que hacer, a sanciones económicas, a desplantes europeos, que sin duda se darían. Déjese de reformas precipitadas, o excesivamente retrasadas, del Tribunal Constitucional. Llámeme usted utópico, si quiere: hay espacio para el acuerdo. Porque lo verdaderamente utópico es pensar que Cataluña pudiera ser independiente. Eso es lo que ni yo, --que me atrevo a publicar, desde mi insignificancia, estar carta--, ni muchos del lado de acá, ni tampoco usted, catalán que no se manifestó, ni usted, que sí lo hizo pero a saber por qué, queremos. Porque sabemos –ahí está la Historia-- que sería una catástrofe. Y el día se acerca, ya está ahí.

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